Imagino a menudo esta isla hace más de quinientos años. La brisa salada del mar, las velas desplegadas al viento, los sueños que partían desde nuestras costas hacia lo desconocido. La Gomera fue entonces puerto de despedidas y de esperanza, y hoy sigue siendo un lugar desde el que tender puentes hacia el mundo. Esa es, precisamente, la esencia de las Jornadas Colombinas: no quedarnos atrapados en el bronce de la historia, sino usarla como espejo para interrogarnos sobre nuestro presente.

Vivimos tiempos convulsos. Europa sangra en Ucrania, Gaza clama entre ruinas, y millones de seres humanos huyen del hambre, de las guerras, de la exclusión. Los organismos internacionales muestran su fragilidad, incapaces de responder a la altura de la dignidad humana. Ante esa realidad, no podemos callar ni resignarnos. La paz no es un lujo, no es una utopía distante: es pan en la mesa, escuela abierta, trabajo digno, seguridad para que ningún niño crezca bajo las bombas.

En este contexto, he querido subrayar la importancia de voces valientes, de hombres y mujeres que, como Josep Borrell, no teman llamar a las cosas por su nombre. Él ha recordado a Europa su deber de actuar y ha denunciado la barbarie que asola al pueblo palestino. Esa coherencia, ese compromiso, son ejemplo de lo que significa ser ciudadano del mundo.

Pero hablar de paz también nos obliga a mirarnos a nosotros mismos. En Canarias sabemos lo que es emigrar, y también lo que es recibir a quienes llegan buscando refugio. Lo hacemos no por caridad, sino por justicia. Ningún ser humano vale menos que otro. Por eso necesitamos más cooperación del Estado y de Europa, y también el cumplimiento real de la ley por parte de todas las comunidades autónomas.

Cuidar la paz significa, asimismo, cuidar de nuestra tierra. Canarias es una comunidad singular: alejada, fragmentada, dependiente del exterior. Por eso exige reconocimiento y apoyo decidido. Apostar por la educación, la sanidad, la vivienda, la cultura, la diversificación económica y un sistema de financiación justo no es un capricho, es una condición de paz social. Porque no habrá paz sin igualdad de oportunidades ni sin respeto a la dignidad de las personas.

Hay que rechazar la política del insulto y de la división. El camino debe ser el diálogo, el pacto, el acuerdo, el respeto mutuo. Así es como Canarias ha sabido avanzar y así debemos seguir haciéndolo.

La paz también requiere valentía para transformar la política internacional. No podemos permitir que la indiferencia o los intereses económicos pesen más que la vida humana. La diplomacia y la cooperación deben volver a ser herramientas eficaces, no meros discursos. Europa tiene que estar a la altura de su historia y de su responsabilidad, y Canarias, como frontera sur, tiene un papel estratégico para recordar al continente que la humanidad no tiene fronteras cuando se trata de defender la vida y la dignidad.

Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que la paz está ligada a la sostenibilidad. No habrá un futuro pacífico si seguimos destruyendo nuestro planeta, agotando sus recursos y condenando a generaciones enteras al desarraigo climático. Canarias, por su fragilidad insular, es un laboratorio de lo que puede ocurrir si no reaccionamos a tiempo. Apostar por las energías limpias, por la gestión responsable del agua, por un turismo sostenible y por una economía diversificada es también apostar por la paz, porque significa garantizar bienestar y seguridad para quienes vienen después de nosotros.

Hoy, desde La Gomera, como hace siglos, volvemos a tender puentes. Entre continentes, sí, pero también entre ideas, culturas y generaciones. Ese es el mensaje que queremos lanzar al mundo desde estas Jornadas Colombinas: un mensaje de paz.