De pequeña me fascinaba el poder de la palabra pírdula. Para quien no lo sepa, esta palabra, según la Academia Canaria de la Lengua, es la que – fundamentalmente en Tenerife y La Gomera –  se emplea en determinados juegos infantiles para detener momentáneamente el juego. Todos los participantes respetaban pírdula, que había sido firmada exclusivamente con promesas.

Alba Marrero, periodista
Alba Marrero, periodista

Me pregunto yo qué pasaría si el uso de pírdula estuviese recogido por la Constitución. Si fuese así, el pueblo tendría un comodín para frenar el transcurso de su historia y poder pedirle a sus periódicos que les devuelvan la mentalidad crítica y la portavocía hacia (y no ‘de’) sus gobernantes. Quizá así – con un parón en seco- les da por recordar la promesa demócrata y la utopía europea de la dignidad humana y la libertad de información. Dado que este es mi texto y puedo escribir lo que me da la gana voy a hacer la prueba. Pírdula y les digo el porqué.  

Según la última Encuesta de la Población Activa (EPA), 40.500 profesionales de la información y la comunicación se encontraban en situación de desempleo en España durante el primer trimestre de 2017. Nos encontramos entonces con que 10.200 periodistas y comunicadores más han perdido su puesto de trabajo con respecto al cierre de 2016. Estremecedor aunque más estremecedor aún que se necesiten periodistas en los medios y no se contraten. Ya en 2015, durante los atentados de París, Mediaset lanzó un comunicado en el que reconocía que los medios para la cobertura del atentado habían sido insuficientes. Mi pregunta es que si de los 29.600 profesionales de la información parados en el último trimestre de 2015 no existía periodista válido para una corresponsalía en la ciudad francesa.

Todas las nuevas carencias del lector actual, alimentadas por ese circo periodístico, charlatán y sanguinario de la red social del parajillo, disminuirían – al menos un poco- si se diese el debido respeto al oficio que podría cambiar el mundo. Sin embargo, es tal la falta de escrúpulos de las empresas informativas que dudo mucho de que no sea aposta. Me refiero a que nos ha dado un poco por hacer de nuestra historia una película de ficción. El enredo de la muerte, la especulación a bocajarro, la moral de garrafón, la manipulación de los discursos y los reproches de colegio. Todo se entremezcla; el humor, la ironía, la información y las ofensas. Quizá este periodismo de ahora, lleno de errores, a veces de una ética moribunda e impresentable, de titulares escandalosos y libertad estropeada, sea todo una mala broma de una democracia de risa.

Tiene que serlo. Una broma, digo. No es posible que se haya antepuesto el dinero, el click morboso, las fotografías degradantes y los titulares del matón de la clase al periodista empático y de tinta ética que habrá tirado más de una vez de cláusula de conciencia y que recuerdo – y más recuerdo- que está en el paro. Tiene que ser una broma porque no es posible que el deshonrado uso del oficio haya sido aceptado con tanta facilidad.

Les pido pírdula y más que pírdula. A todas esas empresas informativas que abusan del becario, del periodista decente y de la crisis del negocio para pescar al mejor postor; al amateur sin recato y al fotógrafo sin cautela para convertir a nuestra sociedad en la más salvaje de las maldades. Contraten y valoren al periodista – así como al lector- porque nunca jamás volverán a ser guardianes de la libertad si se continúa con esta pantomima, dónde se daña más que se defiende, donde se odia más que se quiere, donde se chismorrea más que se informa y dónde se presupone más que se escucha. Pírdula. Por el bien de nuestra historia, les pido pírdula.