Por Ignacio Algueró Cuervo.- Como desgraciadamente suele ocurrir cada verano, una noticia triste acaba de llegarme desde La Gomera. En esta ocasión, es la de tu inesperada partida de este mundo. Enseguida vinieron a mi memoria momentos compartidos, charlas futbolísticas y, sobre todo, minutos y minutos observando hasta dónde era capaz de llevarte tu fuerza de voluntad.

El recuerdo más antiguo que conservo de ti se remonta casi treinta años atrás, y lo sitúo en tu famoso carrito, auténtica meca para muchos niños y niñas que acudían a él disparados, en busca de las chuches que Fernando les vendía. Cuando eran varios a la vez los que pretendían que los atendieras –la impaciencia infantil chocaba con tus problemas físicos-, optabas por lanzar las monedas que te daban, en vez de colocarlas ordenadamente en una caja. (Ya tendré tiempo de recogerlas cuando me dejen tranquilo, supongo que pensarías).

Otro recuerdo inolvidable es el de las alegrías y los disgustos que te proporcionaba el Barcelona. Cuando, ya abandonado el carrito, recorrías las calles de San Sebastián, primero apoyado, y luego sentado en tu silla, tu cara reflejaba lo que había sido la jornada balompédica del día anterior para los intereses azulgranas. En los peores momentos, cuando quien acaparaba los triunfos era el eterno rival, y los Núñez, Gaspar y compañía acumulaban decepciones, tu recorrido por las calles de nuestra Villa se convertía en un auténtico via crucis, y cada madridista que encontrabas trataba de hacerte ver lo equivocado que estabas defendiendo a tu Barça del alma. Pero, ¡ay amigo!, cuando llegaron la primera copa de Europa, la segunda, las obras de arte de Messi… entonces, la calle se quedaba estrecha por lo ancho que ibas, y no había quién te tosiera.

Tú y yo hablábamos, pero no discutíamos por el fútbol. Sería por el hecho de que Quini, Iván, Abelardo, Luis Enrique, Villa y alguna joya más formada en Mareo dieron muchas tardes de gloria al Barcelona, pero lo cierto es que te alegraban las victorias de mi Sporting, y si eran sobre el Real Madrid, ya ni te cuento.

Pero si hay un recuerdo, una imagen, un ejemplo que conservaré siempre de ti, es el de verte prepararte para el baño, avanzar de forma inestable hacia la orilla, caerte muchas veces, y levantarte otras tantas hasta, por fin, entrar en el mar y darte ese baño largo y reparador que, a buen seguro, te producía un enorme beneficio tanto físico como mental. Jamás consentiste que se te ayudara a levantarte o a caminar. Era tu reto personal, la garantía de que mientras pudieras valerte por ti mismo, aunque recibieras golpes, no ibas a ser una persona dependiente.

La profunda admiración que producía tu comportamiento me llevó, hace ya unos cuantos años, a proponer al Ayuntamiento capitalino que te concediera el Premio a los Valores Humanos –creo que ese es el nombre-, propuesta que fue aceptada por el consistorio. Difícilmente podía encontrarse alguien más merecedor de tal distinción.

Gracias, Fernando. Gracias por haber hecho felices a muchos niños y niñas gomeros. Gracias por haber sabido encajar con deportividad críticas y burlas hacia unos colores que sentías como tuyos. Y, sobre todo, gracias por tu ejemplo de luchador incansable contra la adversidad, contra las limitaciones, contra las trabas que la vida te puso por delante, y que supiste superar con una fuerza de voluntad admirable.

Descansa en paz.

José Ignacio Algueró Cuervo