Más de mil quinientas personas han fallecido desde principios del año pasado en la ruta que conecta el oeste de África con las Islas Canarias, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Esta pasada semana se ha hecho público este triste balance de tragedias personales y familiares,  asociadas a la migración hacia Europa.

Pero es posible que estemos hablando de muchas más muertes. Nadie sabe cuántos seres humanos yacen en el fondo del Atlántico, en una profunda tumba de olvido. Y tampoco conocemos las otras miles de muertes de seres humanos abandonados o asesinados en los desiertos, cuando les prometieron un viaje a la libertad al que nunca llegaron.

Han sido muchos los que han gobernado incapaces de afrontar el problema, porque, en realidad, no existe manera humana o divina de frenar el impulso de personas que quieren huir del hambre, del atraso, de la miseria y la muerte y buscan una nueva vida en el paraíso europeo. Si lo sabremos nosotros, los canarios, que muchas veces en lo más negro de nuestra historia cruzamos también sobre las olas del océano buscando un trabajo y un futuro que no teníamos en esta tierra que por entonces era pobre y analfabeta.

Es absolutamente cierto que en Canarias se han vivido momentos muy difíciles, crisis puntuales que han acumulado en condiciones inaceptables a oleadas de emigrantes. La más reciente, las terribles imágenes que se dieron en el muelle de Arguineguín. Pero hoy, si somos sinceros y nos alejamos de la ceguera del sectarismo, la migración ha dejado de ser un problema humanitario en nuestras islas. Es un riesgo para quienes se juegan la vida emprendiendo ese incierto viaje. Pero estamos haciendo lo que nos toca y podemos hacer: recibirlos, atenderlos y rescatarlos cuando su vida corre peligro y llegamos a tiempo.

Hace falta una acción potente, clara y urgente de Europa y España. Y solo tiene soluciones a muy largo plazo. Soluciones que pasan por la creación de un espacio de libertad, democracia y desarrollo económico en los países africanos de nuestro entorno. Como verán, ni es una tarea fácil ni parece algo sencillo de conseguir, pero la acción de gobierno debe ir en esa dirección, al igual que en la creación de un marco real de cooperación solidaria para la derivación entre países europeos.

Convertir el drama de miles de personas en un arma arrojadiza entre partidos políticos es otra demostración de la pobre capacidad de nuestra política para entrar en razón. Hay asuntos, y éste es uno más, en los que todos deberíamos arrimar el hombro siendo conscientes de que trascienden de los ciclos políticos y unos y otros se van a encontrar el problema en el futuro desde responsabilidades de gobierno.

Esta tierra que los inmigrantes consideran un paraíso tiene grandes conflictos. Pero son los problemas de las sociedades del bienestar: la subida de los precios de la cesta de la compra, el coste de la energía, el encarecimiento del transporte… Cuando hablamos con enorme preocupación de indicadores de pobreza en Canarias y nos alarman las cifras que se dan de pobreza severa, estamos hablando de familias que no están abandonadas a su suerte. Porque existen unas administraciones públicas responsables que se encargan de garantizar su supervivencia y, en la medida de lo posible, su bienestar.

Los más de diez mil millones que Canarias ha dibujado el próximo año en sus presupuestos son una muestra extraordinaria de cómo se responde a todo eso. Es un esfuerzo financiero contracíclico: a mayores dificultades sociales mayor gasto público para auxiliar a los más necesitados. Es evidente que en este presupuesto, como en cualquier otro, hay cosas que se podrían mejorar. Pero las descalificaciones globales dicen muy poco de quienes las hacen. Canarias está comprometida con La Palma, con la inversión pública para reactivar la economía, con los planes de empleo, con la acción social y con el refuerzo de la Educación y la Sanidad. Y además de todo eso, Canarias está comprometida con esas miles de personas, hombres y mujeres, mayores y menores, que huyen de África y acaban recalando brevemente en nuestra tierra.

Por todo lo que estamos haciendo en estos momentos de extremas dificultades e incertidumbres, deberíamos sentirnos legítimamente orgullosos. Aunque el orgullo no debe hacer que cerremos los ojos ante las nubes muy oscuras y amenazadoras de una tormenta que puede estallar sobre Europa y sobre Canarias en los primeros meses del próximo año. Hay respuestas extraordinarias que debemos considerar y amenazas para las que debemos estar preparados. Esto último, que es imprevisible, sí me preocupa. Y mucho.