A los pies del Roque Cano, con el fuego alumbrando la noche y el patrón, observando la plaza de la Inmaculada Aron Morales, pregonó las fiestas Lustrales de Vallehermoso, en forma de regalo al pueblo en el que su madre lo parió hace cuarenta años.
La iglesia de San Juan Bautista moldeó su fachada como un lienzo en el que se podía visualizar el poema ilustrado obra de Morales dedicado a la Virgen del Carmen, en una plaza abarrotada de vecinos y vecinas que reconocieron al pregonero con su presencia y que previamente fueron recibidos con una alfombra de mastranto y un presente en forma de hoja de eucalipto que agudizaron el sentimiento pantanero, mientras comenzaba a sonar “Quisiera ser Vallehermoso”.
Arón comenzó contando de cinco en cinco, como buen hijo de Vallehermoso. Las más de mil velas encendidas a su alrededor, delataban lo que estaba a punto de suceder. Una narrativa por la memoria sonora de Vallehermoso entonó los recuerdos colectivos que, en forma de sonidos, forman parte de los habitantes del pueblo: “mi abuelo rasgando tela con las manos”, “las chácaras entrando a la iglesia” o “un disco de mis hermanos de Rokecan”; precedieron los primeros acordes de “Canta corazón” que emocionaron a un público expectante.
Los sabores de Vallehermoso dieron pie a la reminiscencia de alfajores y latas de dulces, de Guarapo y miel de palma, de frutas, vino o tortilla de ajo de Tamargada, hasta llegar al sabor del recuerdo de un Arón Morales en las Fiestas Lustrales de 1995. En pantalla, ese niño de diez años que se atrevió a cantar a las fiestas, “con los nervios amarrados en la garganta” y con el que el pregonero comenzó a cantar treinta años después.
Si Morales había emocionado ya a cientos de personas presentes, continuaría mostrando su memoria sensible por el tacto de esperas y traperas, del barro, las fuentes o las botellas de anís como instrumento. El pregonero tocó las puertas que le habían robado el corazón. Las de vecinos pidiendo para las fiestas, las de acceso a la llave de la ermita del Carmen. Arón Morales pidió, entonces, volver a tocar con quienes le habían acompañado alguna vez, saldando la deuda que tenía pendiente con ellos. Los tocadores, comenzaron a levantarse de entre el público para unirse al pregonero a ritmo de chácaras y tambores. Sonaba a procesión y recuerdo de quienes partieron. Parecía que a los presentes los acompañaban también Nadia, Damián, Benito o Cheo, aquellos de los que aprendió. “Mi tambor está endeudado con quien ha estado a mi lado”. Uno de los momentos más emocionantes de la noche.
Arón Morales quiso entonces mirar a Vallehermoso con los ojos abiertos -mientras era observado por un público con el corazón emocionado y los ojos rallados- visualizando El Palmar y las calles de Vallehermoso a través de cada negocio que contaba una historia. Preguntándose por la mejor cara del Roque Cano, Morales se veía sentado en cualquier banco jugando a inventarse Lustrales. Con sus amigos, sus primos. Con los de siempre y como siempre.
Con la emoción a flor de piel, con los vecinos sumando más lágrimas que velas alumbraban la plaza de la iglesia, el pregonero dio paso al regalo soñado. La banda sonora de las Fiestas Lustrales. Un presente en el que exprimió su alma y su corazón “que sirva para dar las gracias a su gente en forma de canción”.
Arón Morales Pérez despidió su pregón cantando para los suyos, con una canción compuesta por él mismo, “En El Ingenio el corazón” y que significó el broche de oro emocional para una noche que quedará en la memoria y el sentimiento colectivo de todo el pueblo de Vallehermoso para siempre.