Benjamín Trujillo

Salvo en contados lugares del planeta, hablar del norte es hablar de mayor riqueza, de sociedades serias y rigurosas, más austeras y en la vanguardia del desarrollo. Este norte insular fue así en gran parte del siglo pasado. En el segundo tercio de su segunda mitad, las cosas cambiaron mucho. La aparición del turismo que fue sustituyendo como actividad económica a la agricultura, la construcción de la carretera dorsal y otras muchas cosas fueron despoblándolo y quitándole protagonismo en la isla.

Pero no quiero hablar mucho de las circunstancias socioeconómicas, solo estas pinceladas anteriores.

Por mis orígenes familiares viajé a Vallehermoso muchos fines de semana de mi infancia. Al principio no quería demasiado, como alguno de mis hermanos, después fui descubriendo pequeños paraísos que convirtieron los viajes en más placenteros. Había gente de mi edad con la que podía jugar y en escenarios distintos a los que tenía en La Villa. Callejones estrechos y escaleras que desembocaban en la calle principal, la plaza de la iglesia y sus recovecos, Los Rosales y sobre todo El Palmar, la casa de mi tía Paca, su azotea, la cuadra, la yegua, el olor y el sabor de los huevos frescos fritos, el olor del caldo de gallina, los encajes, el olor a alcanfor de los armarios y el Roque Cano que asomaba siempre, por todos lados.

Había muchachas rubias con los cachetes colorados y ojos claros que aparecían en la casa o en la carretera de atrás, a veces en los callejones y en la plaza.

Descubrí a personas habilidosas con las maderas y los metales, escuchaba historias de los viejos, comí dulces con aguas de hortelana, jugué al futbol y no conseguí nunca dominar un trompo, allí donde había auténticos maestros.

Vallehermoso

El tiempo fue pasando y los del norte fueron reapareciendo en mi vida: en general eran más callados, con semblante tristón, más recogidos, sorprendían muchas veces por sus conocimientos de historia, por lo que sabían del campo frente al resto que no sabíamos de casi nada.

Se mostraban orgullosos de su pueblo y mostraban un cierto resentimiento con los villanos o villeros que de alguna manera mostrábamos o presumíamos de “nuestra superioridad”. Cuando oían los nombres de sus personajes, Pedro García Cabrera, Gumersindo Trujillo, Guillermo Ascanio, el cura D. Pablo, levantaban la cabeza pero sin demasiada altivez, con elegante humidad y sonreían hacia dentro dando solemnidad a su silencio.

Eran menos brutos, más suaves y dulces. Tenían una misteriosa vida interior que no mostraban con facilidad y los hacía parecer profundos.

Ahora todo es distinto. Han pasado muchos años en una situación económica nada favorable y hay menos gente.

Pero el Roque Cano sigue tan majestuoso como siempre, las laderas con las sabinas, igual.

Voy con cierta frecuencia y me da un cosquilleo especial cuando me acerco, tanto desde Agulo y Tamargada como si lo hago por el otro lado y bajo desde Epina.

La nostalgia de ver algunas casas en las que transité en mi infancia, hoy destruidas o casi, no me afecta mucho, es el tiempo. Sigo disfrutando de su silencio, de su color, sus cielos grises y la mezcla de ocres y verdes de las montañas que dibujan el valle.

Encuentro algunos viejos amigos y recordamos viejos tiempos, viejas ideas sobre todo con Mario Morales en su cafetería con nombre tan sugerente, Lucía cosas de verdad. Mario sigue hablando con ese tono dulce y sereno, en su negocio, cafetería- dulcería, puedes tomar excelentes cafés, infusiones de todas clases y dulces o helados originales y estupendos. No se olviden de probar la cerveza hecha allí, en Vallehermoso.

El Carraca

Otra recomendación que no puede faltar es que visiten El Carraca, quizás uno de los mejores restaurantes de la isla. Fruto del empeño y trabajo de Juana Hernández quien con el apoyo de su familia ha creado un magnífico lugar donde comer y gozar. Potaje de berros excelente, las carnes, las exquisitas croquetas, las papas, los postres, el frangollo es maravilloso, ahora el polvito pantanero. Todo es de altísima calidad. También son una muestra de la manera de ser del norte, amables y atentos pero sin conversación de más, sin excesos.

Como han evolucionado los tiempos, el tipo de turismo que viene y el que parece que vendrá, Vallehermoso puede volver a ser importante y por lo menos asentar más la población y crecer con pausa.

Cuando me voy de allí lo hago en silencio, sonriendo hacia dentro, dejándolo en ese sofá apacible de mi memoria.

Y pensando en volver.

Benjamín Trujillo.

btrujilloascanio@gmail.com

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