Iñaki Gabilondo

El debate de ayer noche en Atresmedia fue un espectáculo muy a la americana con una gran efervescencia en los prolegómenos. Seguramente los espectadores llegaron ante el televisor en un grado de emoción y de intensidad poco habitual en los actos políticos, muy habitual en los momentos previos a los grandes acontecimientos deportivos. El debate me pareció bueno, intenso e interesante, avivado por la excelente incitación de las preguntas de Ana Pastor y Vicente Vallés, aunque no pudo neutralizar del todo con esas dos tendencias que son casi instintos tradicionales, recurrir al manual de los argumentarios y querer decir demasiadas cosas.

Me decepcionó Albert Rivera. Estuvo muy acelerado, con una precipitación que papagaya sus intervenciones. Necesita más aplomo. Ayer me pareció menos joven que inmaduro, creo que todavía le falta un hervor. Pablo Iglesias estuvo serio, es un excelente argumentador, es el más directo con las razones bien afiladas, seguramente el que mejor llegó al público, pero en su contra opera que en ningún momento pareció un presidente, seguramente porque ni él mismo cree en esa posibilidad. Pedro Sánchez me pareció serio, sólido, elegante, aplicado, sus virtudes son evidentes, pero está encajonado en un espacio demasiado indefinido, y de él sólo se puede salir con un gas que a Pedro Sánchez le cuesta liberar. Tiene una frialdad como de pez que le lastra. Soraya Sáenz de Santamaría exhibió mucha consistencia y fue muy Rajoy en dos cosas que no están muy bien. Una, su triunfalismo, y otra, su insensibilidad para aceptar la existencia de realidades sociales dramáticas. No mencionó siquiera de pasada a los ciudadanos españoles que lo están pasando muy mal como consecuencia de la política del gobierno.

La ausencia de Rajoy se hizo estruendosa cuando se habló de corrupción. Se notó a la legua que este era el asunto por el cual Rajoy se escapó del debate, y fue aquí cuando Rajoy perdió, cuando se hizo evidente que su ausencia era una huída y que la vicepresidenta venía en calidad de abogada de oficio. En resumen, un debate bueno, aunque dudo decisivo, un debate en el que todos ganaron algo, aunque nadie ganó todo lo que seguramente esperaba. Sospecho que Podemos salió fortalecido, sospecho que Ciudadanos salió debilitado, sospecho que el PSOE no creció lo suficiente, y sospecho que aunque Soraya Sáenz de Santamaría defendió bien al PP era imposible defender la incomparecencia de Rajoy, el fugitivo. Imaginar al presidente en Doñana fumándose un puro durante el debate produce vergüenza democrática. Se comportó como un jefe de estado B que no necesitamos para nada.