Un martes 11 de septiembre de 1984 tuvo lugar en La Gomera uno de los sucesos más terribles de su historia. En horas de mediodía con calor considerable en Canarias,la Isla llevaba padeciendo casi un día un incendio que se inició en La Laja en el término municipal de San Sebastián. Aquella situación en un lugar que a pesar de contar con uno de los parques nacionales más frondosos de vegetación en España se desbordó y la falta de medios ante el volumen de las llamas en un tiempo en el que Medio Ambiente ni siquiera como tal existía,originó que muchos se prestaran voluntarios para apagar un fuego,que en principio parecía que podía estar delimitado en las cercanías del lugar donde se inició.
No fue así. Con el tiempo suficiente incluso para que se presentaran las autoridades,en horas de mediodía del mencionado 11 de septiembre,una impresionante e imprevista bola de fuego alcanzó Agando,lugar donde se encontraban algunos de los que fallecieron allí,que en obligación de sus funciones supervisaban lo que acontecía. Pero también jóvenes de la Isla y de fuera de ella,que preparaban el terreno en tareas de colaboración voluntaria movidos por determinadas circunstancias pero también por el amor que tenían a la tierra que les vio nacer.
Es muy difícil escribir sobre este asunto. No es fácil sabiendo por un lado,el papel macabro que jugaron algunos medios de comunicación de la época utilizando el morbo a través de imágenes indescriptibles que tanto daño hicieron a las familias y a la población en general. Y por el otro,porque para narrar 31 años después lo que se sintió y se padeció en aquellos instantes en La Gomera había que haber estado ahí y haber sentido lo que solo los que lo padecieron tienen la capacidad de transcribirlo realmente.
Olor a humo,desolación en las calles de una capital que el que suscribe esta crónica pudo percibir realmente cuando desembarcó en San Sebastián al día siguiente del suceso; rabia contenida por falta de explicaciones sobre lo que había sucedido; y mucha tristeza por haber perdido tres grandes amigos entre las llamas,uno de ellos gomero.
A pesar de ello,no es bueno seguir escribiendo. Lo mejor es simplemente seguir sumándose al recuerdo y al afecto por los fallecidos y por sus familias.
31 años después de aquello,La Gomera sigue recordando en silencio con dosis de resignación lo sucedido.
Los nombres de los veinte desaparecidos están grabados en un monolito en el lugar del suceso. El dolor por su desaparición lo llevan muchos en su corazón. Sus padres,hermanos y familiares no podrán nunca compensar su ausencia. Y algo o alguien llevará en su conciencia seguramente lo que se pudo a todas luces evitar.
Que descansen en paz,es simplemente nuestro mejor deseo.