Con apenas veinte días de diferencia han fallecido en San Sebastián dos personas tan populares como queridas, dos luchadores incansables y ejemplares; me refiero a Jesusín y a Generosa.

Conocí al primero a poco de llegar a La Gomera, allá por el año 1986. Artesano de la madera, como varios de sus hermanos, nos hicieron un juego de cuarto que hoy conservamos en nuestro nuevo domicilio como algo muy preciado. El carácter afable de Jesusín, sus estampidos, su risa franca, sufrirían varios golpes muy duros años después. Problemas familiares y económicos, y su gran corazón le dio un tremendo susto del que lograría recuperarse. Vino después el cáncer, y la imposibilidad de volver a trabajar. Sin embargo, la Seguridad Social no le reconocía una incapacidad permanente a la que tenía derecho, y acudió a los abogados, preocupado no por su estado de salud y su posible fallecimiento, sino por no ser una carga para nadie. Por eso, cuando finalmente el juez le dio la razón, sentí una alegría inmensa; una vez más, la lucha había valido la pena, y Jesusín podría respirar, caminar y pararse a hablar tranquilo, agradecido y feliz por el hecho de que su pensión le permitiría hacer frente a sus gastos. Lástima que la muerte lo haya detenido en seco, y haya dejado al pueblo de San Sebastián sin su sonrisa.

¿Y qué decir de la sonrisa de Generosa? Desde que fuéramos vecinos en la calle El Tanquito, me llamó la atención su energía, su buena cara ante las circunstancias, su disposición a aprender (corte y confección, música), su preocupación permanente por su madre, por su marido, por sus hijos, por sus nietos, por transmitir unos valores humanos que ella atesoraba. Parecía olvidarse de su enfermedad, a la que plantó cara con una entereza conmovedora. Así pude comprobarlo hace algo más de un año, al coincidir con ella mi esposa y yo comiendo en un restaurante en el aeropuerto de Los Rodeos en nuestra despedida de La Gomera y ahora, tristemente, también de ella. Hablamos los tres de experiencias compartidas, y Generosa nos comentó con orgullo todos los logros de sus hijos y de sus nietos, feliz sin duda por que hubieran captado sus enseñanzas, su modelo de hacer frente a las dificultades de la vida. Prácticamente no habló de su enfermedad, de todo lo que había pasado. Su infinita generosidad le hacía mirar para otro lado, para los suyos, no para su ya maltrecho organismo.

Jesusín y Generosa se han ido, pero nos han dejado su ejemplo de lucha y de entrega a los demás. Por eso, merecen nuestro reconocimiento y nuestro recuerdo más cariñoso. Descansen en paz.