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Canarias y la ineludible declaración de estado de emergencia climática

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Es posible que la ciudadanía del planeta esté afectada por la falta de conciencia, que no de información, acerca de los efectos del cambio climático. También podría ser que las siniestras certezas pudiesen estar provocando un fenómeno de huida hacia adelante, de negación del problema. Hay que insistir: la amenaza es real y las acciones, tanto a nivel individual como colectivo, no pueden esperar un día más. Lo cierto es que estamos inmersos en la sexta extinción masiva, la primera provocada por el ser humano. A modo de ejemplo, una de cada seis especies que integran la biodiversidad a nivel planetario se está extinguiendo justo ahora como resultado de los efectos del calentamiento global, provocado a su vez y fundamentalmente, por las emisiones de CO2 y el capitalismo salvaje que nos conduce a un esperpento depredador y autodestructivo: querer producir y acumular bienes de consumo, muchas veces inútiles, de manera ilimitada en un planeta limitado.

Aquello de piensa globalmente y actúa localmente, se convierte en la piedra angular de la lucha contra el cambio climático. Canarias, está definida como territorio extremadamente sensible a sus efectos. Ya sea por el incremento de la temperatura de los océanos o la atmósfera, no debemos pasar página cuando se habla de la detección de los mayores niveles de contaminación en Izaña desde que hay registros históricos, del adelgazamiento del mar de nubes, de la elevación del nivel del mar, de tener amenazada hasta un 80% de la biodiversidad marina y terrestre, de que un 75% del suelo en fase de desertificación. Es importante conocer que la lluvia ácida proveniente del área metropolitana de Tenerife, cae sobre el Garajonay, que del suelo apto para cultivo solo se trabaja un 15% por el desmantelamiento de un sector primario que  carece de incentivos para una producción sostenible, respetuosa con los ecosistemas y que fomente un consumo de proximidad, que los vertidos incontrolados y la casi total ausencia de depuración de aguas residuales están matando nuestro medio. También la nefasta gestión de los residuos y sobre todo la permanencia de un modelo energético de tierra quemada, carente de políticas adecuadas de movilidad, y un presunto desarrollo basado en el piche y cemento para albergar al monocultivo del turismo de masas que, desde hace treinta años pide a gritos una transición hacia las energías limpias y una Ley de Residencia sin que nadie haya hecho nada. Y es que, sobre un territorio frágil, más de dos millones de habitantes y 15 millones de turistas, siembran la huella de la destrucción sobre un patrimonio natural y cultural, únicos en el mundo.

Ciertamente, la base de la conciencia es la educación. Sólo así seremos capaces de actuar y exigir. Pero ni tiempo queda. Ya ni siquiera cabe hablar de desarrollo sostenible. Hay que actuar decreciendo: reduciendo,  reutilizando y reciclando. Y exigir a las personas que hemos encargado la gestión de lo común, y que están al frente de las instituciones, pasos firmes y ágiles en defensa de nuestra tierra. Por ello, además de las acciones cotidianas, es importante sumarse a los actos que, diferentes colectivos, están organizando para el mes de septiembre, y alzar la voz pidiendo y proponiendo como ya lo ha hecho Intersindical Canaria, soluciones ante tal estado de emergencia.

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