Salvador García Llanos

Era agosto de 2000 cuando, ejerciendo la alcaldía del Puerto de la Cruz, promovimos la concesión de honores al reverendo Pedro González Mesa (Los Realejos, 1925-Puerto de la Cruz, 2020), que desarrolló una fecunda labor pastoral durante más de veinte años en la parroquia de La Vera. La Comisión de Gobierno municipal había expresado en junio de aquel año, en ocasión de haberse hecho público el anuncio de jubilación, un reconocimiento, a la vez que anticipaba la voluntad de conceder al sacerdote alguno de los honores consignados en el Reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de aquella época. El pleno de la corporación aprobó por unanimidad, el 17 de mayo de 2001, conceder al cura la rotulación de una de sus vías, Reverendo González Mesa, que se corresponde con el tramo del nuevo trazado que, en la trasera del campo de fútbol ‘Nuevo Salvador Ledesma’, partiendo del Camino Cañón, conecta este con la autopista del norte

González Mesa falleció en los últimos días del pasado año. Recordemos hoy algunos rasgos de su personalidad. Fue consagrado sacerdote en La Laguna el 10 de junio de 1951, siendo obispo de la Diócesis Domingo Pérez Cáceres. La vocación y su rica formación se reflejan en su expediente académico, sin duda uno de los más brillantes de los registrados en el seminario diocesano. Su trayectoria –escribimos en la propuesta- es un compendio de dedicación y responsabilidad. Ejerció como cura ecónomo de los Santos Reyes de Valle Gran Rey (La Gomera) y como encargado de Nuestra Señora de Candelaria, en la misma isla. Con posterioridad, fue también el ecónomo de Granadilla de Abona y encargado de Vilaflor. Dotado de una especial sensibilidad para expandir el mensaje de la Iglesia católica, durante varios años, ya como párroco, concentra sus afanes en la construcción de nuevos templos, como el de San Pablo Apóstol y San Antonio de Padua, en los portuenses barrios de Las Dehesas y San Antonio, así como el de Nuestra Señora de Guadalupe en Los Realejos. Su vocación pedagógica, otra de las cualidades de su trabajo pastoral, ha quedado de manifiesto en su dedicación como director espiritual del antiguo instituto de enseñanza media de Los Realejos y como profesor de griego y literatura en el seminario diocesano de San Cristóbal de La Laguna.

El cura compartió las inquietudes de la población hasta convertirse en una referencia para el desenvolvimiento de tantas aspiraciones religiosas y humanas. Su indeclinable espíritu de trabajo, fortalecido por el respaldo de la feligresía y su constante predisposición para ayudar a los semejantes, han sido los mejores activos que aquélla haya podido encontrar para cumplir con sus deberes y su fervor.

Fue la suya una trayectoria rica en vivencias. Viajaba cada verano a diferentes países del mundo. Asistía a los banquetes de la bodas o bautismos que oficiaba. Conocía los entresijos y los caminos de un barrio que abarca los tres municipios del Valle y en cada agosto compartía las celebraciones de sus festejos, acompañando a la procesión, en alguna edición hasta altas horas de la madrugada.

El sábado 11 de agosto de 2001 tuvo lugar el acto del descubrimiento de la placa que identificaba la vía urbana que lleva su nombre. Los tres periódicos de la época publicaron informaciones al respecto. Miembros de la corporación, ex alcaldes, el vicario de la Diócesis, representantes de entidades y vecinos de La Vera se dieron cita en la trasera del campo de futbol. Allí dijimos, entre otras cosas:

“El nombre de Pedro González Mesa se integra desde hoy en la historia del barrio y del municipio. En realidad ya lo estaba, solo que sin una calle que lleva su nombre. El lugar se loa había ganado, se lo ha ganado a pulso, con el diario infatigable trabajo, durante más de cuarenta años. Impartiendo bendiciones, atendiendo a enfermos, escuchando, predicando, animando, solucionando, compartiendo como uno más los afanes y las inquietudes del sector de La Vera.

“Todos los que aquí estamos sabemos que la personalidad de este cura trasciende los convencionalismos más al uso. No porque incurra en díscola o estrafalaria sino porque, al contrario, siempre desde las coordenadas del resto, tendió a la naturalidad más expresiva, a la cercanía con los semejantes, a la sensibilidad del prójimo fuese cual fuese su condición social. Caracterizado por la llaneza y la campechanía. En suma, un humanista.

“Don Pedro, por ejemplo, es deportista. Y quienes conocen de su pasión por el mar y por la a natación, por el ejercicio y la gimnasia, están al tanto de que ese debe ser uno de los secretos que explique su jubilación porque la edad así lo dicta, no porque físicamente aparentara cansancio o sintiera ganas de acceder a ella. Las largas caminatas en la azote de la que fuera su casa, entre el polideportivo y la iglesia, memorizando, cultivando su intelecto y reflexionando sobre loa problemas cotidianos, constituyen otro rasgo de ese comportamiento que siempre llamó la atención…

“También despertaba reconocimiento que fuera uno más entre los numerosos invitados a una boda que él había oficiado: no parecía el cura; o el primero en consolar a los familiares de algún vecino fallecido en cuyas exequias volcó afecto y sentimiento: era un deudo más; o que se esforzara en hacer ver a sus alumnos que la literatura y el arte sacro no era tan difíciles: la vena profesoral siempre le pudo; o que comprendiera la demanda y la entrega de tantos vecinos en los trayectos procesionales que recorren las angostas calles y las modernas vías del barrio: era la expresión del fervor…

Don Pedro, junto a Melchor, el impenitente y fiel acólito, siempre don Pedro en estas manifestaciones del pueblo, granjeándose la simpatía y hasta la condescendencia de todos. Ese talante le hizo ser uno de esos personajes que terminan siendo consustanciales al barrio. El talante que impregna de solidaridad su fecunda obra pastoral…”.

En agosto de 2020, cumplió 95 años. Hasta la Casa de Jesús de Nazaret, donde residía, marchó a felicitarle el Obispo de la Diócesis. Por muchos motivos, Pedro González Mesa será recordado siempre.