(*) Manuel Herrera Hernández.- A finales del año 1912 Emilio Valle Gracia,terminados los estudios de Derecho en Granada con veintidós años, marchó a Madrid. Emilio Valle años más tarde sería alcalde de Las Palmas de 1920 a 1922.Una tarde su amigo Ignacio Pérez-Galdós y Ciria le llevó a conocer a su tío. Don Benito acogió al joven Emilio con sencillo afecto ya que conocía al padre, Bernardino Valle Chinestra, director de la Orquesta Filarmónica de Las Palmas y que, además, era amigo de Chapí, de Bretón y de Camilo Saint Saëns. «Cuéntate algo de Las Palmas», le dijo con suave voz Don Benito. Entonces Emilio Valle se refirió a un sucedido que unas semanas antes le había relatado José Feo Ramos, canónigo lectoral del Cabildo Catedral de Canarias.

Manuel Herrera Hernández
Manuel Herrera Hernández

Cierta noche llamaron unos humildes vecinos de la calle de San Marcos, en el casco histórico de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, solicitando la presencia de aquel sacerdote en un cuartucho para que prestara sus auxilios espirituales a un viejo mendigo callejero conocido por el apodo de «Bollo Crudo». El tal personaje yacía, moribundo en un viejo camastro de hierro y sujetaba contra su escuálido cuerpo dos talegos, mientras decía angustiado: «Ay mi dinerito, que me marcho y ahí va a quedar… ¡Ay mi dinerito!». Poco después murió, permaneciendo junto a sus restos aquellas monedas que tacañamente había ido atesorando en su triste vivir. Al acabar este sencillo relato le preguntó Galdós -«Y ¿por qué le llamaban ‘Bollo Crudo’?. Y Emilio Valle respondió «Pues no sé, Don Benito, no sé». Se reanudó la charla general, y Emilio observaba al glorioso abuelo que permanecía ensimismado, como pensando en algo importante, cuando volvió a susurrar para sí: « ¿Y por qué le llamaban ‘Bollo Crudo’?»…

Escribe Emilio que tuvo entonces la clara impresión de contemplar, en un momento singular, cómo se estaba configurando en la mente de Galdós un nuevo personaje a incorporar al censo asombroso de los que su genio creador hizo vivir a lo largo de su labor literaria. Y me pregunto, también pensativo, ¿transformó don Benito a ese mendigo pordiosero en Pelegrin Mendrugo?

A final de 1913 Galdós estaba totalmente ciego. Ya entonces definitivamente tenía que escribir con la ayuda de Pablo Nougués. Se suma a este «cataclismo» ocular las crecientes preocupaciones económicas y familiares. A pesar del jaleo de visitantes en Hilarión Eslava, número 7, está preparando tres obras de teatro para las próximas temporadas. Entre ellas está«El tacaño Salomón». En su ardiente oscuridad le confortaba a ratos recibir amigos en la tertulia de la tarde. Los más jóvenes, como Ramón Pérez de Ayala, iluminaban con su juventud, ungida de talento, la ancianidad de don Benito. Sin lograr el Premio Nobel, y sus emolumentos, se consoló con el éxito del estreno el 2 de febrero de 1916 en el Teatro Lara de la sencilla comedia «El tacaño Salomón».  Esta comedia de carácter resalta el tipo humano de un modesto artesano, grabador de metales, ya entrado en años, perdiendo la vista y con problemas económicos.

No es «El tacaño Salomón» una obra de trascendencia, ni tiene la importancia social de otras de Galdós. Pelegrin Mendrugo, el pobre grabador, da hasta la última peseta en beneficio de la humanidad, es un hombre generoso, altruista,  desprendido, que antes que pensar en sí mismo piensa en el prójimo, hasta el punto de dar cuanto tiene, cuanto necesita para sí y los suyos, en beneficio del menesteroso, en auxilio del desvalido. Su hermano Jacobo, millonario en Argentina, es un tacaño, mira excesivamente el dinero y se resiste a dar o gastar en cualquier cosa. Su avaricia le induce a comisionar a su tacaño amigo José Salomón para que venga a España y se entere si su hermano Pelegrin es ahorrativo o despilfarrador. Más aún, si está también dominado por la tacañería heredará a su rico hermano Jacobo pero, si por el contrario Pelegrin no es un avaro, no le dejará ninguna fortuna. Cuando Pelegrin, por noticias que una hija suya ha adquirido furtivamente, vislumbra la posibilidad de ser rico, solo piensa en fundar escuelas, comedores públicos o en dotar a doncellas sin recursos. Y cuando Salomón confirma a Pelegrin que va a heredar una cantidad enorme de dinero, el primer impulso de éste es dar toda su fortuna, recientemente adquirida, a los pobres. Le dice a su familia: «Me daré el gustazo de hacer extensiva mi riqueza a los que nada poseen, a las clases menesterosas; ¡qué alegría! Seré el bienhechor de la Humanidad». José Salomón, entonces, determina girar la fortuna a Jacobo. Pero en aquellos momentos un telegrama providencial salva la situación y pone fin a la comedia. El avaro ha muerto y, por tanto, Salomón puede libremente entregar a Pelegrin el importe total que tiene en su poder.

Al cumplir cien años de «El tacaño Salomón» pensamos también en Rabindranath Tagore al decir que el tacaño engarza en oro las alas del pájaro pero nunca más volará al cielo.

(*) MANUEL HERRERA HERNÁNDEZ

es Miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas (AIH)