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Apoteosis Indiana en Santa Cruz de La Palma

De norte a sur y de este a oeste,la ciudad se cubrió con la renovada,fresca y olorosa polvacera más vibrante y lozana que nunca,colmada con los ritmos cubanos propios de este encuentro popular para llenar cada espacio de la emblemática calle Real,la plaza de la Constitución,la avenida Los Indianos y continuar en la avenida Marítima para prolongarse hasta La Alameda. Los Indianos,número tradicional único en toda Canarias pese a otros intentos por emular la fiesta,fueron la ostentosa percusión de las maracas y la música nacida de la hibridación palmero cubana.
Los Indianos nacen cada año renovados,y en este nuevo alumbramiento blanco incorporó espacios como el puerto capitalino,en la eclosión de una fiesta que transforma a propios y a extraños,a grandes y a pequeños y cuyo reflejo invade cualquier rincón,dejando de lado el individualismo del disfraz,para emerger con una única pero poderosa forma de vida carnavalera,al más puro estilo del palmero y del cubano “recién llegado”.
La chanza y la guasa,la carcajada y el jolgorio,fueron denominador común del indiano,como viene ocurriendo desde hace 50 años. “Esta fiesta es la más grande,la más libre y la más sana para los sentidos” decía ayer uno de los fundadores de la fiesta,nacida de la improvisación y las ganas de juerga de unos cuantos amigos cinco décadas atrás.
La calle entera se cubrió desde bien temprano de linos blancos,de elegantes pamelas,de grandes baúles y de la ostentación propia del nuevo rico,que alardeó cuanto quiso de la fortuna conseguida en su emigración a Cuba para huir de las precariedades de épocas pretéritas.
Los indianos colmaron las expectativas de miles y miles de personas que han pasado días en los preparativos de la explosión de júbilo de la fiesta blanca,escapando siempre a las previsiones y otorgando esencia propia al número señero,más allá de la colaboración institucional,que no pudo más que a fijar la cita de La Espera y de la estridente llegada de la Negra Tomasa,desbordada de júbilo en su reencuentro con el lunes de carnaval.
El ritmo del mestizaje
El Atlántico,el océano que ha sido el gran canal de mestizaje cultural entre La Palma y Cuba había sido,hasta ahora,el gran símbolo que había permanecido ausente de la fiesta de Los Indianos. Este año,con el recibimiento de otro de los grandes iconos de este festejo,la Negra Tomasa,en el puerto,se ha incorporado definitivamente el mar a este gran teatro en que se convierte Santa Cruz de La Palma el lunes de Carnaval.
A las doce del mediodía,mientras el sol empezaba a ocultarse entre las nubes,aparecía por la bocana del muelle,el barco de Fred.Olsen cargado de indianos que,procedentes de Tenerife,quisieron disfrutar en primera persona de este festejo.
Entre ellos iba un pasajero especial,a quien aguardaban otros cientos de indianos de La Palma en la terminal del puerto,la Negra Tomasa,y,como no podía ser de otra manera,la Corporación capitalina,encabezada por su alcalde,Sergio Matos. Para tal señor,tal honor.
Y así,entre la multitud de personas vestidas de blanco hizo su aparición la entrañable figura que encarna nuestro querido Sosó,que no dejó de marcar el ritmo del son de los músicos que lo acompañaban ni siquiera en la bajada de la escalinata del barco que se movía mecida por el mar.
Al grito de “¡Viva la Negra Tomasa!” fue recibida por las cerca de 3.000 personas que se concentraron en el puerto,de donde partió el que ahora podemos pasar a denominar el desfile de la mañana de los Indianos.
Tan anárquico como el pasacalle de por la tarde,los indianos pusieron rumbo hacia la plaza de España por la calle Real,siguiendo a la Negra Tomasa,que se dirigió hacia el centro de la ciudad montada en un Jeep descapotable.
En medio de una nube de polvos de talco y en una explosión de alegría,hizo su aparición en medio de la multitud que se agolpaba en la plaza de España para darle un caluroso recibimiento. En el atrio del Ayuntamiento capitalino,el tradicional ritual de la Espera,con Antonio Abdo y Quique Santacruz,aguardaba su llegada como los representantes oficiales del pueblo en pleno carnaval. A esa altura,el rostro de la Negra Tomasa era más blanco que negro por los polvos de talco,pero lo que no borró fue su generosa y entrañable sonrisa.

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