Lomada de La Mérica Foto Juan José Barrera

La lomada de La Mérica está situada en la parte oeste de La Gomera, dentro del municipio de Valle Gran Rey. Sus acantilados, que alcanzan más de 600 metros, son los más altos de la isla. La orilla de esta meseta va desde los 600 hasta los 850 metros que alcanza en Tejerigüete. La Mérica es una atalaya privilegiada y referencia destacada en los paisajes del suroeste insular. Actualmente puede parecernos un pedregal abandonado al olvido y la erosión. Una zona de paso de senderistas en una de las rutas insulares más transitadas. Sin embargo, en el paisaje permanecen vestigios de lo que fue un pasado laborioso, primero, en la actividad ganadera, y luego, en el cultivo de cereales y legumbres y de una industria que aprovechó sus vetas de roca caliza: los hornos de cal.

Lomadas

Cuando un lomo entre dos barrancos contiguos es ancho y llano se denomina lomada. Son abundantes en el sur de la isla, de tal manera que, desde la lomada de la Villa (San Sebastián) hasta la de La Mérica en Valle Gran Rey, nos encontramos con una veintena de grandes lomadas. Unas mantienen su anchura desde la meseta central hasta el mar y otras son como mesas volcánicas aisladas, unidas por lomos y degolladas a la parte central de la isla, como la de La Mérica y Teguerguenche, las más pequeñas y menos inclinadas al coincidir con restos de capas horizontales de los basaltos recientes.

En la evolución geológica de La Gomera, desde que emergió del mar hace más de 10 millones de años, se han sucedido los periodos volcánicos con los erosivos. El último edificio volcánico, el llamado Reciente y que se construyó entre 5,7 y 3,4 millones de años, rellenó las calderas que habían en el centro de la isla y los valles horadados en el periodo erosivo anterior, cubriendo con un grueso manto de capas de lava y piroclastos parte del norte, el centro y el sur insular.

Ese nuevo escudo volcánico lleva erosionándose más de 3 millones de años, produciendo multitud de barrancos que han dejado entre ellos los paquetes de coladas que culminan en mesetas anchas y llanas a las que llamamos lomadas y que conservan la inclinación hacia el mar de las capas de lavas. Todas terminan en acantilados que van desde los 50 m. hasta los 650-800 m. que tiene la de La Mérica.

La Mérica, atalaya y referencia geográfica del suroeste

La lomada de La Mérica es la cima de la montaña de la ladera occidental del barranco de Valle Gran Rey. En el acantilado vertical que da hacia el mar, al suroeste, se aprecian con nitidez las capas horizontales de los basaltos recientes, sobre los materiales del edificio antiguo de la isla. En su base se acumulan los derrubios de los desprendimientos y avalanchas del acantilado formando un pie de risco bastante desarrollado. El topónimo de “Quiebracanillas” hace referencia a los grandes bloques de las coladas caídos en el retroceso del cantil. En todo el acantilado del oeste, horadado por pequeños barrancos y cañadas de fuerte pendiente, se aprecian las capas de lavas con mucho buzamiento (inclinación) de los basaltos antiguos, atravesadas por taparuchas y mostrando algún cantil vertical de desplomes costeros como el de Eredia.

En realidad, como se observa en la foto aérea, desde el lomo del Carretón en Arure hasta la orilla sobre Quiebracanillas, La Mérica es como una mesa volcánica conectada a la meseta central por lomos estrechos y varias degolladas (jolladas), presentando dos llanos: la estrecha Lomadilla y la lomada propiamente dicha, la mayor y más ancha del final.

La Mérica es una lomada especial. En su vertiente oeste termina también en acantilados marinos y no en un barranco. Podemos caminar por toda esa orilla divisando la mar, el delta costero de Valle Gran Rey, el barranco principal y su afluente el de Arure, que delimitan esta montaña por el Este; una atalaya privilegiada y una referencia en los paisajes del sur-oeste insular. En esta cima, solitaria y abandonada, solo transitada por caminantes, perduran muestras de la actividad humana en tiempos pasados. Se conservan los paredones que mantienen el suelo de los andenes de cultivo, los muros del pajar de las vacas en medio del llano y una era cercana y bien conservada. Más al norte, en la cabezada, están las ruinas de la casa, los hornos de la cal y algunos aljibes muestra de la actividad calera.

Más al norte, camino de Arure, se encuentran además testimonios de la actividad de los antiguos gomeros en la zona, como cuevas de enterramientos, de habitación, plantas de cabaña y enclaves pastoriles, así como la conocida montañita de Tejerigüete, lugar de yacimientos arqueológicos.

Vegetación y especies amenazadas

Actualmente, la vegetación está dominada por una pradera de gramíneas y otras herbáceas, salpicada de la vegetación natural de la zona que ha ido repoblando la lomada, como tabaibas gomeras, tajinastes picones, alhucemas, tomillos borriqueros, alguna sabina, ahulagas, cardos, gamonas y otras. En los escarpes bajo la orilla oeste, podemos encontrar raros endemismos gomeros como Chirolophus sataratensis, Convolvulus subauriculatus, o Sideritis nutans, junto a otras especies nativas de la zona, guarecidos en puyatas y grietas de los acantilados y que han escapado del ramoneo del ganado asilvestrado.

De la fauna destacamos al lagarto “gigante” de La Gomera, Gallotia bravoana, dedicada al geólogo y naturalista Telesforo Bravo, una especie descubierta hace pocos años, con una población reducida que vive en el acantilado de Quiebracanillas. Actualmente se intenta reproducir en un lagartario y repoblar con ellos algunos acantilados costeros de la isla, lejos de la presencia de los gatos.

Una voz que permanece

Al igual que el lagarto gigante de La Gomera, acosado por los depredadores, encontró refugio en los andenes más inaccesibles de Quiebracanillas, hasta ser redescubierto en 1999; la voz Mérica, aunque en desuso en el español de la isla, también ha pervivido en el paisaje, habiendo pasado de ser un nombre común, que sirvió para identificar lugares similares geográficamente, a convertirse en nombre propio de este enclave concreto. Perera López (2005) plantea que se trata de un topónimo indígena equivalente a lo que se conoce actualmente como lomada y que nada tiene que ver con la palabra América, como se cuenta en algunos relatos populares. Para sostener este argumento se basa en que el término ya aparece en documentos de los siglos XVII y XVIII haciendo referencia a otros lugares que hoy conocemos como lomadas. Además, aún se conserva en el habla popular, usada como diminutivo, para denominar sitios con características similares [1].

Cuando veas la bruma por Tejerigüete…

En el camino que va de Arure a La Mérica, allí donde éste se estrecha, nos encontramos con la cueva de Tejerigüete, utilizada actualmente como corral para el ganado, que constituye un ejemplo de reutilización y pervivencia, como asentamiento aborigen y enclave pastoril. De la zona de Tejerigüete, aunque parece que no específicamente de la cueva, obtuvo el investigador francés René Vernau, a finales del siglo XIX, treinta y tres cráneos, dos bastones y piedras, de un yacimiento recién descubierto. Restos por los que el francés ofrecía una fuerte recompensa a los locales.

«Cuando veas la bruma por Tejerigüete, suelta gañán tu yunta y vete» dice el dicho popular (del que existen múltiples variantes). Y es que la presencia de nubes en la zona es tenida por señal de que pronto va a llover. Conocimiento popular que no hay que desdeñar, ya que tal nubosidad va asociada a borrascas que soplan desde el Oeste.

Tejerigüete era considerado un “lugar pesado”, es decir, que daba reparo pasar por él, debido a la presencia de miedos (espíritus o fantasmas en la tradición oral gomera): «La gente era muy miedosa al pasar por allí, se veían luces, los cazadores cargaban las escopetas al pasar por allí» [2].

De las tres vidas tristes, más triste es la de orchillar

Orchilla es un nombre genérico para referirse a distintas especies de líquenes del género Roccella utilizados como tinte. En los siglos pasados su recolección fue una actividad destinada a la exportación. La Mérica y los riscos que la circundan, mirando hacia el mar, eran ricos en orchilla y fueron ampliamente explotados para tal fin. Su extracción era un trabajo duro y peligroso, pues había que descolgarse por los riscos, «Triste es la vida del monte, / más triste es la vida del mar, y de las tres vidas tristes, / más triste es la de orchillar». Lo llevaban a cabo los grupos más pobres de la población, sobre todo, las mujeres, y cuadrillas procedentes de Fuerteventura, en las épocas de malas cosechas en aquella isla, «Asoma si quieres ver, / a tu amor cogiendo orchilla, / y rezarás una salve, / a la virgen de La Oliva». En el paisaje también queda su huella en forma de algunos crucifijos de madera que aún perviven en lugares donde orchilleros se desriscaron (como en la Joya de Heredia) o en la toponimia, como por ejemplo, La Poyata de Miguel, en Taguluche, que alude al nombre de un orchillero que allí encontró la muerte. (Perera, 2005, T.3, Vol. 24, p. 68)

Una lomada agrícola y un regadío fallido

Desde los primeros tiempos del Señorío, la conocida entonces como “Mérica de Arure” se calificaba como tierra de “pan sembrar”. En esta zona se combinaron tradicionalmente varios usos: el agrícola, principalmente de secano, destinada a cereales y legumbres; y el ganadero secular, principalmente caprino, que ha perdurado hasta nuestros días [3].

«Porque La Merca en ese tiempo era una riqueza, tenía trigo, cebada, tenía legumbres, tenía chícharos… […] ahora no llueve y no hay nada pero en ese tiempo era rica, La Merca era rica. (José Negrín Marichal “Nicanor” vecino de Arure).

Los mayores propietarios agrícolas de la zona eran “los Trujillos”, suya era la casa de tejas; mientras que los hornos de cal y la casa de azotea eran propiedad de “los Casanovas” [4].

En 1934 se elabora el «Plan Hidráulico para la isla de La Gomera» por parte del Cabildo Insular redactado por el ingeniero José Rodrigo Villahiga. Este plan proyectaba la construcción de varios embalses y acueductos en distintas zonas de la isla apoyándose en el Decreto de 8 de diciembre de 1933. Este Plan Hidráulico planteaba para Valle Gran Rey, la realización de un embalse en el barranco de Arure, en La Quintana, con el objetivo de poner en riego desde La Quintana hasta la lomada de La Mérica. Según consta en un Informe Municipal de 1954: «En este Caserío en el lugar denominado La Quintana, se encuentra en construcción una presa de 500.000 m3 para el riego de Acardece, Arure y La Mérica. Pertenece a la Alcaldía del Barrio de Arure». En 1958 todavía continuaban las obras. La financiación de las mismas corría a cargo del Cabildo de La Gomera, así como el canal y acueducto hasta La Mérica para poder llegar sus llanos, por un importe de unos diez millones de pesetas, «La vital importancia se debía a la enorme extensión de tierras, que en 1958 se consideraban incultivables y que se tenía la esperanza de convertirlas en tierras de riego, entre ellas la lomada de La Mérica». La infraestructura hidráulica se construyó, pero el agua nunca llegó a La Mérica.

Las lomadas como La Mérica, abandonadas hace varias décadas, son hoy verdaderos pedregales donde parte del suelo ha desaparecido por la erosión del agua y del viento. Del uso cerealístico quedan como vestigios un pajar en ruinas y una gran era circular, acompañados por una sucesión de paredones que proporcionan una imagen clara de la explotación cerealística que soportó la altiplanicie.

Los hornos de cal de La Mérica

En La Mérica, la relativa abundancia de piedra caliza favoreció la construcción de hornos de cal, de los que aún pueden verse los restos. Una actividad económica que generó una abundante toponimia relacionada con lugares donde existían esos hornos, o vinculados a esa industria, que están datadas en la Isla desde el siglo XVI, no siendo casualidad que se llame “La Calera” el núcleo de población más cercano (capital municipal de Valle Gran Rey). La necesidad de cal en la construcción hizo que se aprovecharan los depósitos calizos, muy escasos en las islas, excepto en Fuerteventura.

El bicarbonato cálcico procedente de la descomposición de las rocas subió hacia la superficie por los conductos capilares del suelo, depositándose como carbonato cálcico; fenómeno propio de un clima árido y de lluvias esporádicas. Tras su paso por los hornos, mediante calcinación, se obtenía la cal viva, óxido de calcio (CaO). Al tratarla con agua se desprenden grandes cantidades de calor y se forma el hidróxido de calcio, un polvo blanco denominado cal apagada o cal muerta. No fueron pocas las quemaduras que sufrieron personas y bestias al contacto del sudor con la cal viva que cargaban. La cal se utiliza para preparar cemento y argamasa, empleada en la construcción y encalados de casas, muros, etc. Su transporte a hombros fue un trabajo sobrehumano; la construcción a base de cemento y arena acabó con esa epopeya.

Los hornos de cal y la casa de azotea eran propiedad de “los Casanovas” (familia de agroexportadores de Valle Gran Rey pertenecientes a la élite económica y política del municipio). Su construcción data de la década de 1930 o principios de la siguiente. En todo caso, a mediados de la década de 1940 estaban en pleno funcionamiento, ya que además de usarse en el acondicionamiento de las casas particulares, se empleaba fundamentalmente en la obra de la carretera que conectaría Valle Gran Rey con Arure y que en ese tiempo iba por el risco de Yorima, de la que los hornos de La Mérica eran los responsables del suministro de la cal.

Los hornos se construyeron en los lugares donde estaba disponible la materia prima, las rocas calizas, para convertirlas en cal. En las cercanías del horno también se ubicaba el pozo, donde se recogía el agua de lluvia, necesaria para después “abrir la cal”. Era un trabajo muy duro. Los hombres sacaban la piedra, con picos y barras, las mujeres eran las que la recogían y las partían con un martillo para, a continuación, junto con los más pequeños (también trabajaban menores) llevarlas al horno en cestas de pirguan.

Una vez allí, dos o tres personas eran las responsables de cargarlo: echar la leña y la piedra formando capas alternando la cama de leña y la cama de piedras hasta que se terminaba de llenar el horno. Al llegar a ese punto se le daba fuego y se tenía dos o tres días ardiendo. Cuando la leña terminaba de arder, se sacaba la cal y con el agua del pozo cercano se le echaba encima para que la cal “se abriera”. A continuación se transportaba allí donde fuera necesaria. La cal era imprescindible porque no había cemento y se llevaba, principalmente, a Arure, Taguluche, Alojera y Valle Gran Rey.

La leña se traía del monte de Arure: «Había que traerlo a lomos y había personas que tenían un metro y pico como yo, uno cincuenta, uno sesenta y traían 80 o 100 kilos. Arréglate tú, cómo una persona trae diez kilómetros una leña para traer tres veces al día aquí con 80 kilos. […] era por la falta, porque había que traer porque te lo pagaban por kilo. Pagaban 10 céntimos, 12 céntimos por kilo. Entonces había que traer peso para ganar algo, porque si no, no ganabas nada, es verdad, te ibas para la casa sin nada. Sin embargo, si traías bastantes kilos, pues podías ganar 6 pesetas, 7, el que ganaba 8 pesetas era millonario en ese tiempo. A mí me pagaban 3 y yo me reía, con esto me monto algo». (José Negrín Marichal “Nicanor”)

A diferencia de lo que sucedía en esos tiempos, en que la gente iba a escondidas al monte y con miedo a tropezarse con los guardas y les quitaran la carga y las herramientas, con la leña de los hornos no había esos temores: «En ese tiempo no había que ir al monte a pedir permiso pa nada sino llegar y todo lo que estuviera mal parado cargar p’abajo. En fin, que había una madera que estaba torcida porque ya se iba a caer, cortarla y p’abajo. Había que ir a arrancar troncos porque era lo bueno, los troncos de brezo, sacarlos y después con cuñas porque era la mejor leña que había. No hay ningún problema, ahí ningún guardamontes por eso decía nada. A traer leña para la cal, nunca, nunca. Ellos tendrían, tú sabes, los Casanovas, pues, una gente muy conocida, de los más conocidos, pues tendrían ya con ellos sus acuerdos ¿no? De estos van a traer leña para el horno y no había problema ninguno. (José Negrín Marichal “Nicanor”).

La década de 1940 fue muy dura en La Gomera y trabajar en los hornos de cal era de los pocos trabajos que se podían encontrar. Eso sí, la jornada laboral era de sol a sol y el contrato no se conocía. El salario oscilaba entre las tres pesetas diarias de los que hacían trabajos como llevar el agua y cargar las piedras, hasta las cuatro pesetas de los hombres. Las mujeres empezaban a trabajar a las cuatro de la mañana, cargaban la cal en La Mérica y la llevaban hasta Yorima (por donde iba la carretera), dos veces al día o incluso tres. «”Yo cargaba la cal desde allí a las obras de la carretera en un barril» ¿Cuánto podía pesar, D. Juan? «Noventa kilos» Quien conozca el sitio, puede imaginar la fortaleza necesaria para llevar 90 kilos desde el horno al risco de Yorima, por ejemplo. “Cargaba 90 kilos de cal en una canasta y bajaba por una vereda hasta El Guro – Casa la Seda, y subía por otro risco pendiente hasta Yorima, donde estaban haciendo los muros de la carretera al borde del precipicio. Allí la pesaban, la pagaban por kilos y no podías dejar nada por el camino, y vuelta a dar un segundo viaje… ¡trabajitos!» (Juan Montesinos) [5].

No siempre la cal podía abrirse en La Mérica, ya que si no llovía, no había agua en los pozos, por lo que había que transportarla hacia los sitios donde se dispusiera de agua, lo que constituía un trabajo bastante penoso. El salario era de dos pesetas por cada 40 kilogramos de cal cargados. Esta cal se llevaba en bestias y a las espaldas. En Valle Gran Rey había dos lugares donde se depositaba: en la plaza de Lomo Riego, en el edificio donde estaba la antigua Federación Obrera de Valle Gran Rey; y en el molino de Panchillo (actual Casa de la Cultura). Allí la iba a buscar quien la necesitara, y la abrían (echarle agua) ellos mismos. Cal que luego se empleaba en la construcción. Sanz (1999) afirma: «Muchas personas tenían que dejar de trabajar a causa de que se quemaban con la cal cuando le echaban agua para abrirla, éste era un trabajo muy peligroso. En la represa tenían que tener el agua suficiente para abrir la cal y después amasar la mezcla»

Los cambios en los materiales constructivos contribuyeron al paulatino abandono de la actividad de los hornos de cal. Con la generalización del uso del cemento la cal se fue abandonando. De 1948 a 1950 los hornos dejaron de funcionar. «Y en ese tiempo venían a trabajar a las cuatro de la mañana con gomas, que las prendían para venir o con vainas de queroseno, y venían cantando. ¿Te das cuenta? Y venía todo el mundo cantando. Y ahora no cantan ni en una fiesta. Y venía todo el mundo cantando, llegaban aquí y todo el mundo cantando. Mujeres y todo, y venga a cantar todo el mundo, canta tú, canto yo, y estaban más trabajando. Es que había más alegría, después de todo lo que se pasaba había más alegría» (José Negrín Marichal “Nicanor”).

La Mérica como vía de comunicación

Antes de convertirse en una de las rutas de senderismo más populares de la Isla, La Mérica ya era vía de comunicación y tránsito continuo para las gentes de las zonas altas que bajaban con leña, vino o frutos para vender o intercambiar con los habitantes de los barrios situados en la desembocadura del barranco de Valle Gran Rey que, a su vez, subían a vender o intercambiar pescado en Arure o Vallehermoso.

El mismo sendero en que una noche de 1880, el por entonces alcalde del municipio de Arure, Salvador Damas, en colaboración con el secretario Antonio Dorta (ambos vecinos de Valle Gran Rey), contratan los servicios de un pastor y lían en una manta la mermada documentación municipal (que se guardaba en la alacena de una casa de Arure que hacía de ayuntamiento), y a lomos de un burro la trasladan a La Calera bajando por el camino de La Mérica. Todo ello a espaldas de los vecinos de Arure [6].

Su importancia como vía fue disminuyendo, hasta tal punto que, en un informe municipal de 1958, dentro de los planes de futuro relativo a las comunicaciones, sobre la conclusión de un camino vecinal en La Mérica, se decía: «esta obra era absolutamente innecesaria, dado que el llamado Barrio de La Mérica no existe. Se trataba únicamente de dos pajares abandonados. Este Camino sólo beneficiaba a los propietarios de esa pequeña extensión de terreno, que además iba a ser puesta en regadío por el Embalse de La Quintana».

Antiguo vertedero, el impacto medioambiental.

En el camino que conecta Arure con La Mérica, en el lugar conocido como La Asomadilla, encontramos el que fue vertedero municipal desde principio de los años 80 del pasado siglo hasta febrero de 2004. Esta zona contiene materiales muy contaminantes que siguen, desde 2004, provocando daños al medio ambiente y contaminando el entorno y las aguas: basuras orgánicas, envases, plásticos, vehículos, amianto, electrodomésticos, y que siguen a la espera de una restauración medioambiental. Un lugar donde reflexionar sobre las malas prácticas ambientales.

Valle Gran Rey: cultivos frente a cemento

La lomada de La Mérica es un lugar privilegiado para contemplar el barranco de Valle Gran Rey y hacer una lectura de la evolución de su paisaje, no solo desde el punto de vista geológico: un llano costero, el mayor de la Isla, formado por las avalanchas sucesivas de los riscos de Teguerguenche y La Mérica junto con el aluvión arrastrado por su barranco; sino, también, histórico: todo territorio sometido a la presión antrópica se modifica a lo largo de los años dejando huellas que se pueden rastrear e interpretar. En el caso concreto de Valle Gran Rey, nos sirve para indagar en su historia, en cómo ha sido el aprovechamiento del lugar, las actividades económicas, la transformación del paisaje, el desarrollo urbano y las consecuencias que podría acarrear el sucumbir ante un modelo de crecimiento basado la depredación del territorio, interpretado como un mero solar.

Notas

[1] La Mérica de Alajeró, La Mérica de Chupa (se corresponde con la actual La Dama), La Mérica de Los Almácigos, La Mérica de San Andrés (al Sudeste del caserío de Jerián), La Mérica de Seima, La Mérica de Teguerguenche, La Mérica de Tesina, La Mérica del Berodal (al Sur de Jerián) y La Mérica del Higueral (San Sebastián). También en su diminutivo castellanizado como Meriquilla, en: Erese, Erque, Meriquilla de los Moros (La Cantera), Las Hayas, Las Rosas, Los Almácigos, La Meriquilla de Masambique (Alajeró), La Meriquilla de Teguerguenche (entre Valle Gran Rey y Vallehermoso), Meriquilla de Orgás (Alajeró), La Meriquilla de Tío Domingo Vera (Alajeró), Las Meriquillas (Valle Gran Rey). (Perera López, 2005, pp. 123 -159, T.2., Vol. 13).

[2] «En Tejerigüete había luces, había miedos». (Perera, 2005, T.2, Vol. 17, p. 78.)

[3] Si bien la lomada de La Mérica fue zona agrícola, la actividad pastoril y la explotación ganadera se mantuvo con usos y costumbres tradicionales hasta hoy. «El hecho de que por el Norte lindara con la zona comunal de pastos conocida por La Costa, obligaba al siguiente pacto con los cabreros que la frecuentaban: en época de germinación –noviembre a junio o julio- aquéllos se quedaban a dormir allí al objeto de controlar a sus animales, pernoctando en cuevas (Cueva de Piedra Molino, Cueva de Tejerigüete), de forma que después de la siega las tierras quedaban “libres” para disfrute del ganado» (Lorenzo, 2000, pp. 93-94).

[4] «La Mérica, […] en más de su mitad pertenece a los Trujillo del Borbalán, Valle Gran Rey: “los Trujillo eran siete y a cada uno le tocó siete yuntas de aradura, eran los más que tenían”». (Lorenzo, 2000, p. 93).

[5] Juan Montesino Barrera. La Gomera, su paisaje y su gente (https://www.facebook.com/jmontesinob/).

[6] Arure fue cabecera municipal hasta 1880. El ayuntamiento se encontraba en una vieja casa de La Ladera, donde la alacena servía de estantería para la documentación existente. La excusa dada para el traslado de la capitalidad municipal fue la mayor pujanza que tomaba este caserío y el valle en su conjunto. La documentación estuvo un breve espacio de tiempo en La Casa de la Seda, para luego ser trasladada a La Calera. La casa que albergó los primeros papeles del ayuntamiento se encuentra actualmente en ruinas, siendo llamada «Las Puertas del Gobierno». El edificio donde se ubica actualmente el ayuntamiento se comenzó a construir en 1941, año en que también cambia de nombre, cambiando el de Arure por el del actual Valle Gran Rey.

Informantes:

José Negrín Marichal “Nicanor”. Vecino de Arure y trabajador de los hornos de cal. Entrevistado en 2005 durante la realización de la serie documental La Gomera hablando con la memoria.

Bibliografía

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PERERA LÓPEZ, J. (2005). La toponimia de La Gomera. Un estudio sobre los nombres de lugar, las voces indígenas y los nombres de plantas, animales y hongos de La Gomera. La Gomera: AIDER La Gomera.

SANZ, F. (1999). Historia popular de La Gomera. S/C de Tenerife: F. Sanz, Ed.

Archivos

Archivo Municipal de Valle Gran Rey.

Autores: Miguel Ángel Hernández Méndez, Juan Montesino Barrera y Luis Jerez Darias. Centro de Estudios e Investigaciones Oroja (CEIO).

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