Concha García Campoy era una ilusión,una sonrisa,una voluntad de hierro en tiempos oscuros,y en tiempos luminosos. Representó en la regeneración ilusionada de la radiotelevisión española (y de Televisión Española) la apuesta por los nuevos rostros pero también por las nuevas dicciones,por una nueva imagen de este país dicha por gente joven que detrás tenía entonces la ilusión intacta.
Hizo un camino inverso al habitual,de la televisión a la radio,y luego hizo otra vez ese camino. Señaló su tiempo con su imagen pero también con su palabra; informó,entrevistó,le dio voz y cara a las noticias,pero dentro tenía el alma que le confirió a todo,y no desmayó ante el micrófono. Quiso saber,saber jugando,saber riendo,y también saber pensando,inquiriendo,tratando de hacer de las viejas sentencias del periodismo (periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente) una oración laica,una manera de estar ante los otros,y sobre todo ante los que miran o los que oyen.
Fue una bendición para la radio y para la televisión. Y para la amistad. Hace nada se comunicaba con sus amigos repitiendo la jaculatoria que no abandonó: volveré. No volvió. Murió hoy,en lucha por conservar la ilusión,la sonrisa y la risa. No puedo recordarla sino riendo,sonriendo,con las cejas unidas por una preocupación,pero presta siempre a cambiar el ceño para ayudarte a vivir.
Unas horas antes,por la mañana,otra noticia trágica,otra ilusión devastada. Esta vez,Jesús Robles,el artífice,con su mujer,María Silveyro,de la más audaz actividad librera,la que combinaba cine con libros con guiones con copas y con amigos,Ocho y Medio,la mítica librería que subsiste (gracias a la lucha de ellos dos) en la calle Martín de los Heros de Madrid,donde (aun) hay cines y donde (aun) subsiste esa librería.
Tuvieron tiempos terribles,y los sobrepasaron,con emoción y con esa audacia que ahora ya no ha podido con el cáncer. Tan joven Jesús. La noticia ha sido la crónica de otra devastación en un día aciago en el que parecía que todo iba a irse,en el calendario,como una fecha más de este verano que en Madrid no deja que crezcan los pájaros ni las frutas. Pues Jesús se ha ido.
Y no sólo eso; de pronto,mientras pasaba la tarde,las noticias se aceleraron en torno a lo más oscuro de los calendarios y apareció en las pantallas de los teléfonos la información de la muerte de un editor,Manuel Fernández-Cuesta,que hace una semana nos comunicó a los amigos que había sido invitado a dejar su puesto en la dirección de Península.
La última actividad en la que estuve con él fue hace unas semanas,en la presentación del libro de Manuel Hidalgo El banquete de los genios,crónica inolvidable del inolvidable encuentro de Buñuel con directores de cine en Los Ángeles. Allí hizo de editor,expresó su entusiasmo y también su cariño,por el autor,por el libro; cumplió con creces la tarea más imprescindible de todas las que son obligatorias cuando un autor te confía un manuscrito: asistir con entusiasmo al bautismo. Él aprendió ese oficio de otros maestros.
Un día,cuando no lo conocía aún,en 2005,me condujo a leer Editar la vida,de Michael Korda,que él había editado con entusiasmo y tino. Eser libro cambió mi vida cuando estaba variando del sector editorial al periodismo que volví a ejercer. Él supo,me cabe ese consuelo,hasta qué punto fue tan importante ese libro en mi vida,y por tanto lo importante que es su figura de editor en mi propia autiobigrafía en relación con los libros. Me llegó la noticia de su muerte mientras hacía una entrevista,precisamente; el latido de la vida siendo el contrapunto de la muerte. La vida siguiendo,editándose a sí misma,mientras los teletipos nuevos van dando cuenta de esta enorme devastación que es al fin y al cabo vivir.