En realidad,éste podría ser un artículo para alabar una a una todas las cosas hermosas que encontré en La Gomera a mediados de agosto,hace ya dos meses. Todas las que,gracias al verbo fluido y la didáctica palabra de Tony fueron grabándose en mí,instalándose definitivamente en esa parte del recuerdo que permanece. Pero creo que este espacio debe servir para agradecer todo lo que esta isla me dio; lo que cambió en mi vida,lo que dejó en ella y lo que mantengo.
Gracias a La Gomera por ser como es. Por haber sabido permanecer pequeña y enorme a lo largo del tiempo,discreta e inmensa,desconocida y fundamental. Porque ha hecho del respeto y el equilibrio mandamientos de fe. De la humildad,un motivo de confianza en sí misma. De la delicadeza,una causa y un efecto. Ahí todo es fácil,todo fluye sereno,todas las piezas del puzzle encajan. Cada momento tiene su tiempo. La espera y la pausa llegan solas y se aprenden. Hasta que no te detienes en esta isla y permites que la isla se detenga en ti no eres plenamente consciente de por qué la prisa te sobra.
Gracias a sus barrancos me temblaron las piernas. En sus selvas antiguas no supe qué fotografiar,dónde y por dónde empezar a mirar de tanta belleza como encontré. Su mar siempre me devolvió serenamente a la orilla y sus nubes lanzaron para mí mensajes de paz. En paz me mantuvo La Gomera,en paz me cuidó y en paz me regresó cuando entendió que sí,que estaba en paz.
Gracias por su silencio sobrecogedor y eterno. Por la música brasileña que escuché una noche de sábado junto a una playa tranquila de San Sebastián. Gracias por las historias de jefes y grandes reyes poderosos,sentimentales y guerreros. Por las rocas y montañas que custodian la magia y por la magia que habita en todo y que a todo contiene. Por la cena de despedida en ese restaurante en el que nada casaba con nada y todo era exactamente como tenía que ser. Por los buenos días y buenas tardes que recibí. Porque me sentí acogida y en casa.
Gracias a Tony,a Mariano y a Manuel. Sin ellos La Gomera no hubiera podido hablarme tan alto y tan claro. Con ellos encontró la voz adecuada para hacerse entender.
Me senté en la piedra del claro,Tony. No me queda más remedio que volver.