Hospital de La Gomera

Esto es una vivencia y opinión estrictamente personal. A partir de aquí, quien quiera leerla yle parezca bien, perfecto. Y quien no, también. No busco polémicas ni debates. Tengo muy
claro lo que expongo y lo hago en pleno uso de mis facultades. El objetivo de este texto no es otro que agradecer a quienes lo merecen y reclamar lo que, por derecho, me  corresponde.

Sé que, con este relato, surgirán opiniones de todo tipo. Conozco esta isla, mi isla. Y esto no tiene un trasfondo político; hace mucho tiempo que dejé de creer en la política. Se trata de que nadie tenga que pasar por lo que yo he vivido y de exigir responsabilidad a quienes deben ejercerla.

Cada persona es libre de opinar. Mi intención es, por un lado, reconocer el trabajo de quienes se comportaron de forma ejemplar conmigo y, por otro, evitar que se repitan situaciones como la que viví —que sé que no ha sido la única ni la peor.

Dicho esto, lo cierto es que nadie acude a un hospital por gusto. Lo hacemos para acompañar a alguien o porque nuestra salud nos da una señal de alerta.

El 12 de abril comencé con un problema de salud. Soy de las que visitan al médico con
frecuencia, no lo niego, y quienes me conocen lo saben. Pero esta vez fue distinto: la situación fue más grave de lo esperado, y tuve que permanecer ingresada varios días en el hospital.

La madrugada del 16 de abril entré por Urgencias.

Alto y claro: estoy profundamente agradecida a todas y cada una de las personas que me
atendieron durante esos días. Aunque, como en todo, hubo excepciones —de las que también hablaré.

Empiezo mencionando al maravilloso doctor Juan, quien me atendió con cariño y profesionalidad desde el primer minuto (como siempre lo ha hecho conmigo y con mi hijo).
También al doctor Carlos Gifunni, a quien conozco desde hace muchos años y considero casi de la familia, y al traumatólogo Zorrilla, que no solo pasó incontables veces por mi habitación para pautarme medicación y pruebas, sino que también me ofreció su apoyo, recordándome que tengo muchos motivos para seguir adelante.

No puedo olvidar al doctor Elías, la doctora María y el doctor Cejas. Más agradecimientos para ellos, siempre tan atentos y cercanos. Ya me conocen bien; me han atendido bastante en estas semanas. ¡Son un equipo admirable!

Mención especial merecen las enfermeras Eloísa y Raquel. Les di mucha “lata”, pero no me
dejaron sola ni un instante, siempre pendientes de mi evolución, con gran dedicación y
humanidad. Tampoco puedo omitir a Héctor, que se asomaba tras la cortina para  comprobar si mi dolor había disminuido y, si no era así, allí estaba, sin necesidad de llamarlo, con su generosidad, entrega y gran corazón. ¡Gracias a todos!

En momentos como estos, la profesionalidad es fundamental, pero la atención, el respeto y el cariño también curan.

Agradezco también a las auxiliares de enfermería que estuvieron pendientes de mí a cada
momento, así como a los celadores, especialmente Eva, y a muchos otros profesionales cuyo nombre desconozco: personal administrativo, enfermeros… A todos, GRACIAS.

En Urgencias encontré un equipo humano excelente. Nunca me sentí sola. Siempre atentos, preocupados por aliviar mi dolor y animarme… No tengo palabras para expresar tanta gratitud.

Luego me trasladaron a planta, donde estuve ingresada casi una semana, del 18 al 23 de abril.

El personal, en general, mostró preocupación por sus pacientes, al menos en mi caso.

Gracias a todas las enfermeras que me atendieron —Alejandra, Shamira, Mercedes y otras
cuyo nombre no recuerdo—, especialmente a Olga, por su simpatía y sentido del humor, que aliviaban la estancia. También a Monse, por su capacidad para resolver los problemas que fueron surgiendo, que no fueron pocos ni menores.

Igualmente, agradezco a los auxiliares de planta, siempre dispuestos a ayudar, sin importar la hora. A las señoras de la limpieza, que con sus bromas y pequeñas charlas me ayudaron a desconectar, especialmente a Celia.

El equipo de cocina también merece mi reconocimiento: ¡qué comida tan deliciosa! Enhorabuena por su labor.

Ahora bien, como dije, también hay una parte de esta historia que no es de  agradecimiento, sino de reclamación.

Me refiero al radiólogo de guardia durante mi estancia. Desde el primer momento, el médico de Urgencias lo llamó para que realizara una prueba urgente, pero se negó a acudir. Así, sin más. Para él, mi caso no era importante. Qué más daba si tenía un trombo y  fallecía… Su falta de empatía quedó patente. De hecho, le comuniqué a la doctora de Urgencias que, si él no se presentaba, llamaría a la Guardia Civil para interponer la denuncia correspondiente. No sé si fue coincidencia o no, pero poco después apareció.

Apareció, sí, pero sin el menor gesto de cortesía. Ni un saludo. Incluso hizo comentarios
irónicos. Entré en Urgencias a las 3 de la madrugada del día 16; él apareció sobre las 5 de la tarde. Según él, no era urgente. Pero estaba de guardia. Y cobrando por ello… con nuestros impuestos.

La resonancia magnética que necesitaba se programó para el 23 de abril. Sin embargo, al
intentar realizarla, sufrí un ataque de pánico y no se pudo completar. Los traumatólogos
decidieron repetirla con sedación. Dicha prueba no se realiza actualmente en la isla, por lo
que suelen derivarla al Hospital Universitario Nuestra Señora de La Candelaria. Yo misma
propuse hacerla por la vía privada, pero finalmente decidí que no: pago mis impuestos como todos y tengo derecho a una atención adecuada.

Ese mismo miércoles, la gerente del hospital me llamó para ofrecerme la posibilidad de
hacerme la prueba allí mismo, como intento de compensar lo ocurrido con el radiólogo y otros incidentes. Quedó en llamarme al día siguiente con una solución, tras reunirse con el equipo correspondiente.

El jueves, ya con cita con otro especialista, fui al hospital en silla de ruedas y con muletas para hablar con la gerente, ya que no había recibido noticias suyas. Me dijeron que estaba ocupada, y hablé con el director médico. Le expliqué todo lo que había sucedido, y se comprometió a llamarme con una solución. Me aseguró que la prueba podría hacerse allí en una o dos semanas, pese a que hasta entonces me decían lo contrario. Le insistí en que no podía esperar más. Le insinué que me hubiera gustado denunciar al radiólogo. Su respuesta me hizo bastante gracia, para él era absurdo hacerlo porque finalmente se había personificado. Con esa respuesta… qué más podemos esperar

El viernes recibí una llamada de una profesional externa para confirmar otra resonancia, esta vez solicitada por el neurólogo, también con sedación. Aproveché para comentarle mi
situación y, en apenas 30 minutos, esta persona resolvió todo. Me citó para el martes 29 en
Hospiten Sur. Profesionalidad, empatía y eficacia, todo en una llamada. Gracias infinitas a esta GRAN profesional.

Unas horas más tarde, al tener que volver a Urgencias por el dolor, me llamó el director
médico. Acababa de enterarse de mi cita en Hospiten y, curiosamente, ahora sí había hueco
en La Gomera para el día siguiente. Le agradecí su propuesta, pero ya era tarde. No bastó con ignorar mi situación durante la Semana Santa; además, se me mintió repetidamente.

Incluso intentó convencerme de que no hiciera la prueba en Hospiten porque la calidad de
imagen era inferior. Le respondí que confiaba más en Hospiten que en quienes me habían
demostrado tan poca fiabilidad.

El 29 a las 11:30 me realizaron la resonancia. El equipo fue excepcional: Guisel, la técnica de rayos, Yolanda, la enfermera y Novoa, el anestesista, impecables. También las chicas de
admisión, en especial Débora, que no me pudo dar mejor trato. El día 30, antes del  mediodía, ya tenía el informe del radiólogo. ¡Eso es eficacia!

Ese mismo día tuve que regresar a Urgencias. Llevaba el informe en mano, pero el
traumatólogo de planta no quiso ni mirarlo. Lo entiendo: tenía otros pacientes, no había cita, el informe aún era reciente… Pero ¿tanto cuesta dedicar un minuto?

Afortunadamente, me atendió el doctor Ricardo, del servicio de Urgencias, a quien ya conocía por haber tratado a mi tía. No dudó en revisar las imágenes y darme, POR FIN, un diagnóstico orientativo. Gracias, doctor Ricardo. Su gesto dice mucho de usted.

Tanto presumir de equipamiento moderno y luego no se usa como es debido. Y, por si fuera
poco, se tardan días en enviar los informes porque deben remitirse a La Palma… ¡Increíble!

Al señor director médico le costó días encontrar una solución. Mentiras ya no me valen. Tengo 35 años, y he perdido la paciencia para excusas. La responsabilidad en Sanidad es
fundamental. Y, lamentablemente, no la he visto. De su parte, al menos, no.
El lunes 5 de mayo contacté de nuevo con la gerente. Me atendió presencialmente con
amabilidad y respeto. Agradezco su disposición y transparencia. Al menos sentí que alguien
me entendía.

Tengo que resaltar de ella su empatía, profesionalidad, atención con mi pareja y conmigo y su compromiso como autoridad sanitaria. Da gusto sentarse en su despacho y poder hablar con ella. Ella si puedo decir que se ha portado muy bien conmigo, ella sí ha respondido a mi demanda y solicitud de ayuda urgente. Me consta lo que se ha “movido” y “preocupado” por ayudarme y hacer todo lo que estaba a su alcance para ello.

Me duele el padecimiento físico, pero también lo que he tenido que soportar. Más de cuatro
semanas yendo a Urgencias casi a diario para recibir medicación. Ataques de ansiedad… Y una falta de humanidad que me ha dejado marcada; lo puedo asegurar.

A día de 12 mayo, si no llega a ser por el doctor Ricardo y mi propia iniciativa, seguiría sin saber lo que tengo. Mi traumatólogo no estaba disponible hasta el 13, justo un mes después de enfermarme. Por suerte, he logrado una cita con él. Según el informe de alta, debía ser vista por Traumatología en cuanto tuviera resultados. Pero al principio me dijeron que no había hueco en todo el mes…

Ahora sé que mi caso requiere Neurocirugía. Empieza otra larga espera para que me vean en La Candelaria; cita por la que no puedo esperar.

Por eso, cansada física y mentalmente de todo lo que me ha tocado vivir, de forma urgente,
ya estoy en la sanidad privada. Yo ya no tengo tiempos de espera. Yo ya estoy operada. Y
algunos pensando que podía esperar semanas. ¡Qué importante es tener conocimiento de las cosas para poder hablar!.

Agradezco sinceramente a todos los que he nombrado. Y al resto, reflexionen. Somos
personas, no piedras. La empatía y la humanidad deberían ser obligatorias en el ámbito
sanitario.

Quiero finalizar con un saludo muy especial al doctor Marsá (Hematología) y al doctor Ponce (Neurología). Ambos destacan no solo por su profesionalidad, sino por su gran corazón. Por supuesto, sin dejar de mencionar a Sole, mi médico de cabecera. Cada consulta con ellos es una lección de humanidad. ¡Gracias por tanto!

Dévora Conrado Armas.