La Santa Sede resolvió que Benedicto XVI será «Papa emérito» o «Pontífice emérito» y conservará el nombre que asumió al ser elegido Papa. Se abre de este modo un nuevo capítulo en su vida,y sobre todo en la de la Iglesia,que desde hace 700 años no vivía la dimisión de un Pontífice.
En la antigua Roma se llamaban «eméritos» a los soldados que había cumplido su tiempo reglamentario de servicio y también a los que habían obtenido la licencia a causa de invalidez eximiéndolos definitivamente del servicio. En tiempo de César Augusto se les donaba un lote de tierra en Italia,en una colonia o bien en la frontera cuando amenazaba la invasión de los bárbaros. La antigua ciudad romana Augusta Emerita,que es la actual ciudad española de Mérida,fue fundada para servir de retiro a los soldados «eméritos» de las legiones y ejerció de capital de la provincia romana de Lusitania.
En el siglo XVIII aparecen de nuevo los eméritos,«émérites»,en la universidad de Francia para designar a los profesores que por edad alcanzaban el retiro y merecían una pensión y,también,a los que contaban veinte años de servicios.
En ese mismo siglo el término emérito se encuentra en nuestro Diccionario de Autoridades para citar a los que han servido por mucho tiempo en la milicia o en las religiones y que han merecido el descanso o la jubilación. Pero no se extendió mucho el uso del vocablo ya que se usaba más el adjetivo «jubilado» para calificar a la persona que ha dejado de trabajar y percibe una pensión. En el actual Diccionario de la RAE se encuentra «emérito,ta» (del lat. emeritus) como dicho especialmente de un profesor que se ha jubilado y mantiene sus honores y alguna de sus funciones.
Más tarde en Francia dejó de usarse emérito para distinguir a los profesores en su senectud cuando se estableció el derecho a pensión y se convirtieron,por lo tanto,en «retraités»,es decir en jubilados. Por este cambio quedó libre el adjetivo «émérite» para calificar a una persona experimentada y eminente en un saber o en una práctica.
En el ámbito anglosajón se consolidó el término «emeritus» para designar al profesor,al obispo,o a otro profesional con derecho a conservar el grado y dignidad del cargo en que por edad debía cesar. En la Iglesia católica los obispos eméritos pasan a serlo cuando presentan la renuncia,generalmente ante el Sumo pontífice,y cuando alcanzan la edad de 75 años.
En España,por tanto,existía sólo la categoría de «jubilado» cuando la ley de Reforma Universitaria introdujo la variedad de los «eméritos» con el fin de que la universidad no perdiera inteligencias y evitar el ostracismo a los 65 años.
Se ha señalado que los catedráticos universitarios con edad de jubilación pueden clasificarse en tres tipos. Los que son buenos científicos,con ganas de cultivar la ciencia y con capacidad física para seguir haciéndolo por lo que pueden ser incluidos como «eméritos» en sentido estricto; los que habiendo sido buenos científicos han perdido fuerzas físicas siendo casi incompatible continuar la docencia y,por último,los que se han adocenado en la cátedra y realmente en la práctica ya se habían medio jubilado.
Tras el proceso de Bolonia cierta decepción,incluso desidia,se ha extendido entre los estudiantes y los profesores. Muchos de estos profesores han decidido jubilarse ante la «desilusión y desánimo»,dice Blanco Valdés,con el sistema universitario y el creciente divorcio entre la universidad y la sociedad. Las universidades se ha reproducido en formas similares dominadas por las élites autonómicas con un profesorado cada vez menos cosmopolita y más endogámico; se forman investigadores con becas postdoctorales pero después no se dotan plazas para tanto investigador,malgastando los bienes propios por la diáspora de cerebros. Se oye decir también que los artículos,monografías y tesis doctorales no interesan a nadie más que al reducido círculo del investigador,primando la investigación frente a la enseñanza y la divulgación,olvidándose que la docencia de espíritu humanista y la creación de cultura es la clave de la Universidad. Y otros autores contrastan las antiguas oposiciones para cátedra con la selección del profesorado mediante un dossier burocrático.
Fernando Lázaro Carreter,con ironía y su idea lingüística,señalaba que otra acepción se impone con ese adjetivo : dícese del profesor universitario al que,en virtud de una regulación oficial,se le prolonga el disfrute de algunos de sus derechos cierto tiempo después de su jubilación obligatoria,pero que no hace falta aludir a sus buenos servicios : no son imprescindibles.