Don Enrique Amaya

Escribir sobre asuntos que te vienen a la cabeza, en mi caso es cuestión de un impulso de un momento que te lleva a escribir sobre lo que te apetece. Pero en esta ocasión he dudado mucho, sí, le he dado muchas vueltas a plasmar mi opinión sobre Enrique, que ya no está con nosotros. Al final, tomé la decisión de hacerlo por tres motivos: su trayectoria laboral y profesional merece recordarse explícitamente, admiré algunas de sus capacidades y finalmente porque, siendo amigo de la familia, compartimos momentos de alegría que, al recordarlos, todavía hoy me sacan una sonrisa placentera.

En una maleta de madera hecha por él mismo, se embarcó todavía muy joven a Venezuela. Allí estuvo 16 años, por La Guaira, trabajando como carpintero, en una tienda de comestibles y en un café. Aún en Venezuela se casó y compró algunas propiedades en Vallehermoso.

A su regreso, en torno a 1972, comenzó a construir en El Paso (zona de la actual Plaza de la Constitución) el edificio que, con una planta más, colindaba con el del Ayuntamiento de Vallehermoso que se había iniciado a finales de los años sesenta (del pasado siglo se entiende). A cinco escalones de la acera empezó con su Bar Restaurante Amaya, compañía que no dejó hasta pocos días antes de fallecer.

A partir de mediados de los años setenta, el ferry de la compañía Fred Olsen empezó a traer excursiones a la isla. Al tener un amplio comedor, el bar de Enrique fue el lugar elegido para servirles los almuerzos. Además de un importante número de trabajadores contratados, eran muchos los jóvenes que acudían a ayudar en el servicio para que todo saliera con prontitud. Tras el café, los extranjeros salían a pasear y a hacer alguna compra por el casco, “vidilla comercial” que todavía se añora . Después de un tiempo, Fred Olsen le propuso, primeramente, comprarle el restaurante y más tarde trabajar en una especie de “sociedad”. Ninguna de las propuestas le convencieron, razón por la cual Fred Olsen optó por construir el actual Restaurante Las Rosas.

Por esa época decidió, con mi padre, abrir una cochinera en la que se pudieran aprovechar los restos de las comidas del restaurante, que eran abundantes. En una caldera de acero inmensa se hervían a fuego de leña los restos, que luego pasaban a una pileta alargada para ser enfriados. Los cochinos se alimentaban de ello, así como de dátiles, millo y afrechos. Había agua abundante proveniente de la presa de Garabato y las instalaciones (pasillo, piso enfoscado, protecciones para crías). Al recordarlo pienso que incluso hoy en día nadie dudaría en afirmar que se cuidaba el bienestar animal

Trabajo y dedicación. Muchas de ambas cosas en el bar restaurante, unos horarios muy exigentes y un servicio muy serio, hizo del bar restaurante y de la pensión (que estaba en una planta superior) una referencia en Vallehermoso durante décadas.

Me decía que no entendía el motivo por el cual la gente que ganaba dinero en Vallehermoso no lo gastaba también en Vallehermoso, o al menos en La Gomera. Estaba y sigue estando muy de moda buscar la inversión fuera de nuestro pueblo, algo que nos impide alcanzar ciertas cotas de desarrollo local. Adquirió una finca en Garabato porque quería cultivar parte de su comida y así lo hacía. Luego, aconsejado por otros vecinos, compró un terreno y fabricó una casa en la Playa de Alojera. Eran los inicios del desarrollo del principal núcleo turístico de Vallehermoso, donde como relato también tuvo una labor pionera.

Con el apoyo familiar, y en especial de Miguel Ángel, su hijo, se adquirió una planta del edificio donde estaba Cajacanarias y se habilitó una nueva pensión con un concepto renovado tanto de su equipamiento como de su decoración y servicios.

Bar Restaurante Amaya

En 1995 se celebró en el salón del Amaya la asamblea constituyente del Centro de Iniciativas y Turismo del Norte de La Gomera, que tendría una larga y notable trayectoria siendo Miguel Ángel Amaya su presidente.

No entendía de privilegios ni de lujos. Más bien consideraba que el esfuerzo y el trabajo ponían a cada uno en su sitio. Estaba convencido de que, partiendo desde abajo, cada persona podía alcanzar muchos de sus propósitos. Tenía don de gente, por su trabajo conversaba con todo el mundo con buena cara; sin embargo, se le notaba incómodo entre ciertos políticos o “riquillos” de la época.

Las oportunidades de negocio las identificaba con rapidez puesto que tenía una visión estratégica de su entorno. Tomaba riesgos, pero entiendo que muy calculados. Compró y edificó también en Vueltas, Valle Gran Rey, siempre fue capaz de distinguir la conveniencia de una buena inversión.

Aunque por él también pasaban los años, iba sobrado de pasión, de motivación. Junto con Miguel Ángel, su hijo, afrontaron la adquisición y posterior rehabilitación de la Casa de Los Fierro para convertirla en el Hotel Tamahuche. Fue un hito en lo referente a la inversión privada en Vallehermoso, no solamente por la inversión realizada sino por el meritorio resultado final de la misma.

De mente abierta a los cambios y con mucha confianza en sí mismo para resolver los problemas, Enrique encarnó durante años un destacado papel de emprendedor y de empresario en nuestro municipio. Mucha gente se formó profesionalmente en su bar, donde se aprendía a trabajar en equipo. Con cierta frecuencia hablo con algunos empleados suyos de la época, que más allá de las anécdotas me transmiten un enorme cariño y agradecimiento hacia su persona.

Publicaré este escrito y espero que lo dicho no sea motivo de desaprobación por parte de su familia, y especialmente de Elisita.

Cuando Andrés Melo tenía su taguara en Las Rosas, me llamaba la atención que en el salón sobre el fondo blanco de la pared se podía leer en letra negra y clarita el siguiente verso:

Ese Don, señor hidalgo,

Es el don del algodón,

Pues para tener un Don

Hace falta tener algo.

Enrique, más que “algo”, tenía muchas aptitudes y capacidades de las que dejó sobrada huella durante su trayectoria. Aunque en vida no lo hubiera soportado, ahora sí que podemos ponerle el Don delante de su nombre en el encabezado de este artículo.

Manuel Fernando Martín Torres. Septiembre 2025.