Salvador García Llanos
El gobierno ya tiene en su poder la aspiración de la Federación Española de Asociaciones de la Prensa (FAPE): crear una asignatura de periodismo para los cursos de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). Y es que la sobreabundancia de noticias e informaciones falsas ya desborda la propia capacidad de discernimiento de muchos consumidores de información. O se distingue entre una noticia falsa y otra real, o el caos terminará reinando en los medios de comunicación y en las redes sociales. Y se llevará por delante la de por sí mermada credibilidad mediática.
La FAPE ha optado por la vía más ética y más consecuente: la de la prevención, la formativa, la racional. Podrá haber, como en casi todos los órdenes de la vida, emociones; pero esta es una cuestión que no se resuelve con ellas sino con un ejercicio intelectual que, cuanto antes se inicie y madure, mejor. No puede ocurrir que en el siglo de la comunicación crezca sin cesar este fenómeno -ya considerado otro síntoma de la sociedad enferma- hasta constituir una verdadera amenaza. El exceso de informaciones falsas se extiende como una metástasis. Hay que acabar con alguna afirmación, muy extendida, tipo ‘es que dice muchas verdades’, cuando en realidad no se sostiene ni con alfileres. Hay que frenar, si es que se puede.
Por la FAPE no va a quedar. Su iniciativa consiste en impartir la asignatura en los cuatro cursos de la ESO. Ya se han cumplido dos años desde los primeros planteamientos que encontraron eco en partidos políticos y grupos parlamentarios, de modo que el asunto llegó a ser tratado, incluso, en el Pacto por la Educación. El Consejo Escolar de Canarias se ocupó de este propósito durante el curso pasado, cuando fue posible contar en las dos islas capitalinas con la presencia del presidente de la Asociación de Periodistas de Investigación, Antonio Rubio, cuyo mensaje era ilustrativo y a la vez contundente: “Si no lees, no sabes escribir; si no sabes escribir, no sabes hablar; y si no sabes hablar, no sabes comunicar. La principal función del periodista es saber escribir y saber comunicar. Da pena encontrar, no solo en los textos de los alumnos, sino en los de muchos medios, que la estructura narrativa no existe. Yo confieso que empiezo a leer cada día menos periódicos y lo que hago es leer a determinados periodistas. Y leo más libros que periódicos”.
El presidente de la FAPE, Nemesio Rodríguez, está plenamente convencido de la enseñanza del periodismo como servicio público, de ahí que la introducción de esta asignatura en las aulas significaría una herramienta que, en su criterio, ayudaría a afrontar el mundo complejo de la sociedad de la información. Ya dijimos en su momento que no había que extrañarse de una reacción desconcertante y destemplada a raíz de la moción de censura que convirtió a Pedro Sánchez en presidente del Gobierno de España. Si a la carencia de hábitos de lectura,se unen la desinformación y la desafección de la política en general, por múltiples razones, nos encontramos con un preocupante panorama que condiciona, cuando menos, la madurez de la democracia.
Por lo tanto, o leemos más o se corre el riesgo de ser uno más en la sociedad desinformada y desmemoriada que traga lo que le echen, no solo bulos o noticias falsas, sino bodrios radiofónicos y televisivos carentes del mínimo rigor y de valor comunicativo y con insultos y descalificaciones como ingredientes principales de sus contenidos. La FAPE no solo pretende que la asignatura forme con “espíritu crítico” a consumidores de la información sino que los estudiantes enriquecieran desde esa etapa su vocación, pasando de la teoría a la práctica. Se trata de convertir a los alumnos en periodistas; y a los periodistas, en docentes. “Somos los que estamos en mejor predisposición para enseñar cómo se elaborar una noticia, qué fuentes se utilizan y cómo se puede distinguir una noticia real de otra falsa”, justifica Rodríguez.
En fin, cabe pensar que habría una ciudadanía mejor informada y más juiciosa a la hora de tomar decisiones. Leer más, desde temprana edad, para saber seleccionar las lecturas y saber distinguir las fuentes. Ciudadanos, en fin, más críticos y mejor formados. ¿Dónde mejor que durante la enseñanza secundaria, con recursos propios aunque sean modestos y con enseñantes profesionales, para ir previniendo y acabando con vicios y hábitos poco saludables en algo tan serio como la información? Permanezcamos atentos a las respuestas del ejecutivo.