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Coronavirus, docentes exigentes, alumnos desorientados y padres al borde del colapso

Estimadas autoridades educativas:

Tengo el placer de dirigirme a ustedes, no en busca de notoriedad, porque no es mi afán, de ahí mi decisión de firmar la presente carta con el seudónimo que mejor me define; tampoco busco un puesto de asesor bien remunerado a vuestra diestra, porque soy extremadamente feliz desarrollando y defendiendo la maravillosa labor docente desde las primeras líneas de combate, junto a mis apreciados alumnos. Afortunadamente, laboro en una de mis grandes pasiones, descubierta en etapa estudiantil, allá por los añejos tiempos de la E.G.B. Sin ánimo de extenderme, recuerdo cuanto respetaba y admiraba, a pesar de mis trastadas, las totémicas figuras de aquel heterogéneo profesorado, responsables de conducir de la mejor manera que podían y sabían, mi trance estudiantil. De estos profesionales tomé abundantes recortes de su pragmatismo, erudición y buen hacer, adaptándolos a la vertiginosa realidad formativa que nos ocupa actualmente. ¡Cierto! Antes de ser profe, fui estudiante, y para ello me vi inexorablemente obligado a ser niño y adolescente, lo cual es una ventaja a la hora de entender eso de la empatía hacia mis jóvenes: “Tú eres el adulto, y como tal debes comportarte en todo momento, pero no pierdas de vista que un día estuviste sentado en el lugar ocupado hoy por ellos” – Bendito mantra se me pasó por la cabeza mi primer día de trabajo hace ya catorce años. Si bien es verdad que desde esa primera jornada hasta hoy no he transmitido mis conocimientos en instalaciones educativas públicas, ni colegio privado o concertado alguno, sino en mi propio centro de clases particulares, donde tan pleno me he sentido siempre. Sí, ya podéis comprobar como soy otro autónomo más, obligado a amoldar su modus operandi a las circunstancias impuestas por el barreño de agua hirviendo vertido sobre nuestras cabezas hace algo más de una semana. Aunque estoy bastante agradecido a la fortuna por permitirme trasladar mi trabajo a casa estos días, no puedo dejar pensar en las personas que viven presas del yugo de la incertidumbre por no saber que ocurrirá con sus vidas, siempre y cuando logren salvarlas. Muchas de esas personas componen las unidades familiares de nuestro querido alumnado.

Mi verdadera fuerza motriz, la que me ha impulsado desde que eché cerrojo a las puertas de mi centro, no ha sido el trabajo en sí mismo, sino el compromiso por mantener toda la ayuda posible a mis jóvenes, con edades comprendidas entre los siete y los catorce años, ante esta impredecible y nueva situación de confinamiento –definición con la que discrepo, por cierto, si obedecemos a lo establecido por la RAE-. Todos ellos necesitan diariamente el apoyo de sus referentes más cercanos e inmediatos, empezando por sus padres, y continuando por nosotros, los docentes, pilares fundamentales en su desarrollo vital. Sigo, y seguiré, manteniendo esa firme convicción, no crean que se me pasa por la cabeza la más mínima intención de desistir aunque haya que echar cuatro meses más de encierro en casa, pero he llegado a un punto en el que por el bien de mi salud y la de los docentes implicados con el buen desempeño de la profesión en este país, les aseguro que son muchísimos, necesito que lean la siguiente exposición. No sin antes pedirles disculpas por mis ostentosas pretensiones de acaparar unos minutos de sus agitadas vidas ante la que está cayendo.

Muchas veces trato de pensar que harían figuras las ilustres ante situaciones críticas como la que nos ocupa. Se que ocurre… ¿quién mejor que una eminencia de la talla de Don Miguel de Cervantes Saavedra? Herido y  mutilado en batalla, apresado y privado de libertad en varios episodios de su existencia y jamás reconocido en vida como el gran escritor que fue. Pienso que un señor con tanta experiencia como él les plantearía lo siguiente, queridas autoridades educativas:

“Vuestras mercedes tienen a su disposición dos opciones. La primera, tratar de seguir los derroteros soñadores y aventureros del ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha y avanzar, con la lanza en ristre y a galope tendido, al encuentro de los gigantes. ¡El riesgo y la aventura!  Dos caminos altamente atractivos para tratar de acariciar la prosperidad en tiempos de bonanzas; pero, ¿no creen que la aventura no es la mejor opción en momentos excesivamente críticos? ¿no piensan que seguramente sea mejor acatar los terrenales consejos de su fiel escudero Sancho Panza y aferrarse a la realidad?

La realidad a la que apelaría Sancho no es nueva. Cumple cuarenta y dos años justo este fatídico 2020, y comenzó a forjarse a partir de aquel famoso “café para todos” o, lo que es lo mismo, de la configuración de diecisiete comunidades autónomas y dos ciudades autónomas, poseedoras de un amplio margen de maniobra organizativa a la hora de diseñar los planes de estudios más adecuados para el logro de los objetivos fijados; de cientos de centros educativos públicos y privados dispersos por la geografía nacional al socaire de los programas implementados por sus correspondientes consejerías territoriales; y de la elaboración de siete planes educativos, como siete soles, orientados a iluminar el orden de semejante universo. Siete cuerpos de leyes de las que se han emitido pocas cuentas de resultados, como las que me piden los padres de mis alumnos, con todo su derecho, al final de cada curso. Era lo mínimo que se podía exigir, al menos a las leyes que mayor vigencia tuvieron, con el fin de identificar, corregir y evitar los errores pasados, y de aumentar el margen de aciertos futuros.

En medio de tan singular maremágnum, resulta completamente imposible tratar de organizar en diez días algo que ha corrido durante cuatro décadas sin un rumbo concreto, tal como lo hizo Forrest Gump –suerte que el gran Tom Hanks, abrumador en esta película, y su mujer se recuperan favorablemente del maldito coronavirus-. Ahora no es el momento oportuno para conminar a docentes, desprovistos de recursos y formación específica previa, a introducir el aula en los hogares de su alumnado. Puedo dar fe de que los viejos modelos no están dando los resultados deseados ante este nuevo desafío, tan inexacto como la determinación de un maltrecho púgil en el doceavo asalto del combate. No me han faltado ejemplos estos días para corroborar que se están tratando de parchear los boquetes de un neumático de camión con trozos de lino. Madres desesperadas que no saben como acceder a las plataformas virtuales de sus centros para descargar las tareas de sus pequeños; otras sin recursos informáticos –impresoras, internet, etc.- en sus domicilios hechas un manojo de nervios; adolescentes perdidos delante de los nuevos contenidos, sí, como lo leen, algunos docentes se han empeñado en seguir avanzando con los temarios de sus respectivas áreas; extensas baterías de tarea de obligatoria entrega en cortos plazos de tiempo; sartas de emoticonos de cabezas en erupción, y por el estilo, enviados por mis alumnos durante las conversaciones formativas que mantenemos vía WahatsApp y correo electrónico; otros niños, cuyas notas medias solían oscilar entre el cinco y el siete, me llaman hinchados de felicidad para comunicarme que han sacado diez en los últimos exámenes mandados por algunos de sus maestros a casa; y tantos casos más que me guardo para no aburrirles. Por no decir que quien escribe se ha pasado estos once días de encierro trabajando de 10:00 a 21:00 horas, y de lunes a domingo, para tratar de ayudar a los peques y a sus padres. Ahora creo aproximarme a la sensación de agonía sentida por Hércules cuando se enfrentó a la Hydra de Lerna, eso de que te vuelvan a salir tres monstruosas cabezas por cada una cortada sí que es duro.

Si todos somos conscientes de que debemos estar preparados para afrontar un posible alargamiento del encierro con vistas a salvaguardar nuestra salud, y que éste se impondrá con casi total certeza –ojalá me equivoque-, a tenor de la evolución del proceso de lucha por la erradicación del coronavirus desarrollado en los países que nos llevan varias semanas de adelanto, ¿por qué no os ponéis de acuerdo para ordenarnos  pasar al plan B de una vez por todas? ¿Por qué no dejamos de mandar tareas bajo la presión evaluadora? Nunca pensé que fuera opinar así acerca de las tareas, necesarias siempre y cuando guarden afinidad y contribuyan firmemente a reforzar los contenidos previamente abordados en las aulas, pero ahora carecen completamente de sentido. Debemos asumir que, ni nosotros estamos preparados para hacer bien nuestro trabajo, ni los padres o tutores de los niños están en condiciones de sentir el estrés añadido, procedente de los centros educativos de sus vástagos. Ahora no es tiempo de exigir trabajos concretos a nuestros niños, sino de proponerles un amplio abanico de opciones lúdicas y culturales para que elijan las que más les plazcan. Pienso que también es el momento de rebuscar en las filmotecas y archivos televisivos, al menos los de las cadenas públicas, con el propósito de complementar esta medida con el refuerzo de sus programaciones. Qué efectivo sería rescatar los espacios infantiles cargados de valores y enseñanzas,  el cine clásico, los espacios de divulgación científica y literaria, los musicales y el largo catálogo de producciones artísticas y culturales con el que muchos crecimos.

No seré yo quien me meta en el apartado de planificar la gestión de los calendarios académicos, básicamente porque no es asunto de mi competencia profesional, pero si les pediría que fueran coherentes y resolutivos con sus determinaciones, porque dentro de unas décadas espero explicar a mis alumnos los indeseables hechos vividos estos días y la estrategia usada por los españoles para salir triunfantes. Me enorgullecería poder exponer en ese futuro tema de la asignatura de Historia de España -vivir el hoy nos convertirá en fuentes primarias mañana- como el civismo, la comprensión, la determinación y la organización de cada ciudadano español fueron las armas letales que pusieron fin a la pandemia global del coronavirus. Les pido por favor que no tomen decisiones a la ligera y primen la altura de miras antes de dar pasos precipitados, porque los futuros estudiantes necesitan, más pronto que tarde, seguir galopando a lomos de sus Rocinantes en busca de sueños que conquistar.

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