Cuando toda una sociedad se ve conmocionada por noticias como las matanzas del neofascista cristiano Anders Breivik o,más directamente relacionada con la población española,la del presunto asesinato de su hija y su hijo de corta edad (Ruth y José) por parte de José Bretón,se nos hace tan incomprensible,tan inaceptable el hecho que buscamos razones,generamos hipótesis en busca de explicación de lo que inhumanamente ha sido capaz de hacer alguien que,a priori,cumplía el perfil para ser definido como ‘humano’.
Aunque en el proceso judicial a Anders Breivik el tribunal noruego,con excelente criterio,ha decidido que no existe ningún atenuante de enfermedad mental para su acción (es decir,que ese sujeto no es enfermo mental y era consciente de sus acciones),en España,en estos últimos días,distintos autores y opinadores profesionales vienen enmarcando el presunto comportamiento de José Bretón dentro del ámbito de “la locura”.
En este sentido,los profesionales de la salud mental nos vemos requeridos desde distintos medios y entornos a responder a la pregunta ¿qué tipo de mente enferma puede haber guiado este tipo de comportamiento?. La respuesta honesta y necesaria puede ser desconcertante: no hay enfermedad a la que atribuir un comportamiento así.
Lo más aceptable para nuestras vidas sería que un comportamiento contrario a lo que consideramos humano fuese producto de una enfermedad,lo que nos evitaría tener que aceptar la maldad presente en nuestra especie. Pero ese atajo mental supone negar la responsabilidad que tienen los individuos de sus actos y el de asociar de nuevo,falsamente,la enfermedad mental grave con la violencia.
Puntualmente -muy puntualmente-,un trastorno psicótico podría llevar a cometer un delito con violencia. Podría darse el caso de que una persona con enfermedad mental (que no esté tomando su medicación adecuadamente) pueda creer que,por ejemplo,el psicólogo del equipo de salud mental que le ayuda es un miembro de una perversa organización que se propone arrancarle la información que tiene,con objeto de destruir el mundo. Si en ese contexto de irrealidad agrede al psicólogo,esta persona no debe ser considerada culpable de un acto violento -cosa que nunca se propuso premeditadamente- sino de haber intentado defenderse a sí misma y a la humanidad. Y,como sociedad,sólo debemos ofrecer el tratamiento que evite que vea miembros de organizaciones perversas donde no los hay y facilitarle su inserción en la realidad social que le circunda.
Pero no hay enfermedad mental que coarte la libertad y libre albedrío de un Breivik ni de un José Bretón,que han demostrado una capacidad de manejo certerísima de la realidad y que,con seguridad,sabían lo reprobable de su conducta,pues la intentaron ocultar. No hay objeto de tratamiento clínico y psiquiátrico aquí. El mal causado es irreparable y sus ejecutores tenían consciencia de ello.
Desde el Centro de Rehabilitación Psicosocial de La Gomera nos apremia dejar claro que estos casos no sirvan para causar daños paralelos a otros inocentes. Porque,como afirma el psiquiatra Alberto Fernández liria,“empezamos a querer ver enfermos mentales donde sólo hay malvados y acabamos viendo malvados donde sólo hay enfermos mentales”.
Equipo del Centro de Rehabilitación Psicosocial del Enfermo Mental de La Gomera