Hace ya más de 150 años que el cine llegó a nuestras vidas. Los españoles de la época no tuvieron que esperar demasiado para disfrutar del invento que escribió el nombre de los hermanos Lumière en las páginas de la historia. El cinematógrafo realizó su primera proyección el 28 de diciembre de 1895 en París y un par de meses más tarde, en mayo de 1896, llegó hasta la capital madrileña para una demostración por todo lo alto ante el público español. El nuevo invento de los Lumière no defraudó y fueron cientos las personas que se acercaron hasta la Carrera de San Jerónimo para poder disfrutar de aquellas primeras proyecciones que duraban apenas unos minutos. El cinematógrafo permaneció en la ciudad hasta finales del mes de junio, momento en el que dejó de ser una mera curiosidad para convertirse en la herramienta del éxito de unos cuantos empresarios que supieron ver en él una oportunidad de mercado. El cine había llegado a nuestro país para quedarse.

Entrado el nuevo siglo, los cines comenzaron a proliferar por diferentes ciudades de todo el territorio español. Y por supuesto, también dieron el salto a las islas. En 1912 abrió el primer cine como tal en Tenerife, en la Plaza del Patriotismo. Con el paso de los años, a esta primera sala se le fueron sumando más: El Princesa, el Rex, el Fraga, el Cine Toscal, el Delta, el Cine Victoria, el Cine de San Andrés, el San Martín y un largo etcétera. Aquellos primeros cines proyectaron los grandes clásicos de Hollywood, desde el Ben-Hur de Fred Niblo hasta la escalofriante Psicosis de Alfred Hitchcock. Las grandes pantallas plasmaron para siempre el Rick’s Café Américain de Casablanca, la terrible pérdida a la ruleta de Robert Redford en El golpe o la belleza de Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes, mientras que las butacas fueron testigos no solo de los romances de la ficción sino también de las parejas que acudían a estas salas en busca de un poco de intimidad. Todos ellos brillaron en su época y hoy no son más que un recuerdo en la mente de quienes tuvieron la suerte de verlos (y habitarlos durante unas horas) en pleno esplendor. Julián Hernández no pudo disfrutar de todos estos cines, pero su pasión por el séptimo arte lo ha llevado a la publicación de un libro en el que recoge la historia de las salas más antiguas de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna.

Gracias a la editorial Ediciones Idea, este tinerfeño de 48 años por fin ha visto la culminación de un trabajo que se inició hace ahora cinco años. Corría el 2013 cuando Hernández, que en el aquel momento no tenía trabajo, decidió volcarse en una investigación centrada en una de sus pasiones: el cine. Sin embargo, más allá del interés en el séptimo arte como mecanismo de representación, a Hernández lo que realmente le interesaban eran los lugares donde la magia del cine tenía lugar, espacios en los que había vivido grandes momentos y que recordaba con especial cariño. Empezaba así una tarea detectivesca que buscaba realizar un itinerario de todas las salas de cine de Tenerife y que lo llevó a pasar horas entre los archivos de la Filmoteca, de la Universidad de La Laguna o del TEA Tenerife Espacio de las Artes. Poco a poco fue consiguiendo cada vez más material y se le ocurrió la idea de abrir una página en Facebook para compartir sus hallazgos. Para su sorpresa, el número de seguidores de la página no paraba de crecer e incluso alguno de ellos se puso en contacto con él para ofrecerle material propio. Y así es como, poco a poco y gracias a la ayuda de personas con la misma nostalgia que él, “Los olvidados cines de Tenerife” tomaba forma. 

La obra, que se presentó el mes pasado en el TEA, cuenta con el mismo título que la página de Facebook en la que Hernández colgaba sus avances, además de otro material adicional al contenido en el libro. Con todo, el libro de Julián Hernández no es el primero que reivindica la historia de los cines antiguos. Ya en 2015 Roberto Lahuerta publicó “Barcelona tuvo cines de barrio”, un libro que devolvió a la vida, al menos en formato papel, a los más de 130 cines que existieron entre los años 60 y 70 en la ciudad condal y que ahora se han convertido en locales comerciales. 

En cualquier caso, “Los olvidados cines de Tenerife” se posiciona como una lectura que todo amante del cine y de la historia no puede perderse.