La política en España transita hoy por un camino cada vez más alejado del sentido común. La confrontación constante, el cruce de acusación y el protagonismo estéril han desdibujado la verdadera esencia del servicio público: trabajar por el bienestar de los ciudadanos. Nos encontramos atrapados en una espiral de polarización donde los grandes consensos han sido sustituidos por el cálculo político, y donde los asuntos que verdaderamente importan –como la crisis migratoria, la vivienda o la financiación autonómica– siguen quedando relegados a un segundo plano.

Resulta profundamente decepcionante comprobar cómo, en espacios concebidos para el entendimiento, la búsqueda del consenso y la cooperación entre territorios, como la reciente Conferencia de Presidentes celebrada en Barcelona, se pierden oportunidades históricas para avanzar en soluciones efectivas. Este encuentro debía ser una cita clave para dar respuestas concretas a problemas estructurales. Pero, una vez más, ha quedado en evidencia la incapacidad de los grandes partidos para anteponer el interés general a la lucha partidista.

Para Canarias, las consecuencias de esta inacción son especialmente graves. Nuestra condición de región ultraperiférica, la insularidad y la lejanía del territorio continental suponen sobrecostes y desventajas que deben ser compensados con responsabilidad institucional y solidaridad interterritorial. Sin embargo, lo que observamos es justo lo contrario: una preocupante indiferencia que se traduce en trabajos, incumplimientos y falta de compromiso.

Un ejemplo flagrante es la gestión de los menores migrantes no acompañados. A pesar de la convalidación del Real Decreto-ley que modificó el artículo 35 de la Ley de Extranjería, con el fin de establecer un sistema de distribución más equitativo entre comunidades, seguimos esperando su aplicación efectiva. Las comunidades autónomas continúan sin asumir su parte de responsabilidad, mientras Canarias carga con un peso desproporcionado, tanto humanitario como logístico. Esta situación vulnerable no sólo la lógica solidaria, sino también el cumplimiento de la ley por parte del propio Estado.

Otro de los asuntos malogrados en la Conferencia fue la crisis habitacional. En el caso canario, esta problemática se agrava en muchas zonas donde se ha ido tensionando el mercado inmobiliario. Es indispensable reconocer que Canarias se enfrenta a una realidad singular que exige políticas específicas y coordinadas.

En el ámbito de la financiación autonómica, seguimos esperando una reforma justa que tenga en cuenta los incrementos demográficos, las singularidades insulares y los sobrecostes derivados de nuestra dependencia exterior. Mientras no se revisa el sistema actual, seguiremos arrastrando déficits estructurales que comprometen la sostenibilidad de nuestros servicios públicos y el desarrollo del territorio.

Que la Conferencia de Presidentes haya finalizado sin acuerdos significativos no es, lamentablemente, una sorpresa. Ya lo advertí días antes del encuentro: esperaba poco, precisamente por la falta de altura política que se ha instalado en el debate nacional. Pero confieso que me sigue sorprendiendo la ligereza con la que se desperdician espacios de diálogo que podrían transformar la realidad de millones de ciudadanos.

En tiempos de profunda transformación social y económica, la política necesita más que nunca recuperar el sentido común, el respeto institucional y la capacidad de construir consensos. Tristemente, lo que vemos es una dinámica del “y tú más” que alimenta el desapego ciudadano y erosiona la confianza en las instituciones.

Canarias no puede seguir esperando. Necesitamos con urgencia una respuesta solidaria y eficaz al fenómeno migratorio, un pacto serio para garantizar el derecho a la vivienda y una financiación que nos permita avanzar sin lastrar nuestro desarrollo. Las herramientas están sobre la mesa. Lo que falta es voluntad política.

La Conferencia de Presidentes fue una nueva oportunidad perdida. Pero no puede ser la última. Si queremos un país cohesionado, justo y próspero, debemos empezar por dejar atrás la confrontación y centrarnos en lo esencial: solucionar los problemas de la gente, que para eso nos han elegido y otorgado la responsabilidad que ostentamos.