Guacimara Navarro García

Por Guacimara Navarro García*.-  Ser mujer ya es muy difícil en el mundo en el que vivimos, pero ser madre los es aún más. Cuando la naturaleza escogió a las hembras para engendrar, parir y amamantar a nuestras crías sabía lo que se hacía: nos dotó biológicamente de herramientas para realizar todas esas tareas de una manera óptima; lo que no sabía es que íbamos a crear una sociedad que además nos exigiría un montón de requisitos para formar parte de ella como seres productivos y para mantener viva la especie humana. Escribo esto mientras le doy teta a mi hijo de 2 años, así que sé de lo que hablo.

No quisiera entrar a valorar cómo una madre trabaja y aporta a la sociedad muchísimo, aunque no esté contratada ni tenga un salario o no cotice a la seguridad social, porque, como no parece que esto vaya a convertirse en una realidad a corto plazo, la remuneración del trabajo de las amas de casa más parece un tópico que una reivindicación legítima.

Pertenezco a una generación de mujeres a las que se nos enseñó que había que estudiar para tener un buen trabajo, ganar dinero y ser alguien en la vida, pero alguien se olvidó de enseñarnos que tener todo eso y ser madres al mismo tiempo, en el caso de que el gusanillo biológico nos diera el toque, no era tarea fácil. Hemos tenido que descubrirlo solas y muchas se han quedado en el camino intentando lograr ese éxito profesional que supuestamente abriría las puertas de la igualdad y renunciando a la otra parte de tener una familia.

Todo esto tiene algo positivo: las mujeres hemos obtenido la capacidad de decidir. Ser madre o no ya no es una imposición: no estás obligada a casarte y formar una familia para emanciparte. Hemos dejado de ser las máquinas de producir hombres, por lo menos en algunas partes del planeta.

Hasta tal punto llegó nuestra “libertad” que hubo un tiempo en el que ser madre estaba hasta mal visto, sobre todo por otras mujeres, porque parecía que eso nos alienaba y nos limitaba en la lucha encarnizada por ser iguales al hombre. Parecía que lo que pedía la sociedad era que fuésemos buenas profesionales y conseguir así un buen trabajo. Recuerdo haber dicho alguna vez en mi entorno universitario que me gustaba ser ama de casa y recibir miradas de asombro, rareza y un poco de, porqué no decirlo, asco.

Parece ser que, como todo, la “moda” ahora es otra. Incluso le hemos encontrado un nombre: crianza respetuosa. La ciencia empieza a demostrar que parir es lo mejor para la mujer, que dar la teta es lo más sano, sostenible, ecológico y económico, que llevar a nuestros bebés colgados en fulares, mochilas ergonómicas o simplemente en brazos es lo mejor para su desarrollo… Pero claro, eso requiere dedicarle tiempo a nuestras crías y es entonces cuando surge la pregunta: ¿Qué pasa con las que queremos ser las dos cosas? ¿Qué pasa cuando queremos estudiar y ser madres respetuosas? ¿Qué pasa cuando tenemos un trabajo que nos encanta pero también nos embarga despertar al lado de esa cosita indefensa que ha salido de nuestro cuerpo? ¿Por qué lloramos desconsoladas delante de la guardería donde los dejamos para ir a ese trabajo que hemos conseguido con tanto esfuerzo?

Sin lugar a dudas, ser madre o tener un trabajo cualquiera en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir sí es una decisión que las mujeres nos vemos obligadas a tomar sin tener demasiadas opciones. No somos libres de decidir porque todo gira en contra de tener familia: las penosas bajas de maternidad y de paternidad, la fijación por implantar la educación gratuita de 0 a 3 años frente a la visión de la crianza respetuosa, la falta de sensibilidad ante la crianza de un hijo con discapacidad… Definitivamente es más fácil tomar la decisión de no tener hijos que la de tenerlos, y mejor no decir nada cuando decides lo segundo: mejor no tener más de uno porque lo de tener dos es de valientes.

Como madre y ama de casa permanente, debido a que mi marido trabaja todo el día y casi no puede estar con sus hijos ni conmigo, me molesta que se me critique por querer tener más hijos (tengo dos) porque renuncio a muchas cosas por ello, entre ellas me veo obligada a renunciar al trabajo. Lo peor de todo es que la mayoría de las veces nos vemos obligadas a elegir el trabajo que les da el sustento a l@s hij@s y renunciar a disfrutar de ell@s como es debido. Para mí, la familia no es un trabajo, es un derecho, y el mejor regalo que una madre puede recibir es tiempo para nosotras: para ser mujer y madre, y también creo importante recordarlo en un primero de mayo.

*Portavoz de Sí se puede La Gomera