Toño Díaz Foto Iru Izquierdo DIARIO DE AVISOS

El periódico Diario de Avisos publica un amplio reportaje dedicado a lo que su autor, Benjamín Reyes considera «El último herrero de La Gomera’.

Trata del día a día a Toño Díaz, hijo del emblemático y ya desaparecido Antonio Díaz Velázquez, el Tunera. fallecido hace diez años.

El interés de este trabajo periodístico que rescata la vieja profesión del herrero, queremos también incorporarlo a Gomeranoticias, considerando que así promovemos la intención del autor de conocer en profundidad el trabajo que hoy realiza este ‘último herrero’ con un viejo oficio en este primera cuarta mitad del siglo XXI.

Por Benjamín Reyes

Son las 9 de la mañana en San Sebastián de La Gomera y en el camino de Puntallana suena un martillo golpeando un yunque. Este sonido, característico de una herrería, parecía que no iba a escucharse más en la isla colombina tras la desaparición de Antonio Díaz Velázquez, el Tunera (1929-2008).

El Tunera regentaba su herrería en la calle de Arriba (hoy calle Real) en la capital gomera, donde se llegaron a contabilizar una docena de herreros hace varias décadas. Se encargaban de elaborar los cencerros del ganado (con metal bañado en bronce), que servían para saber a quién pertenecía el ganado. Sin embargo, a partir de los 70 se dejó de herrar a los animales, después se paralizó la elaboración de hoces (al dejarse de sembrar cebada y trigo), así como la manufactura de cuchillos y faroles.

Sin embargo, su hijo, también llamado Antonio (aunque le suelen llamar por su nombre de pila, Toño) decidió proseguir con esta inveterada tradición a pesar de la irrupción del siglo XXI, que se ha llevado por delante numerosos oficios artesanales.

Toño Díaz, cada mañana, se acerca a su pequeña herrería, situada al lado de un manguero, desde el 2008. “Esto viene de generación en generación. Desde mi bisabuelo paterno Antonio José Díaz, que entre otras actividades calzaba bestias con un pujavante (instrumento para recortar las pezuñas). La situación obligaba. Mi padre no solo se dedicaba a la herrería sino también a la agricultura”, comenta Toño Díaz. “La mayoría de los que compran mis artículos son agricultores. Si no fuera por la gente del campo ya hubiera cerrado”, puntualiza. “Hay cosas que siguen teniendo utilidad, como el regatón (pieza de metal que se pone en el extremo inferior de lanzas o bastones para darles mayor firmeza), la barreta (para deshijar las manillas de plátano) o las fijas (que se usan para coger erizos)”, aclara.

“La herrería ha ido cambiando de ubicación. Paso de estar en la calle Real a El Tanquito (cerca del Auditorio Infanta Cristina), ya que las modalidades de vida van cambiando. Debido a los golpes y el humo de la fragua tuve que cambiar a la actual localización del camino de Puntallana. Esta dependencia, de unos 12 metros cuadrados, se empleaba como vivienda, que fue construida con piedra, barro y cal. Mi padre me contó que por aquí pasaron hasta cuatro familias. Una de ellas tenía cinco hijos. La gente vivía aquí efímeramente hasta que se establecieron en casas más grandes. La última familia que habitó lo hizo en los años 50 del siglo pasado. Era la vida de esa época. Luego se usó como un pesebre de cabras, era el lugar donde se les daba de comer”, narra Toño Díaz, ante el estupor del que escribe estas líneas.

“La gente pensaba que mi padre iba a ser el último herrero. Mi padre antes de morir, que tenía mucho empeño en que esto no se perdiera, me pidió que siguiera con este oficio, que está en vías de extinción. Aunque lo alterno con el trabajo en la agricultura”, matiza.

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