En Canarias, hablar del agua es hablar de identidad, de resiliencia y de futuro. Pero en La Gomera este vínculo alcanza una dimensión singular: nuestra relación con el agua no solo ha definido la forma en que habitamos el territorio, sino también la manera en que hemos sabido adaptarnos a la adversidad. Hoy, cuando el cambio climático tensiona como nunca los recursos hídricos, la isla vuelve a demostrar que es capaz de transformar los desafíos en una hoja de ruta estratégica hacia la sostenibilidad.
Durante décadas, el modelo hidráulico insular estuvo condicionado por la disponibilidad limitada de recursos subterráneos y por la fragmentación estructural que caracterizaba a muchos territorios insulares. Sin embargo, a principios de los años noventa, La Gomera emprendió una transformación que hoy podemos considerar una verdadera revolución silenciosa. La apuesta por captar agua en el sur —donde no aflora el complejo basal— y distribuirla hacia cualquier punto de la isla a través de bombeos y depósitos de gran capacidad constituyó un salto estratégico que nos situó a la vanguardia en Canarias. Aquella intuición tecnológica permitió construir una red interconectada, robusta y flexible, que aún hoy es la columna vertebral del suministro insular.
Pero el contexto ha cambiado. Y lo ha hecho con una velocidad que obliga a abandonar cualquier lógica de complacencia. Las sequías prolongadas, la menor recarga de los acuíferos y los límites evidentes de los sondeos exigen nuevas respuestas. Y La Gomera las está dando.
La clave del presente no reside únicamente en construir más, sino en gestionar mejor. Esta es quizá la mayor enseñanza de nuestro tiempo: el agua no es solo una infraestructura, es un sistema vivo que debe ser cuidado, optimizado y valorado. Por eso, la isla ha definido dos grandes ejes para garantizar su seguridad hídrica: la reutilización y la desalación.
La decidida apuesta por la depuración y regeneración marca un cambio cultural profundo. Aumentar la capacidad de producir agua regenerada en instalaciones como las nuevas estaciones depuradoras de aguas residuales no es un capricho tecnológico, sino una obligación ética en tiempos de emergencia climática. Y el proyecto LIFE smallWAT en Hermigua simboliza de manera ejemplar esta transición: convertir un municipio rural en un laboratorio europeo del ciclo del agua demuestra que la innovación no entiende de tamaños, sino de visiones.
El otro pilar, la desalación, ha supuesto un salto histórico. Con dos nuevas plantas —en San Sebastián y Playa de Santiago— capaces de producir 6.000 metros cúbicos diarios, la isla ya no dependerá exclusivamente del subsuelo. Por primera vez, La Gomera producirá, transportará y asegurará agua con autonomía, combinando recursos naturales, tecnología y planificación. Se trata de un giro estratégico sin precedentes que fortalece nuestra resiliencia ante cualquier escenario climático.
Pero esta revolución del agua no se sostiene solo en grandes infraestructuras. También nace de decisiones complementarias que protegen el territorio: la eliminación de flora invasora, la recuperación de cauces, la lucha contra las pérdidas, la restauración ecológica. Cada litro que dejamos de malgastar es una victoria silenciosa que suma a un modelo más sostenible.
La pregunta, entonces, no es si La Gomera está cambiando, sino si estamos preparados para acompañar ese cambio. Porque gestionar el agua no es solo tarea de administraciones, ingenierías o laboratorios; es una responsabilidad compartida. Implica comprender que cada gota regenerada, cada metro cúbico desalado, cada tubería reparada y cada cauce restaurado son parte de un mismo compromiso: garantizar la vida y el futuro de una isla que ha hecho de la sostenibilidad no un discurso, sino una práctica cotidiana.
Por eso, cuando defendemos que La Gomera puede ser ejemplo para el mundo, no hablamos de ambición desmedida, sino de realidades contrastadas. Hemos demostrado que un territorio pequeño puede pensar en grande; y que, si algo define a esta isla, es su capacidad para convertir dificultades en oportunidades.
La revolución del agua en La Gomera no ha concluido. Pero su rumbo está claro: gestionar con inteligencia, valorar con conciencia y proteger con responsabilidad. Esta es la verdadera transformación cultural que nos interpela a todos. Y es, sin duda, el legado que debemos construir para quienes vendrán.

