Sobre una ladera, al borde de una carretera que baja al barranco de la Concepción, resguardada de los viento por el barrio del Calvario. Ahí esta la ermita. Solitaria, pequeña, poco visitada si no fuera porque se le celebra fiesta. Y qué fiestas: las de San Pedro, la de los vecinos del otro lado del puente, los que se sienten orgullosos de su cañada, de sus empinadas calles, de su laurel. Ahí, desde hace casi 500 años, se levanta un pedazo de cielo que late al otro lado del barranco.

La ermita de la Concepción es un edificio singular de una sola nave, con su puerta de acceso con la clave donde se graba una figura con forma de dragón o grifo con sus alas extendidas. La fachada mira a la bahía, a ese mar que vio entrar corsarios franceses, holandeses y argelinos que dejaron el templo en la más absoluta ruina. Por entonces nada había en aquellas tierras. Ni el barrio del Calvario ni una vía que saliera de San Sebastián. Eran las afueras más lejanas de un pueblo que no terminaba de crecer pasto de las llamas tras las sucesivas oleadas enemigas.

Pero sobrevivió al paso de los años y del fuego. Y ahí sigue en pie. Alejada de los ruidos de sus ermitas vecinas, mantiene su procesión de San Pedro aunque su titular sea la Concepción, una imagen mariana de origen mexicano de un valor incalculable del siglo XVIII. Ella, con sus telas encoladas, su movimiento, su gracia, sus dorados y estofados, es una de las mejores esculturas artísticas que tenemos en toda la isla. Y apenas es conocida porque la ermita no abre sus puertas con la frecuencia que debería. Priva a todo aquel que visita San Sebastián de un tesoro bajo el barrio del Calvario.

En su plaza se celebran los bailes. Gozaron estas fiestas de muchísima tradición y han vuelto a coger impulso en los últimos años. Los vecinos tienen devoción al santo que preside su altar, pero también a esta pequeña talla. Al otro lado del barranco de San Sebastián, cruzando el puente, entrando por un pequeño desvío, hay una ermita pequeña, solitaria y poco visitada si no fuera porque quieres viven junto al laurel mantienen vivo el latido de esta ermita gomera.

Pablo Jerez Sabater