Cada 30 de septiembre renovamos nuestra memoria y nuestro compromiso con una de las señas de identidad más profundas de La Gomera: el Silbo. Han pasado ya dieciséis años desde que la UNESCO reconociera este lenguaje único como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y sigue emocionándonos saber que lo que un día fue herramienta de supervivencia de nuestros antepasados hoy se erige como símbolo de orgullo colectivo y referente internacional de creatividad y resistencia cultural.
El Silbo Gomero es mucho más que un sistema de comunicación: es un espejo de nuestra historia, de la inteligencia de un pueblo que supo transformar las dificultades de un territorio abrupto en oportunidad. Gracias al Silbo, se acortaron distancias, se mantuvo unida la comunidad y se tendieron puentes invisibles que aún hoy siguen resonando en nuestros barrancos. Es, además, el único lenguaje silbado articulado de Canarias, un patrimonio vivo que merece respeto, protección y difusión constante.
En estos años, el esfuerzo por garantizar su continuidad ha sido decisivo. La incorporación del Silbo a los centros educativos marcó un antes y un después, asegurando que cada generación de gomeros y gomeras creciera conociendo y practicando esta herencia cultural. Pero no ha sido solo la enseñanza formal la que ha dado frutos. El compromiso de los maestros silbadores, muchos de ellos herederos directos de quienes mantuvieron viva la tradición en los momentos más críticos, ha permitido que el Silbo se escuche hoy con más fuerza que nunca.
Quiero detenerme especialmente en la Asociación Cultural Silbo Gomero y en la Comunidad Portadora, cuyo trabajo constante, generoso y comprometido ha sido esencial para consolidar este camino. Su empeño en la enseñanza, en la organización de encuentros y jornadas, en la difusión dentro y fuera de la isla y en la defensa firme de la autenticidad del Silbo, constituye un ejemplo de responsabilidad colectiva. Sin su participación activa, este patrimonio correría el riesgo de convertirse en un mero símbolo vacío, y no en lo que es: una práctica viva, compartida y con futuro.
Defender el Silbo es defender nuestra identidad. No basta con reconocer su valor histórico o con aplaudir su belleza sonora: es necesario cuidarlo, transmitirlo y blindarlo frente a la imitación, la banalización o el olvido. Igual que Garajonay nos recuerda el tesoro natural que tenemos, el Silbo nos recuerda que nuestra cultura es tan fuerte como los lazos que nos unen como pueblo.
En este decimosexto aniversario de su declaración como Patrimonio de la Humanidad, renovemos el compromiso de seguir silbando con orgullo. Que el eco del Silbo Gomero siga cruzando barrancos, generaciones y fronteras, como un mensaje claro al mundo: la creatividad humana, cuando se enraíza en la tierra es eterna.