Pablo Scarpellini | .-Una tan blanca,tan rubia,tan fina,tan apta para un voto pulcro y republicano. La otra tataranieta de esclavos,negra,archiconocida en cada ámbito,la mujer del mandatario contemporáneo que más pasiones despertó en su momento,adalid de la causa social,elegancia y carisma. Son Ann Romney y Michelle Obama,las dos mujeres más importantes de esta campaña presidencial,dos egos secundarios sobre el papel que en realidad podrían tener un peso muy específico en el desenlace de la carrera por la Casa Blanca.
Los analistas,que no las encuestas,les atribuyen a priori un buen puñado de votos,especialmente a Obama,más conocida en esa lides que una Ann Romney acostumbrada a batirse el cobre electoral a nivel estatal,en Massachussetts,donde aprendió a ser primer dama regional.
Con sus notorias diferencias,las dos se han lanzado de forma decidida a apoyar al cabeza de familia,pese a haber tenido en común,precisamente,la reticencia a seguir elevando a los altares las figuras de sus respectivos maridos.
«Yo misma dije,y lo grabé en un vídeo,que esto que estoy haciendo ahora no lo haría nunca más»,confesó la mujer del candidato republicano en su último acto de campaña,grabado en un vídeo hace cuatro años. «Pero he vuelto a caer».
En cuanto a Michelle Obama,ya hace muchos años que trató de frenar los ímpetus políticos del brillante letrado de Hawai,en la época en la que ambos trabajaban en una firma de abogados de Chicago. Pero Barack y su retórica apasionada se abrieron paso como un cuchillo afilado y las tornas cambiaron.
A la primera dama no solo no se le discute ya ese escepticismo político sino que se le han atribuido ínfulas presidenciales de la mano de sus actos de campaña en solitario y su enorme popularidad en las encuestas,como una reciente del The Washington Post,que señalaba que ocho de cada 10 mujeres afroamericanas se identifican con ella,descrita como «inteligente,fuerte y con clase».
Romney,por el contrario,no anda en ese ámbito y puede que nunca lo esté,quizá por haberse pasado media vida cuidando de cinco niños y atendiendo a su marido,al que conoció en su instituto en 1969. Fue su primer y casi único amor,un matrimonio de fidelidad y devoción al que aún no han sido capaces de encontrarle escándalo alguno en sus ya varias campañas políticas.
Los sobresaltos de su vida,por el contrario,le han ayudado a reforzar su imagen pública. En 1988 fue diagnosticada con esclerosis múltiple,además de tener que lidiar más recientemente con un cáncer de mama.
Por eso la campaña de su marido ya ha anunciado que si se convierten en los próximos inquilinos de la Casa Blanca,la nueva primera dama de 63 años,mormona y abuela de 19 nietos,dedicará gran parte de sus esfuerzos a la prevención de enfermedades como las que ha padecido.
Michelle Obama,por su parte,ha dejado claro que lo suyo seguirán siendo también las causas sociales y que no aspira a un puesto de mayor relevancia en el futuro. Sin embargo,a sus 48 años,es una de las figuras públicas más veneradas en todo el mundo,madre pendiente de sus dos hijas,discreta pero elegante en el vestir y con poder de mando para influir en el estado de ánimo del Presidente.
«Hasta ahora no habíamos visto nunca a una primera dama en semejante posición,y es interesante de contemplar»,explica Krissah Thompson,redactora política de 'The Washington Post'. «En 2008 era un personaje secundario,más distante,escéptica de todo el proceso político. Ahora,en su discurso,habla de los éxitos de Obama y de lo que hay que hacer,no solo porque es su marido,sino porque cree en lo que está haciendo. Sabe que va a ser una campaña muy reñida y que necesitan cada voluntario,cada voto».
Esa visión y su empeño por convencer al electorado podría servirle para estar otros cuatro años en la Casa Blanca y evitar que Ann Romney ocupe su puesto. En sus manos está,en parte,lo que pueda deparar el destino.
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