El Banco y la paloma.- Foto Eduardo Castro

POR BENJAMÍN TRUJILLO.- Hace algunas décadas vivimos temporadas en las que los atracos bancarios eran frecuentes, botines espectaculares, escopetas recortadas, pasamontañas, rehenes, tiroteos, huídas en motos, coches o furgonetas; produjeron directos televisivos largos, novelas, películas y leyendas de atracadores y sistemas de asalto de un extraordinario nivel creativo.

Hoy casi no se producen. Los sistemas de seguridad se han desarrollado mucho y solo de vez en cuando oímos de algún intento que produce alarma o tragedia con muy poco dinero por medio.

Pero hay otros bancos.

Menos pretenciosos, más acogedores y humildes que esperan y hasta desesperan por atracos o atraques.

Los de la calle y los parques, los de los consultorios médicos, los de los muelles, los de los miradores; testigos silenciosos de la vida y de la muerte.

Algunos conocen a sus usuarios y sus horarios. Doña Clara que viene cada día a las diez en punto de la mañana al banco del parque. En silencio mira al frente sin hacer nada, solo con su mano parece acariciar las tablas en las que se sienta. Está hasta las doce y media y después se marcha como vino y lo mira cuando se aleja como despidiéndolo hasta mañana.

A esa hora aparecen algunos niños que van en fila, cogidos de la mano, con sus maestras o cuidadoras y se suben, saltan, gritan sobre él, alejan a las tórtolas y a algún pájaro que ha tenido la osadía de bajar a ver si pilla alguna miga.

Junella Foto Eduardo Castro

Después, un poco más tarde, vienen adolescentes gritones, con móvil, empujones, insultos que se toman como halagos. El banco, acostumbrado a ese meneo, pasa de ellos soberanamente, ni los ansía ni los detesta; como si no existieran.

Las tardes son diferentes, con las madres que vigilan a los niños sentadas, alegando de sus cosas, riendo, con alguna llamada al orden a algún niño o invitando a alguna amiga más que lo completa y lo abriga. Por la noche, salvo alguna pareja de enamorados que cruzan brazos, piernas, disputas, besos y luciérnagas metálicas en las manos; duermen solos.

Otros bancos, más del centro, tienen variedad en la compañía. Desde los que consultan papeles y rebuscan en carteras y mochilas, los que beben, ensucian y hablan solos, tetrabrik o lata de cerveza en mano, hasta grupos de extranjeros que descansan o se comen un bollo de leche sin nada liquido que les prevenga del posible ahogamiento. Pasan mucho tiempo solos, como objetos puros que uno mira al pasar, que a veces no reconoces aunque vivan en tu mismo pueblo, que podrían ser de cualquier sitio, de cualquier ciudad, que ven pasar la vida como si fuera una película larga, unas veces con banda sonora y otras con el murmullo indescifrable de los humanos que pasan con calma o con prisa.

Pasan calor y frío, sienten el viento, ven oscuras noches o lunas espléndidas. En ocasiones creo que disfrutan mucho en su soledad dando sombra a una paloma y otras, con auténtico orgullo, se convierten en peanas que ensalzan la belleza y la elegancia.

Benjamín Trujillo.

FOTOS : EDUARDO CASTRO

btrujilloascanio@gmail.com

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