uan Barrera es el último cabrero que queda en la ciudad y que saca sus cabras al Barranco de Santos. Pero este pastor y empresario de la construcción ya no tiene fuerzas para hacer todo el trabajo solo. La salud no se lo permite.
Barrera,vecino del barrio de La Salud,cumplió 60 años el pasado Día de Canarias,un 30 de mayo que cada año pesa más. Barrera es original de Valle Gran Rey,La Gomera,donde pasó su juventud y tuvo su primer contacto con los animales de granja. «Toda esta afición me viene por mi padre,que cuando yo era chico tenía cabras,ovejas y hasta vacas»,recuerda el gomero. «Así aprendí a cuidar a los animales y supe la satisfacción que se siente al hacerlo»,informa Verónica Galán para el periódico La Opinión.
Hace unos años que a Juan le dio un ictus. «Después de aquello mi salud no está igual y no puedo trabajar como antes». En ese momento fue cuando decidió adquirir el rebaño de cabras y ovejas,a sabiendas de que «esto es un capricho mío pues no gano nada dinero con ellas». Desde entonces,su empresa tiene menos trabajo,aunque también la crisis tiene mucho que ver. «Ya apenas hay obras. Yo tengo las palas y las excavadoras paradas desde hace meses»,se lamenta.
En total,Juan roza el centenar de animales,entre cabras y ovejas. La variedad no falta en este rebaño: las tiene negras,marrones,caoba,blancas y negras como las vacas,con el pelaje largo liso,largo enredado y peladas al raso. Aunque la cifra siempre varía porque este cabrero las va regalando,adquiere otras,las cambia… «En total habré regalado unas 20»,recuenta Juan. Este cabrero asegura que «nunca he matado a ninguna». «No soy capaz de hacerlo».
Las cabras y las ovejas no pueden estar todo el día encerradas,porque se estresan. Por eso,es necesario sacarlas a pasear y pastar. Y qué mejor lugar que el Barranco de Santos,al que da su casa,de 16 kilómetros de longitud. Estos animales de granja se desestresan en el rural sendero que cruza la ciudad.
Lejos de los coches,las farolas y la prisa del gentío,un rebaño de cabras y ovejas,ajenos,cruzan la ciudad por esta garganta. Pero con el tiempo,los achaques de la edad no le permiten hacer estas excursiones como antes. «Mi familia se preocupa mucho por mí cuando salgo,y tienen razón. Mis hijos me dicen que cualquier día piso mal y me pasa algo»,comenta. Ante esta situación,Juan recurre a su amigo Manuel Gil,que gustosamente se da el paseo con las cabras por el barranco.
El rebaño parece disfrutar por las paredes del barranco,sorteando las piedras y comiendo todo lo que encuentran. «Son unas golosas y van a por todo pero no me gusta que coman plástico porque les puede sentar mal»,explica Juan,temeroso de que alguno de sus animales sufra una obstrucción intestinal. «Suelo llevar una bolsa para ir recogiendo la basura y evitar que se la coman»,pero muchas veces las cabras son más rápidas que él. Este problema no existiría si en el Barranco de Santos no hubiese restos de plástico,latas de refresco,envoltorios de bollería y mucho más. «La yerba es lo que deberían comerse»,sentencia Juan,algo molesto por el empecinamiento de sus cabezas de ganado en devorar lo indigerible.
Cuando danzan en libertad,las cabritas a veces olvidan el camino a seguir y se acaban alejando del rebaño. Para evitarlo,Juan coge callaos del suelo y las tira hacia donde no tienen que ir,ahuyentándolas. Por eso suele ir con una en la mano. También ayuda mucho su perra,Luna,la auténtica pastora del rebaño. Se la regalaron hace muchos años en Benijo del norte. La perra era pequeña y estaba enferma. «Enseguida la llevé al veterinario para que la vacunaran porque estaba fatal la pobre. Nos costó mucho pero ahora me lo agradece ayudándome». El pastor alemán estuvo 5 días entre la vida y la muerte y al final,gracias al empeño de su amo,consiguió recuperarse del todo.
Cuando Manuel no viene a sacarlas y Juan no puede,éste les prepara un rico manjar compuesto por hoja de platanera que una vecina le regala. «Se las troceo y se la comen a bocados». Pero lo que realmente les apasiona a las cabras son los plátanos,como buenas canarias. «Un amigo de Tejina me los regala y de vez en cuando me paso para que ellas disfruten».
Juan no saca nada de rentabilidad con las cabras. Todo lo contrario,pierde dinero: «Me gasto una media de 100 euros a la semana en ellas». Los baifos que paren las cabras los regala. Raramente los vende. Muchas veces Juan lleva a cabo el trueque e intercambia las cabras por otras cosas o incluso le dan cabezas nuevas a cambio de algo. Un ejemplo es uno de los hijos de Luna. «La primera vez que parió la perra regalé todos los cachorros menos uno que me quería quedar yo»,comenta Barrera. «Un amigo mío insistió mucho en que se la regalara o vendiera y yo estaba empecinado en que no. Al final me propuso un cambio: dos cabras por el cachorro y no me pude resistir». No le salió mal la jugada ya que Luna ha dado a luz de nuevo y Juan volvió a quedarse uno de los retoños,esta vez para siempre. «Ya está aprendiendo a lidiar con las cabras. Es pequeño pero aprenderá»,cuenta Juan con una sonrisa en los labios.
Hace poco que este gomero le compró unas cabras muy pequeñas a una octogenaria que no podía cuidarlas. «Llegaron muy desnutridas,casi muertas»,explica Juan. «Las llevé al veterinario porque ni estaban vacunadas. A ver si tiran para adelante,aunque hay una que no sé,no tengo claro que lo supere…». Este amante de los animales se refiere a uno de los baifos negros,sin duda el más pequeño del rebaño,que lucha por sobrevivir y camina como uno más.
Otra de las cabras que ha rescatado Juan es ahora como un perrito faldero: no se separa de él. «Es como un perro faldero,a donde yo voy va él»,explica,encantado,el cabrero de La Salud.
Todas las cabras y ovejas llevan en su cuello un grillote,como se le dice en la gomera al cencerro. Estas piezas de metal crean una melodía con la que todo el barrio se entera de dónde andan las cabritas.
Roseta,La Niña,Palmera… Son algunos de los nombres de las cabras. Juan las diferencia a todas perfectamente: «Es como cuando estaba en clase,que uno se aprende el nombre y los apellidos de los alumnos».
Barrera vino de Valle Gran Rey a Tenerife cuando tenía 16 años. Estuvo un tiempo yendo y viniendo. De hecho,su primera mujer es de La Gomera. Estuvo viviendo entre Las Galletas y Arafo,donde tuvo algunas cabras también. «Un día le pedí a un amigo que me las cuidara porque me tenía que ausentar y cuando volví las pobres no tenían solución. Se había ido de juerga y las había abandonado… Las tuve que quitar todas»,cuenta Juan con un nudo en la garganta. «Estuve dos días llorando»,confiesa.
Y es que mimar de estos animales es un sacrificio constante por los cuidados que requieren,pero «compensa». «Estar aquí con mis cabras me reconforta de una manera que no sé explicar»,cuenta.
Aunque no siempre es bueno todo lo que viene de las cabras. En la tarde del miércoles pasado Juan tuvo un accidente con su rebaño,que entró por la cancela del corral con tal fuerza que lo atropellaron. Juan no encontró otra salida que lanzarse encima de las cabras para que dejasen de hacerle daño en su pierna,que salió perjudicada y ahora cojea y tiene que guardar reposo. «Eso es algo que no puedo permitirme. Es muy fácil decirlo pero las cabras me necesitan».
Ahora lleva 20 años afincado en el barrio chicharrero de La Salud,donde vive actualmente con su mujer. Tiene siete hijos,que cada dos por tres lo llaman para saber de él,y muchos nietos. «Uno de mis hijos me acaba de llamar porque su mujer acaba de dar a luz».
El sonido de los cencerros es inconfundible. «El día que le moleste a algún vecino las quitaré»,asegura el gomero,último cabrero que queda con un rebaño tan grande en pleno Santa Cruz.
Desde lo alto del barranco,la mujer de Juan pega un silbido y todas las cabras comienzan una estampida. El rebaño corre por el barranco cuesta arriba para volver a casa,donde les espera su ración de millo,alfalfa y trigo. «Nunca sabes lo que te depara la vida hasta que la vives»,sentencia Juan,mientras camina cojeando de vuelta a casa.