Rubens Ascanio Gómez

Esta semana se cumplieron noventa años de uno de los mayores hitos culturales en la historia de Canarias, la celebración en Tenerife de la Segunda Exposición Internacional Surrealista. El provincianismo cultural y la mala memoria parece ignorar un acontecimiento que en cualquier otro lugar merecería un año entero de eventos. No dudo que el vínculo entre este evento y la nueva luz cultural que promovió la II República, donde los ideales de renovación y revolución iban de su mano, tenga que ver, en cierta medida, con el “olvido” de las administraciones isleñas.

El 11 de mayo de 1935 a las seis de la tarde abrió sus puertas la II Exposición Internacional Surrealista, en Santa Cruz de Tenerife. Hay sobrados trabajos que demuestran el impacto de un acontecimiento, que puso a nuestra tierra en el mapa de las vanguardias internacionales. El Ateneo de Santa Cruz fue el lugar elegido como sede central de la exposición, que comprendió setenta y seis obras de autores como Picasso, Arp, Brauner, Chirico, Dalí, Domínguez, Ernst, Hugo, Magritte, Miró, Oppenheim, Ray, Tanguy, Duchamp, Giacometti, Henry, Jean, Styrsky, Bellmér y Maar, entre otros. Era la segunda ocasión en la que las cabezas pensantes del movimiento surrealista creaban un espacio como este, que marcaba lo que pretendía ser una nueva cultura, pero también un cambio social y científico.

Exposición surrealista 1935

Solo una semana antes Tenerife había celebrado su primera exposición monográfica de obras surrealistas, celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz, con un conjunto de cuadros de quince de Óscar Domínguez de su etapa parisina. La exposición internacional fue un acontecimiento histórico, que tuvo como padrinos a dos destacadas figuras intelectuales de Francia, el escritor y “director del movimiento surrealista”, Andrés Bretón, y el poeta surrealista, Benjamín Peret.

Un tiempo nuevo llegaba y con él elementos culturales, de pensamiento y creencias que rompían los limitados moldes del modernismo. El surrealismo cuestionaba el viejo orden tradicional y se quería poner al servicio de una sociedad más abierta y dispuesta a cortar sus lazos con el pasado. La exposición no vino sola, fue posible gracias a una joven generación de intelectuales que en 1932 dio forma a la revista cultural Gaceta de Arte. Este medio surgió bajo la dirección de Eduardo Westerdahl, junto a unos jóvenes Domingo Pérez Minik, Francisco Aguilar, Domingo López Torres, Oscar Pestana Ramos, José Arozena y Pedro García Cabrera, a los que se sumaron después figuras como Agustín Espinosa y José María de la Rosa. Lograron un producto cultural innovador, que desde Canarias logró romper las barreras insulares, convirtiéndose pronto en un espacio reconocido a nivel internacional.

No pretendían hablar solo de arte, lo vinculan con la sociedad y su transformación. De ese grupo el poeta Domingo López, el profesor universitario Óscar Pestana y Pedro García Cabrera serán concejales del último gobierno republicano de la capital, por el Partido Socialista. Desde sus páginas se hablaba de cultura, pero también de su papel en la nueva sociedad que creían inevitable, donde, en palabras del poeta tinerfeño, “los proletarios del mundo estamos en constante lucha por la implantación de nuestros principios, para la destrucción de un sistema cansado”. Para ellos la cultura no era solo un medio de expresión, era una herramienta para transformar el mundo.

En 1934 un puñado de jóvenes intelectuales republicanos había logrado recuperar el Ateneo de Santa Cruz, nacido durante el Sexenio Revolucionario, el 25 de julio de 1869. Su objetivo era claro, la “instrucción por medio de la comunicación de ideas de palabra”. Tras una paréntesis de varios años y una necesaria renovación, el proyecto abrió nuevamente sus puertas durante un breve tiempo en la actual plaza de la Candelaria, antigua Plaza de la República. En ese lugar, en un edificio anexo al Palacio de Carta, hoy desaparecido, transcurrió la exposición surrealista.

El evento fue todo un fenómeno, un terremoto social y cultural. Domingo Pérez Minik lo recordaba con motivo de la segunda edición de esta, ya en los primeros años de la democracia recuperada. En el catálogo realizado con motivo del 46 aniversario de este gran evento decía: «todo el mundo se quedó asustado, aturdido, extrañado. Una misión cumplida que ha pasado a la historia, se la recuerda todavía, hoy está allí como ayer».

La exposición surrealista, en una sociedad con fuertes sectores conservadores y tradicionalistas, generó su más intensa polémica con un acto como la proyección de la película “La edad de oro”. La obra de Luis Buñuel, en colaboración con Salvador Dalí, fue duramente atacada por el diario conservador, Gaceta de Tenerife. En este medio llegaron a decir, en su edición del 14 de junio de 1935, que la película era “el nuevo veneno de que se quieren valer el judaísmo y la masonería y el sectarismo rabioso y revolucionario para corromper al pueblo”. Ya adelantaban con palabras argumentos y formas que en breve se convertirían en la norma ideológica y argumental del golpe militar.

La Exposición Surrealista fue el gran hito cultural del Ateneo de Santa Cruz en esa etapa y uno de los sucesos culturales más relevantes de la etapa republicana en Canarias. Sus promotores de Gaceta de Arte, con la complicidad de la nueva institución cultural, lograron quebrar las distancias existentes con los grandes centros del pensamiento internacional y, como pretendían, “hacer ver en algún modo que nosotros también participamos más o menos de la vida universal”.

La llegada del 18 de julio de 1936 acabaría con la Gaceta del Arte y el Ateneo chicharrero, dejando la memoria de este evento en un largo limbo. Muchos de sus protagonistas sufrieron en sus carnes la venganza. El poeta Domingo López Torres fue arrojado al océano en un saco. Luis Ortiz, autor del cartel anunciador de la Edad de Oro, acabó muerto en prisión como consecuencia de las penas. Pedro García Cabrera, Óscar Pestana, José Arozena, Juan Ismael o Domingo Pérez Minik pasaron por las prisiones franquistas. Westerdahl logró evitar su detención por tener ciudadanía sueca por parte de padre, mientras que Agustín Espinosa fue depurado, a pesar de tratar de acercarse a las posiciones de los golpistas, paso que darían también Emeterio Gutiérrez y Francisco Aguilar, que se integraron en Falange.

El temblor de esa acción sobrevivió a cuarenta años de dictadura. En 1981 se retomó su legado, con algunos de los viejos protagonistas y con quienes se criaron escuchando los recuerdos de ese acontecimiento tan sonado. En esa fecha se celebró una segunda edición entre Tenerife, Gran Canaria y Lanzarote, con más de treinta obras, que en esa ocasión estuvo apadrinada por figuras destacadas de la cultura en el Archipiélago, uno de los protagonistas de la primera exposición, Eduardo Westerdahl, y una generación más joven, como la del artista lanzaroteño, César Manrique. Ni la dictadura, que marcó la vida de muchos de los protagonistas de la generación que trajo la exposición surrealista a Tenerife, pudo acabar con la importancia de esta exposición y su relevancia en el mundo del arte. En esa ocasión, aunque en Tenerife se mantenían en el ayuntamiento de la capital y el Cabildo personas estrechamente ligadas al régimen anterior, no tuvieron dudas de que el cuarenta y seis años después debía ser recordado…cuarenta y cuatro años más tarde de esa última ocasión, preocupa ver el olvido institucional o el desinterés, incluso a pesar de un reciente acuerdo en el pleno capitalino para conmemorar esta fecha.

Lo mismo sí, es posible que teman recordar que, noventa años después, el surrealismo llegó para revolucionar y remover conciencias. Estoy convencido de que un pueblo que desconoce su pasado, que ignora las luces que nos colocaron en la vanguardia, está condenado a repetir sus errores una y otra vez. Esperamos que esa desmemoria seamos capaces de superarla colectivamente y que la cultura sea uno de los elementos que nos permita brillar nuevamente.

Rubens Ascanio Gómez

Licenciado en Historia por la Universidad de La Laguna