De todas las cargas a machete que el PSOE ha tenido que aguantar estos días, reconozco que me  tienen impactado la ofensiva de El País/Felipe González o, si lo prefieren,  de Felipe González/ El País.

La munición es sencilla, en realidad simplona: otras elecciones son un mal absoluto, corresponde gobernar al  Partido más votado (con la propina de que  hay que cerrar “este confuso capítulo  de la democracia española cuanto antes”, Carta de FG), “no hay una mayoría alternativa coherente” a un gobierno encabezado por el PP, la prioridad son los “intereses generales de España y sus ciudadanos sobre cualquier otra”, el PSOE “debe ocupar su sitio en una oposición responsable”… y así hasta el infinito.

Así, en medio de encuestas realizadas a partir de preguntas extraordinariamente capciosas: “si para que no se repitieran las elecciones, la única alternativa fuera (o fuese) que el PSOE se abstuviera (o abstuviese)  y dejara gobernar a Rajoy a cambio de una serie de reformas pactadas ¿qué preferiría?” están desplegando un pressing en toda la cancha sobre Pedro Sánchez, en el que El País ha llegado a reclamarle lo que debe hacer. Es decir, a darles  órdenes  a los socialistas, no se sabe en virtud de qué autoridad.

No importa que por el camino tengan que reconocer, con la boca chica, que   a Ciudadanos le resulta difícil apoyar al PP “por su propia concepción de temas tan importantes como la regeneración democrática o el sistema electoral”, o   –añadiría yo–  por su defensa de los servicios públicos, a partir de la adhesión ideológica de Rivera  al liberalismo progresista. Porque, sentencia Felipe, un gobierno liderado por el PSOE  no podría lograr acuerdos “coherentes” con otras fuerzas políticas que son “incompatibles en temas medulares para la gobernanza”. La diferencia entre “dificultad”  e “incompatibilidad” la establece FG inapelablemente.

¿Es la regeneración o no un rema medular para la buena gobernanza, lo que implicaría un compromiso firme y creíble contra la corrupción y contra el gravísimo uso partidista del poder del Estado? ¿Tienen algo que ver con los intereses generales de España y de los ciudadanos  el modelo educativo, la “dignificación del trabajo” o la respuesta a los errores del austericidio?   Porque si las respuestas son  afirmativas, el Gobierno de España no debe seguir ni un minuto más en manos del PP.

Otro Gobierno del PP no tiene la más mínima credibilidad ni ante la sociedad española (13 millones de votos frente a los 7 de Rajoy), ni  ante los demás países para afrontar esos retos.

Lo que Felipe llama  confuso capítulo de la democracia española, no es otra cosa que el tránsito del bipartidismo al pluripartidismo. Decidido, por cierto, democráticamente por los ciudadanos, cuya voluntad hay que respetar. ¿O sólo hay que respetar los 14 escaños de más del PP, que en realidad son casi 50 menos de los que obtuvo en 2011?

He admirado y seguido muchos años a Felipe González, cuyo balance  como gobernante  tiene alcance histórico.

Pero me resulta incomprensible cómo se empeña en dilapidar un capital que no es sólo suyo, ni fundamentalmente suyo, sino del PSOE y de la propia sociedad española.

Tiene Felipe González todo el derecho a opinar; pero él no sólo opina. Quiere dirigir al PSOE sin ser su Secretario General. Y pretende hacerlo con artillería pesada: al alimón con el Grupo Prisa.

En mi modesta opinión, Felipe es en la actualidad completamente incompatible para marcarle el paso al PSOE  como pretende hacerlo.  Y no meramente porque debiera respetar al líder actual del PSOE como  él mismo  exigió ser respetado, ni más ni menos. Sino porque actualmente  desempeña actividades privadas en el mundo financiero y empresarial, aprovechando el inmenso capital de relaciones que acumuló durante su etapa al frente del PSOE y del Gobierno.  Él es libre de hacerlo, pero ha de estar a las verdes y a las maduras: no puede estar en misa y repicando, porque  como diría Marx  –y parodiaría Rubalcaba —  no es la conciencia la que determina el ser social, sino el ser social el que determina la conciencia.  Y parece que ese aserto tiene, en este caso, una consistencia de proporciones antológicas.

Y si  Felipe lograra meter en cintura al PSOE, resignándolo a un/otro gobierno PP   –o simplemente diera la impresión de que FG lo ha conseguido, después del despliegue público que está realizando–    habría logrado la cuadratura del círculo: gobernar desde fuera de la política,  incrementando hasta decir basta  su caché  ante los poderes financieros y empresariales.

 Y, en la misma proporción, deteriorando la imagen del PSOE ante sus electores. Y, sobre todo, la autonomía y la credibilidad de las  Instituciones democráticas.

Porque, hablemos en serio: investir  de nuevo a un  presidente del PP no es la única consecuencia  lógica, ni por cierto numérica,  del resultado electoral.  El nuestro es un sistema parlamentario. Por lo que el dilema: o gobierna el PP o nuevas elecciones, es simplemente un sofisma barato.

Y condenar  al PSOE a  la “oposición responsable” (dando por sentado que Podemos e IU van a ser una oposición irresponsable, como si fueran tontos) es empujar a la izquierda española  a una guerra de posiciones  y de desgaste de muy difícil pronóstico.  Y brindarle al PP un seguro de permanencia de vigencia indefinida. Que éste PP no se merece.