Gerard Piqué durante el partido España-República Checa del Grupo D de la Eurocopa. JuanJo MartínEFE

Tuvo que ser Piqué, uno de esos personajes controvertidos a ojos de los demás, incontrovertible en su desempeño para la selección, quien a falta de tres minutos, camino de un empate que hubiese revuelto la colmena de la concentración, metiera la cabeza a un centro de Iniesta (dueño de un partido mayúsculo) y le diera España la victoria por primera vez en la apertura de un gran torneo desde 2008. Mereció España mucho antes el gol, despachó el equipo de Del Bosque una sesión aceptable, brillante en algunos momentos, enseñando algunas realidades que invitan a sonreírle a esta Eurocopa. Especialmente, escrito está, Iniesta, faro del colectivo en el último tercio del campo, donde Nolito se oscureció presa de los nervios y donde los delanteros, Morata primero y Aduriz después, quedaron presos del laberinto formado por la República Checa.

Tal y como está esta competición, estos tres puntos casi son la clasificación pero, más allá de eso, el poso que deja esta selección es bueno. No brillante, ya habrá tiempo, pero sí bueno para el siempre complejo arranque. Los checos, arrebujados sobre Cech, fueron lo esperado: un muro. Eso no se lo volverá a encontrar España, y menos en el segundo partido, con Turquía, necesitada de puntos para aspirar a clasificarse.

Si alguien esperaba que el morbo recluyese en David de Gea su atención, tuvo que esperar al minuto 45, un suspiro antes del descanso, para ver la primera vez que tocó el balón con las manos. Fue a disparo, flojo, de Necid. De modo que la gran atracción antes de que rodase la pelota se quedó en eso, en mirar hacia un muñeco inerte, tal fue el papel del portero de España en ese primer acto, despachado por la selección de menos a más ante una montonera de checos dibujados en un 4-5-1, o en un 5-4-1 o con la distribución numérica que mejor resuma un apelotonamiento de futbolistas delante de un portero magnfíco como es Petr Cech.

Salió España nerviosa como correponde a un debut por muy campeón que uno sea. Después de cinco minutos para ajustarse las botas y sacar por fuera del pantalón la camiseta, el equipo empezó a volcar el partido hacia el área rival. Piqué y Ramos, los centrales, no encontraban oposición en su conducción hasta el último tercio del verde, lo cual da una idea de los pocos metros en los que España debía buscar las líneas de pase. Al cuarto de hora fue Ramos, con un cambio de orientación, el primero que desmontó un poco a la República Checa. El balón de Juanfran lo remató Morata provocando la primera aparición de Cech.

España jugó una primera parte que un profesor de Primaria hubiese despachado con un 6. Un bien, sin más, pues pese a tener mucho control de balón, a veces se atropelló en sus propios pases horizontales, huérfana de movimientos por delante de la pelota. Así las cosas, todo -las basculaciones, las ayudas- era más fácil para el oponente, que dimitió incluso de acercarse al centro del campo si no era en los saques de puerta. Tras una recuperación llegó la segunda mano de Cech, también a Morata, puesto en el mano a mano tras una recuperación en la frontal del área. Eso, la transición rápida tras recobrar la pelota, era la mejor vía de España, lograda de nuevo en una carrera de Alba vista por, cómo no, Iniesta, a la que de nuevo respondió el portero del Arsenal.

A esas alturas del partido, el seis de España ya había asumido que era él quien debía descorchar el partido, o al menos contribuir a ello. Fino, en un estado de forma excepcional, Iniesta fue quien trató de descoser la madeja checa en acciones individuales, casi el único recurso (si acaso una pared, un disparo de fuera) ante defensas así.

A la vuelta del descanso, España aceleró de verdad y dispuso de su mejor tramo en el arranque. Una cabalgada de Iniesta desató las hostilidades y durante 10 minutos la selección empotró a la República Checa contra su portero, al que hizo sufrir de verdad. Después de desperdiciar Morata otra opción metiendo demasiado hielo en el área -la jugada pedía un disparo-, una sucesión de córners estuvieron a punto de desnivelar la tarde, algo que le hubiera venido de maravilla al equipo, que a partir de ahí se puso nervioso.

Primero lo demostró en un remate de Hubnik que detuvo De Gea (única aparición del portero antes de la mano prodigiosa del último minuto) con solvencia. Y después atropellándose conforme avanzaba el reloj, ya definitivamente desbocado. Tanta prisa tenía España que a veces se olvidaba defender las faltas laterales, único argumento de los checos, y fue así como Cesc terminó sacando en la línea de gol un barullo. Metió Del Bosque sangre nueva con Aduriz y Thiago y empezó una sucesión de entradas en el áera donde más pareciera un entrenamiento sin porterías que un partido, porque Cesc primero, Thiago después, Alba más tarde, Pedro por último, decidieron que se podía meter gol sin chutar, y claro, eso no es posible.

La última media hora se jugó en 30 metros, los que iban desde Cech hasta los centrales españoles, asomados a la frontal del área. De modo que, parecía, alguna iba a entrar. Lo hizo, era de justicia, un centro de Iniesta que peinó Piqué, directo a la grada, pidiendo pitos. No los hubo.