Salvador García Llanos

Un volcán en erupción. Anunciado pero hasta que no emerge, casi confiamos en que nunca se va a producir. Y por tanto, no causa daños. Temblaba la tierra en La Palma, enjambre sísmico, miles de movimientos, ruidos inquietantes… Hasta que estalló, si se puede emplear como sinónimo.

Y estalló en pleno directo de un noticiario de la televisión pública canaria, registrado en la sala de realización en medio de la liberación del personal y en los puntos más próximos, allí donde el tiro de cámara era el más rebuscado, sin saber donde estaba el blanco. Antes, un aperitivo con el susto de una redactora de la cadena estatal en plena intervención. Una y otra señal coincidían: la erupción iba a ser televisada.

Somos islas de suelo volcánico pero no estamos acostumbrados. Y ahora era posible seguir en directo el curso de la erupción: todos preguntándose qué va a pasar, cómo será, cuánto durará…

La jornada, desde las tres y doce minutos de la tarde, momento en que el magma empieza a brotar, iba a tener un marcado acento informativo, no exento de anécdotas y apremios. Tal como fue discurriendo en las horas sucesivas, un drama telúrico se desarrollaba en La Palma, a la espera de recibir un bautismo nominativo. Sin problemas; hay tiempo para ello.

El directo. Hay que valorarlo, especialmente desde el punto de vista mediático. Horas de transmisión continuada, con apenas descanso y en busca de testimonios que fueran el soporte informativo serio y sin alarmismos. En el suceso, de magnitud casi desconocida, cuando se quiere llegar o estar lo más cerca del lugar de los hechos, es natural que se produzcan precipitaciones y hechos que llaman la atención, como la exclamación de una locutora (“¡Voy a mear!”), convertida en trending topic en la maraña de las redes sociales.

Si esa es una expresión llamativa –se vuelve a poner de manifiesto que para quienes intervienen en directo, en cualquier cometido y desde cualquier puesto, es primordial mantenerse en silencio- no lo es menos el mutismo de otros canales de televisión de ámbito estatal. No es el momento, pero bueno, ya saben que Canarias queda muy lejos y es domingo por la tarde. Un poco más de sensibilidad no sobraría. A fin de cuentas, un volcán en suelo patrio no se ve todos los días.

Que no hubiera radios locales que sintonizar –llueve sobre mojado, recuerden el triste suceso del rescate de una de las niñas tristemente desaparecidas en aguas próximas a Tenerife el pasado mes de junio- es un vacío descomunal en un acontecimiento histórico, como lo prueba su reflejo en medios y digitales de medio mundo.

No hubo daños personales, evacuadas unas cinco mil personas, veinte viviendas destruidas total o parcialmente al paso de la lava que busca el mar, presente el presidente del Gobierno de España para dar gracias a la ciencia, un reconocimiento razonable de la respuesta coordinada de los servicios públicos, bocas que crecen para ofrecer estampas sin igual, perfilar el cráter de un volcán, los testimonios de los lugareños explicando sus circunstancias personales o familiares… y una cadena de titularidad pública (RadioTelevisión Canaria) que prestó, durante unas once horas, un auténtico servicio a la ciudadanía insular que merecía estar informada.

Eso: un drama telúrico al que, en las pantallas, no faltaron ni sustos ni emociones ni el deseo sobrevenido de una micción.

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