Salvador García Llanos

POR SALVADOR GARCÍA.– Días de furia dialéctica incesante. Y ahora aderezados con el envío de explosivos a los núcleos del sistema institucional y democrático. Confiemos en que sean detectados a tiempo. Pero tan solo la información causa pavor: volver a los años de plomo, a la zozobra del terror, en cualquiera de sus formas, acoquina, tal como están los foros, los debates, las posturas intransigentes e irreductibles de algunos actores políticos, los actos públicos, la calle… y las redes sociales, desasosiega a cualquiera, al más tranquilo de los mortales.

La política se ha vuelto áspera. Claro que sigue generando desafección. ¿Cómo no la va a causar si a cada declaración hosca y ruda, cargada de intencionalidad, próxima al insulto –o insultante del todo-, sucede otra que no quiere quedarse a la zaga? ¿Dónde fueron a parar las sabrosas formas dialécticas de aquel parlamentarismo elegante, inteligente y vibrante? Ahora lo que abunda son los mensajes de tuit, ocurrentes y tal, las no tan veladas insinuaciones y la transgresión arisca. Las descalificaciones son moneda corriente. Y cuando alguien hace una apelación a la cordura, lo más suave que le dicen que es un tibio, que así no se va a ningún lado o que se apunte a clases de buenísmo y de corrección política. ¿Las imparte quién y dónde, por cierto?

A algunos les va bien esta metodología. La asimilaron bien y como para actualizarla no se requería gran esfuerzo, pues ahí les tenemos luciendo palmito y si hay que aplicar algunas dosis de nostalgia, válido resulta, por mucho que se chille no todo vale. No gusta que les llamen neofascistas y lo de ultraderechistas también les revuelve, aunque se hayan pasado un buen rato calificando a sus anchas, lo más suave, rojos o comunistas. Después vino lo de bolivarianos y demás ralea.

Para colmo, les han jaleado en algunos ediciones digitales –lo de ciertas televisiones se sirve aparte, están plenamente identificadas y son libres sus mentores de invertir donde estimen conveniente y así disponer de altavoz, a la espera de que los suyos puedan llegar y picar cacho-, medios que han fijado una línea –sobre todo en la titulación de las informaciones y de los bulos que lanzan- en la que la adjetivación tiene tintes orgásmicos para acentuar la tendenciosidad. En fin, efectos colaterales, satisfactorios eso sí para los destinatarios del daño o desgaste que se quiere generar.

Pero lo importante es que el clima va empeorando. Unos podrían hacer más por  la democracia, ejercer el papel institucional que le corresponde de manera responsable. Hasta el seleccionador nacional de fútbol ha recomendado que la oposición debería ser más consecuente cuando la acción gubernamental beneficia al interés general. Y otros, lejos de enredarse en refriegas políticas –jueces incluidos- deberían contribuir, simplemente con respeto y huyendo de enconos y riñas, a una convivencia moderada, sabiendo que el enrarecimiento y el ruido, ese ruido amplificado, no pueden resultar los predominantes.

La democracia será aburrida (Felipe González dixit) pero no puede subsistir en medio de tanta hostilidad, de tanta furia y de tanta desafección como venimos padeciendo últimamente. Más cordura, menos intolerancia. Y educación y respeto, mucho.

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