Corría un 20 de enero del año 1719 cuando un vecino del municipio de Agulo llamado Juan Rodríguez Casanova donó unas tierras y estableció un tributo perpetuo en el lugar conocido como Teixiade para que se construyera una ermita dedicada a San José, santo de intensa devoción en la iglesia cristiana. Allí, en estos pagos al sur de la isla, se establecieron las primeras casas que circundaron esta construcción religiosa. Este fue el origen de un genuino barrio del sur de La Gomera que, 300 años después, sigue mirando con firmeza el inmenso azul de la costa meridional de la isla.

Juan Rodríguez no era un vecino común. Era nada más y nada menos que administrador de las ermitas de Las Nieves en Jerduñe y de San Juan en Benchijigua, esta última de titularidad condal. Hablamos por tanto de un hombre de fe y que hubo de tener suerte ya que disponía de tierras tanto en Tejiade como en las zonas de medianías e incluso Alajeró, según su manda testamentaria. Tenía también ganado. Era por tanto pastor y una suerte de eremita gomero del siglo XVIII. Y decidió levantar de la nada una pequeña capilla donde no habían más que campos de cereal y tierras para rebaño.

Los primeros datos que tenemos de este enclave se remontan por tanto a este año de 1719 y no debió de ser fácil su construcción. Bien es cierto que era modesta en su origen, pero apenas unas décadas después (1792) se encontraba en ruinas. Su puerta, en otro tiempo un pórtico de medio punto, servía como cobijo para animales, como si de un establo se tratara. Y es que quien debía haber mantenido íntegra esta construcción había marchado lejos, a La Habana, y hubo de recaudar dinero para reconstruirla.

En estos momentos la ermita sólo tenía una imagen de San José con su nicho de Palo, una imagen de Cristo y un San Antonio, según inventario de 1766. Sin embargo, la historia de esta ermita, como muchas otras de la isla, fue muy dura. Fueron numerosas las ocasiones en los que sus mayordomos descargaban gastos de ladrillo y madera porque la ermita se estaba cayendo, estaba en ruinas o, como se puede leer su libro de fábrica, «parecía más un establo con bueyes en su interior que una ermita».

Pero aun así, la ermita se ha logrado mantener hasta nuestros días y es por ello que merece recordar muy brevemente su origen y desarrollo histórico. De su exterior destaca la portada de cantería, fiel exponente de la tipología constructiva que se dio en la isla durante todo el siglo XVIII, con ese arco de medio punto ligeramente peraltado. Pero de su interior, sin duda es la imagen de su titular, San José, la mejor pieza del conjunto. No es que sea una obra artística sobresaliente, y aunque esté repintada, conserva la esencia de las tallas de corte popular que se dieron en La Gomera durante el siglo XVIII, probablemente esculpidas por algún vecino con rudimentos en el campo de la talla o algún maestro establecido en la isla y que recuerda formalmente a las del Salvador de Alajeró.

El resto ya lo sabemos. Tejiade fue tierra de cereal y pastoreo. Lugar donde casi un centenar de vecinos se establecieron según los censos del siglo XIX. Lugar que conserva exquisitas muestras de la arquitectura popular gomera, incluso algunas sobresalientes con dos alturas. Mirador privilegiado del sur, cumple este barrio 300 años sin luz. Un problema que se arrastra desde hace décadas y que aún sigue sin resolverse en pleno siglo XXI. En aquella ermita que fue origen de este caserío se iluminaban las fiestas con grandes cirios para rogar al Padre del Señor consuelo y dicha. Hoy se siguen iluminando los pocos hogares que aún abren sus ventanas con velas o modernos motores de combustible. A veces, todo tiempo pasado fue mejor. O quizá no.

Pablo Jerez Sabater

Profesor de Historia del Arte | EA Pancho Lasso