Las Islas Canarias se pueden entender,política y económicamente,como dos realidades. Hay unas islas de crecimiento acelerado,donde el desarrollo económico y poblacional ha funcionado a un ritmo vertiginoso. Y otras donde el progreso ha sido con menor intensidad. Son dos modelos de desarrollo en una Canarias de dos velocidades y donde el poder político ha tomado las decisiones que creía mejor pero anclado,en muchas ocasiones,en una especie de “centralismo archipielágico” injusto.
El desarrollo económico de las Islas está claramente vinculado al crecimiento poblacional. Y al revés. Si miramos los datos de la evolución de la población en Canarias la evidencia es aplastante. La Gomera pasó de 15.000 habitantes en el año 1991 a los 23.000 que tuvimos en 2011. Este moderado crecimiento también se puede observar en islas como La palma y El Hierro. Cuando miramos hacia esa “otra” Canarias de la que hablo,las cifras son espectaculares. En Lanzarote,en ese mismo periodo del 1999 al 2011,se pasó de 64.000 a 142.000 habitantes. En Fuerteventura,de 36.000 a 104.000. En Tenerife la población creció de 623.000 a 908.000,especialmente en los municipios turísticos. Y lo mismo en Gran Canaria,que pasó de 666.000 habitantes a 850.000.
Como es más que evidente,el crecimiento de la población está ligado al desarrollo turístico. Pero hay más cosas detrás de ese fenómeno que nos deben llamar la atención. A más población residente,aumentan las demandas de inversiones en infraestructuras y servicios. Para esos nuevos ciudadanos hay que construir nuevas carreteras,hay que hacer nuevos centros educativos y sanitarios. Hay que destinar,en suma,mayores cifras de dinero público. Y conforme se invierten más recursos se produce un sistema de “retroalimentación”,porque esos nuevos servicios atraen más población que vuelve a demandar nuevas inversiones,que atraen más población,que demandan más servicios e inversiones…
¿Es bueno ese otro modelo de crecimiento desmesurado? A la vista está que no. Los médicos y los agricultores saben que las cosas que crecen muy rápidamente o son muy malas o valen para muy poco. Quienes creemos en otra clase de desarrollo sabemos que hay que ir paso a paso,sin superar la capacidad de carga de nuestros territorios,respetando el medio ambiente y modulando que el crecimiento se vaya consolidando e integrando en un desarrollo armónico con la población,con la juventud emergente y con las nuevas actividades empresariales que van surgiendo en su entorno. Pero como siempre ocurre,los extremos son malos. Tan negativo es que algunas islas se hayan lanzado a incrementar el número de plazas turísticas y al boom del ladrillo como que a otras se las haya colocado en un rincón de la prosperidad,considerándolas en una “segunda división” de la calidad de vida.
En numerosas ocasiones se argumenta contra las llamadas islas menores que consumen más recursos de los que realmente producen. O lo que es lo mismo,que la actividad económica de las islas más eficientes deriva recursos hacia esas otras islas que tienen menos población y menos peso económico. Eso,por cierto,lo dicen quienes han permitido que el turismo en Canarias –el sector económico con mayor protagonismo y mayor peso— esté protagonizado por inversiones foráneas y deje más rentas fuera de las islas que dentro.
Pero la cuestión es que desde el comienzo mismo de esta Autonomía se ha consolidado un centralismo especialmente pernicioso. Centralismo en las sedes institucionales. Centralismo en las decisiones que se toman sobre modelos de desarrollo. Centralismo en la localización de recursos y medios. Centralismo en la configuración de un sistema de transportes. Centralismo,en suma,en una vida que pivota en torno a las dos grandes capitales de Canarias que viven ajenas a la realidad que existe en las restantes islas.
No todo ha sido malo ni negativo y sería injusto negar lo mucho que hemos avanzado en estas más de tres décadas de democracia. Pero ya va siendo hora de plantearnos qué errores se han cometido y qué soluciones podemos encontrar. Y una de ellas,de la que siempre se habla y nunca se concreta,es la necesidad de darle un mayor protagonismo y capacidad de decisión a los Cabildos Insulares. Se ha dicho –y lo comparto- que el Gobierno de Canarias debe asumir aquello que es común a todos los ciudadanos de la región como,por ejemplo,la Sanidad o la Educación. Y que los Cabildos debieran asumir la gestión de las estrategias de desarrollo de cada una de las Islas. La realidad que nos presenta hoy Canarias es que se toman decisiones que aplican las mismas medicinas a diferentes enfermos. La Gomera tiene problemas y retos que tienen muy poco que ver con los de Lanzarote o Tenerife. Porque nuestro modelo de desarrollo no es igual. Porque nuestras decisiones han sido distintas.
Ahora,que la crisis ha desplomado las expectativas de quienes pensaron que el crecimiento del turismo y la construcción era ilimitado,se están pensando en soluciones para afrontar las terribles consecuencias sociales: cientos de miles de personas en paro y empresas en liquidación. Y una vez más,Canarias se parece que se mira en el ombligo del centralismo sin atender a la otra realidad de islas que no se lanzaron al mismo mar turbulento del negocio rápido y el crecimiento acelerado.
Quienes hemos padecido la doble insularidad y hemos vivido ajenos a la fiebre del oro del ladrillo estamos esperando. Sería doblemente injusto que hayamos padecido el olvido en los tiempos de la expansión económica y acabemos pagando los platos rotos de una comida de la que han disfrutado otros. Hay otra Canarias que ni puede ni debe ser ignorada por más tiempo. Otra Canarias,más modesta,más tranquila y menos ambiciosa en la que tal vez deberían mirarse quienes hoy están sudando la gota gorda pensando cómo salir del inmenso lío en el que se han metido.
Casimiro Curbelo. Presidente del Cabildo Insular de La Gomera y de la FECAI