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El cuento del villano

«El cuento de la criada» obra de la escritora canadiense Margaret Atwood

Por ALBA MARRERO. 11/02/2019.-  «Todos los meses espero la sangre con temor, porque si aparece representa un fracaso. Otra vez he fracasado en el intento de satisfacer las expectativas de los demás, que han acabado por convertirse en las mías. Solía pensar en mi cuerpo como en un instrumento de placer, o un medio de transporte, o un utensilio para el cumplimiento de mi voluntad. Podía usarlo para correr, apretar botones de un tipo u otro, y hacer que ocurrieran cosas. Existían límites, pero aun así mi cuerpo era ágil, único, sólido, formaba una unidad conmigo», narró Defred.

En 1985 la escritora canadiense Margaret Atwood publicó el libro «El cuento de la criada» en el que creó una sociedad distópica en la que, amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y controlan todos y cada uno de los detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria y su actividad sexual. Así, conocemos la historia de Defred, cuyo cuerpo sólo sirve para procrear, como el de un sinfín de mujeres jóvenes y fértiles a las que llaman criadas —yacen en hogares ajenos esperando a que el dueño de la casa plante la semilla en su vientre—. Si se rebelan o son incapaces de concebir, les espera la ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que se entregarán a la polución de los residuos tóxicos.

La obra de Atwood se sumerge en ese concepto tan llamativo, surrealista y represivo que tanto la Iglesia como buena parte de las religiones y fanatismos han regalado a la definición de mujer: un hoyo. Un jodido hueco para sustentar a la especie y cuidar la vida del mañana. Justo en el mismo año en el que Atwood daba un meneo a la ceguera de la represión, en España se despenalizaba la Ley del Aborto en tres supuestos: violación, malformación del feto y riesgo físico y psíquico para la madre. Antes de 1985 era delito. Y la mujer española que pretendiese decidir sobre su cuerpo, ese al que la Iglesia le había dicho toda su pajolera vida: «Ni mirarlo, ni tocarlo, ni sentirlo», acabaría siendo un residuo tóxico; la podredumbre del género. Y entonces, a pesar de las décadas, de los villanos de la obra de Atwood llegamos al villano de nuestros días, Pablo Casado, que sube a un atril para sermonear sobre la maternidad; para culpabilizar al aborto y a todas esas mujeres que han tomado las riendas de su piel; para soltar el rollo de los bajos índices de natalidad de un país que es el mismo país que abandona a su suerte a las víctimas de violación y violencia de género, que ridiculiza a las mujeres que reivindican sus derechos, poniéndole pelo en el pecho y cuernos de demonio, y el mismo que ofrece 900 euros como sueldo base para la mujer joven y fértil que tendrá que emigrar al extranjero.

Declaraba Pablo Casado que no había nada más progresista que defender la vida y su apuesta por la natalidad. Quizá esté loca —dado que yo también llevo pelo en el pecho y cuernos de demonio— pero el progresismo es otra cosa, señor Casado. El progresismo es progreso y no el cuento de la criada. Es caminar hacia delante sin dejar derechos y libertades por el camino; es no buscar la paz a través de la guerra; es no evaporar la tasa de desempleo con puestos cada vez más precarios ni erradicar la crisis económica con la santa salvación de los bancos. Es no culpabilizar al aborto de los bajos índices de natalidad cuando la herencia que nos ha dejado el gobierno de su partido es una fuga de cerebros interminable, una juventud repleta de formación, títulos y máster — y éstos de verdad— destinados a la clase obrera y a la incertidumbre de las becas de formación. ¿A quién carajos le apetece ser madre en el país que usted me ofrece? Qué puede esperarse entonces de un partido político que espera que el futuro yazca en los vientres de las mujeres jóvenes y fértiles —quieran ellas o no—-. Qué puede esperarse pues de que para la llegada de ese futuro reprimido y demoledor para el cuerpo y la decisión de la mujer haya que retroceder a 1985 y esperar, como Defred en la obra de Atwood, la sangre con temor. ¿Qué sentido tiene retroceder para avanzar?

No espero del señor Casado que no siga insistiendo en ofrecernos un país distópico. En fin, ya sabemos de qué va la política del Partido Popular. En sus mundos de yupi; pa’ aquí y pa’ allá. Quizá al tener la ceguera del cristal blindado cuando menciona ese valor que él le da la vida; no se da cuenta que ahora mismo, si quiere darle valor a la vida en su país no tiene que erradicar la ley del aborto sino proteger a todas esas mujeres que ese están muriendo en nombre del amor o a las que salen de casa y nunca vuelven porque un loco creyó que iban provocando. Proteja la vida, señor Casado ¡Claro que sí! Y cuando habla de ese valor fundamental de la familia preocúpese de las más de las 70.000 familias españolas que se han quedado en la calle, desahuciadas, muertas de frío, el año pasado.  

No sé cuánto de cerca estaremos de 1985 y de la obra de Atwood. No sé cuánto quedará para que nuestro cuerpo no nos pertenezca y sea delito la decisión personal. Sea como sea, los villanos están ocupando sus puestos. Preparados, listos… ¿Ya?

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