NOTRE DAME AL FONDO EN LOS AÑOS 70
Benjamín Trujillo

POR BENJAMÍN TRUJILLO.- Salí en una guagua desde Bilbao en la tarde del día 13 de julio. Llegué a París a media mañana del día siguiente, el 14 de julio, fiesta nacional francesa. La guagua paraba en Los Campos Elíseos, que se preparaban para el desfile de celebración nacional del gran día de Francia. Llegamos antes de la hora prevista; ver tanta gente, el Arco del Triunfo al fondo, cientos de militares, el calor, la sensación y la realidad de estar en una de las mayores ciudades del mundo me produjeron agobio y miedo, ganas de escapar de esa aventura, de esa osadía y volverme. No estaba previsto encontrarme con mi hermano hasta dos horas después y yo con mi mochila gris allí, en medio del aquel maremágnum. Apareció mi hermano enseguida, con la imagen de siempre, sonriendo, con la mirada ligeramente perdida – ven, vámonos de aquí que hay mucho follón-

Estaba asombrado de caminar por aquellas calles, con aquella arquitectura, con la Torre Eiffel que aparecía al fondo después de cruzar cualquier esquina, con míseros vagabundos que caminaban entre hombres y mujeres elegantes, con el sonido de otro idioma en todos lados.

Hablar de la familia, de La Laguna, de la situación política en la universidad no nos ocupó mucho tiempo, todo estaba más o menos igual. La muerte de Franco sí que había supuesto novedades y nuevas perspectivas pero en nuestro micro mundo de revolución y disputas en un pequeño partido las miserias seguían siendo las mismas.

Aprendí rápido a moverme solo por la ciudad. A ir a la plaza de Notre Damme donde se reunían exiliados españoles, algunos serios, tristes y mayores, otros jóvenes, atrevidos e ilusos como yo que pasaban el día con juegos de cartas, intentando seducir a alguna turista o conseguir algún dinero de una u otra forma. Pasábamos el día a la deriva, movidos por cualquier brisa o cualquier mínimo estímulo; conseguir ir a un concierto, unas faldas elegantes, un grupo de turistas españoles que querían hablar de política y fantaseábamos, nos convertíamos en guías del Barrio Latino, de Saint Germain, de las riberas del Sena, sin saber casi nada de lo que enseñábamos, solo balbuceando algo de francés y presumiendo de refugiados políticos, de víctimas de la dictadura; éramos el “equipo juvenil” de los exiliados.

Conocí a auténticos líderes políticos sudamericanos, argentinos, uruguayos, chilenos, africanos de distinta procedencia, griegos, balcánicos. Casi todos estaban a la izquierda de la izquierda, algunos eran miembros y dirigentes de grupos terroristas. En ese momento no valoré lo que significaba lo que hacían y me sentía en cierta forma seducido por aquellos personajes herméticos, silenciosos y enigmáticos. Algunos se mostraban como tiranos con sus compañeros y eran abiertamente violentos, otros eran siniestros y fríos como el hielo.

Había también mucha ternura y nostalgia, sobre todo en los que no eran tan protagonistas. En las riberas del río o en el banco de cualquier parque escuché historias muy tristes, de familias desechas, de muertos, de hijos lejanos y de ganas de volver a sus países en cualquier circunstancia, gentes a los que la lucha política había sobrepasado y se encontraban en un limbo imposible de resolver.

Todo fue aprendizaje para mí, pero quizás esas situaciones marcaron más que ninguna otra cosa mi pensamiento dubitativo y crítico con las posiciones extremas y radicales para siempre.

Había un indio boliviano, Cecilio, con los brazos muy largos, la nariz grande y aguileña, silencioso. No se cuanto tiempo llevaba en París pero se movía como un zombi en medio de la ciudad, de las conversaciones, estaba perdido en aquella jungla de coches, palabras y dogmas. No entendía dónde estaba, con quién y porqué; parecía estar buscando la puerta de su casa para sentarse en cuclillas y calentarse al sol.

Fue un verano largo y loco, sin lugar seguro donde dormir, sin saber cuando comería, con la melancolía de la lejanía en los paseos por una ciudad maravillosa, con noches de farra y lluvia sin fin ni descanso; de puras osadías adolescentes con viaje a Amsterdam incluido, a los coffee shops y los conciertos de rock. En algunos momentos pensé en quedarme.

Ahora, a veces sueño, en como sería yo si lo hubiera hecho.

Benjamín Trujillo

btrujilloascanio@gmail.com

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