Archivo Insular. Grupo de familiares y amigos de El Calvario de gira en La Punta. Años 60.

POR BENJAMÍN TRUJILLO.– Si a alguien menor de veinticinco o treinta años le dices hoy vamos de gira entenderá probablemente que te estás refiriendo a ir con músicos a un viaje con distintos conciertos o no entenderá que quieres decir.

Sin embargo los mayores de esa edad comprenderán rápidamente que estas hablando de ir a pasar el día a una playa, al monte o a otro lugar donde comer, cantar, hablar…

El primer significado que el diccionario de la Real Academia Española de la lengua le aplica a “de gira” es: excursión o viaje de una o varias personas por distintos lugares, con vuelta al punto de partida. Recoge lo que dice la R.A.E. la concepción exacta de lo que queríamos decir con esa expresión, aquí en La Gomera, en Tenerife y no sé en el resto de Canarias.

La Punta fue el primer destino, el primer lugar al que se iba ¡fíjense ustedes! Parecería que fuéramos a otra isla, a un destino lejano pero era ahí en el lado de allá de la playa, yendo a La Punta de Los Canarios. Desde por la mañana temprano, o desde la noche anterior, la casa entraba en movimiento. Preparar el relleno para las empanadillas, las croquetas, la ensaladilla, las tortillas, los bistecs empanados, el arroz amarillo, rosquetes, dulce de guayaba, tortas, una fiesta. Los más chicos sabíamos ya por el trajín que íbamos a pasar el día fuera y nos ocupábamos de poca cosa, un sombrerito, una pelota y poco más. Los nervios nos comían, la tensión y la euforia nos hacían no parar de correr ¡ estense quietos! ¡como sigan así no vamos a ningún lado!.

Llegábamos a la playa pronto, antes de las doce, ya había otros grupos y otras familias. Nada más soltar las bolsas y seretas salíamos corriendo hacia la arena y el mar a revolcarnos, empujarnos y reírnos nerviosos, sin parar, haciendo de cualquier detalle un motivo de fiesta, de burla, de complicidad frente a otros, de presunción –nos estallábamos de risa con todo-

De repente un grito ¡a comer! Normalmente no era el primero el que conseguía que saliéramos del agua o que nos quitáramos la arena pegada por todas partes, al segundo o tercer aviso ya estábamos buscando donde sentarnos en las piedras, tiritando, las manos arrugadas de tanto tiempo en el agua y dispuestos a comernos todo. Con el hambre que daba el baño todo parecía poco y engullíamos, las empanadillas, croquetas, el arroz y lo que trincáramos. Los hombres mayores solían llegar más tarde, no sé si del trabajo o de sus cosas, ya los chicos habíamos comido cuando venían. No estaban preparados para la playa, ni zapatillas, ni cholas, algunas veces con los zapatos y calcetines que usaban normalmente sobre aquellas piernas blancas, el cuello y la cara más oscura, tostada, los bañadores largos y azul mecánico la mayoría de veces, las barriguitas tersas, igualmente blancas y en la mano un cazo de lata con vino y un cigarrillo, no había vasos de plástico. Se reían un poco con los niños, algún toque a una pelota despistada y poco más. Las auténticas animadoras eran las mujeres, las madres, las tías, las hermanas mayores y las abuelas. Pendientes de cualquier detalle, de lágrimas, de alegrías desmedidas, de la llegada de un invitado inesperado, del viento y de si subía mucho el agua. Eran maquinarias perfectas de recoger y ordenar. En muchas ocasiones, a mí que era comilón, me daba hambre a destiempo y con cara de desconsuelo me acercaba a las mujeres, siempre había una que callada la boca me hacía un gesto, metía la mano, sacaba una fiambrera y un maravilloso trozo de tortilla se posaba, como por arte de magia, sobre una rebanada de pan. A veces, por la tarde los hombres escuchaban en la radio los partidos de fútbol del domingo y celebrábamos los goles, según de quién, claro, y corríamos otra vez a la arena a intentar revivir la jugada escuchada. Otra vez negros, otra vez ir a bañarse y así todo el día.

Cuando volvíamos a casa, endulzarnos, unas veces con la manguera en el jardín o en la ducha, si no traíamos mucha arena, relajaditos nos quedábamos. No había televisión y dormíamos como guerreros tras la batalla, hasta el otro día.

Otra cosa fue en la adolescencia, ya en los quince, dieciséis o diecisiete con las giras a playas con amigos, o a Valle Gran Rey. De eso, de las locuras nocturnas y de las bocas secas de la resaca, hablamos otro día. ¿Les parece?

Benjamín Trujillo.

btrujilloascanio@gmail.com

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