Ojalá estas fiestas de Navidad hayan sido las últimas en las que a las familias canarias con hijos estudiando fuera les hayan asaltado el bolsillo con alevosía e impunidad. Todos los que han viajado en este mes, incluso si han sacado el pasaje con cierta antelación —no digamos nada de si le ha surgido la posibilidad de viajar a última hora— han podido comprobar a qué precios están los billetes entre la Península y Canarias.

La subvención del 75% ha estimulado una subida de precios que en algunos casos ha sido escandalosa. Un escándalo que, por fin, ha despertado la conciencia del Ministerio de Fomento, que va a tomar cartas en el asunto. Ya era hora. Hacer negocio con un mercado cautivo a costa de los canarios y sobre la base del dinero de todos los conciudadanos españoles, es algo que no debemos tolerar.

Si algo nos ha permitido ser distintos, en los últimos años, es la conectividad. Gracias a ella nuestros jóvenes pueden ir a estudiar fuera y venir de cuando en cuando para estar con la familia. Nuestros seres más queridos, por muy lejos que vivan, pueden darse un salto para visitarnos. Podemos enviar nuestras mercancías y recibir los bienes y servicios que necesitamos. Y los turistas pueden acercarse a visitar las bellezas naturales de La Gomera.

Estar conectados, en este mundo en el que vivimos, es estar vivos. Lo podemos comprobar fácilmente cuando consultamos algo a través de internet o cuando nos conectamos al mundo para conocer lo que ha ocurrido cada día. Dentro de muy poco, una gran parte de los diagnósticos médicos podrán realizarse de forma no presencial, de igual forma que ya hoy en día se están produciendo operaciones realizadas por control remoto desde muchos kilómetros de distancia. A través de las redes, a través del mar, a través del aire, estar conectados con el resto de nuestra tierra y con el resto del mundo es una condición esencial para explotar nuestra fortaleza y progresar.

El mundo se convierte cada vez más en un lugar muy pequeño: en esa aldea global de la que hablaba un famoso semiótico llamado McLuhan. Sabemos en solo unos instantes cosas que están ocurriendo al otro lado del mundo. Tenemos imágenes casi en tiempo real de una manifestación en Caracas o de las consecuencias del impeachmen iniciado contra Donald Trump. Todo ese conocimiento tiene efectos transformadores. Las nuevas generaciones ven las mismas películas y escuchan la misma música que otros jóvenes al otro lado del planeta. Leen los mismos libros y las mismas revistas y están desarrollando una cultura muy parecida en la que el inglés se convierte en el vehículo de expresión más habitual.

Todo eso es bueno. Y además es inevitable. Pero debemos procurar que emprendan ese viaje disponiendo de una herencia que es solamente de ellos. Un tesoro que es la cultura de nuestro pueblo. El silbo de la tierra que les vio nacer. El acento de estas islas en donde se habla el castellano de una manera tan especial. La música y la poesía que compusieron otros canarios como ellos y que forman parte de nuestra manera de ser. Hay miles de personas que vienen cada año por nuestro sol y nuestro mar, y porque aquí descubren la luz y el carácter de una tierra única. Defender el carácter de lo local en lo universal no es una mala bandera. No significa defender el provincianismo o el inmovilismo. Tenemos que cambiar, claro que sí. Pero protegiendo nuestras tradiciones y nuestra cultura. Es la diversidad la que hace tan maravilloso este mundo.

En ese año que dejamos atrás, Canarias ha seguido siendo un destino turístico mundial de éxito. Lo hemos sido a pesar de cómo nos tratan algunas compañías aéreas, de las dificultades comerciales que vive Europa y de la competencia de otros mercados. Lo hemos sido porque estamos bien comunicados. Y porque la gente que nos ha visitado a descubierto que aquí hay cosas, paisajes y gentes que no pueden verse en ningún otro sitio.

Vivimos en un paraíso. Pero déjenme decirles, ahora que está a punto de empezar un nuevo año, que para muchas familias —para demasiadas— ese paraíso no existe a pesar de vivir aquí. Y eso se tiene que acabar. En el comienzo de este nuevo año seguiremos arrastrando doscientos y pico mil parados que no encuentran una oportunidad. Y seguiremos padeciendo salarios indignos e insuficientes para mantener a una familia.

Estamos acabando un año en el que se ha puesto a las personas más vulnerables como el principal objetivo de una acción de gobierno.  Queremos, debemos y podemos acabar de una vez y para siempre con tanta pobreza en Canarias. Puedo prometerles pocas cosas, pero una de ellas es que en Agrupación Socialista Gomera no renunciaremos a ese objetivo ni por nada ni por nadie. Ese es nuestra promesa del año que termina. Y el trabajo del que empieza.