Después de nueve años en Yamaha, la casa que le dio la oportunidad de debutar en MotoGP, Jorge Lorenzo ha firmado un contrato de dos temporadas con Ducati, a razón de 12 millones por año que entrará en vigor cuando acabe esta temporada. Será, como ya lo era ahora, el piloto mejor pagado de la parrilla.

Hace solo unas semanas Lorenzo dio las claves que le llevarían a tomar una de las decisiones más importantes de su carrera deportiva. Según él mismo explicó, influirían tres factores: la competitividad de la moto, “el que quizá esté por delante”, dijo; el aspecto económico, y el cariño y la confianza del equipo. Visto el crecimiento de la Ducati en los últimos años y especialmente el rendimiento de la Desmosedici en las tres primeras carreras de la temporada, y sabido que tanto la oferta de la fábrica italiana como la de la japonesa no son ni el problema ni la discusión, la explicación a la marcha del piloto español de Yamaha radica no tanto en el deterioro de la relación tanto profesional como personal del campeón del mundo con la marca que le vio debutar en la categoría reina como en la ambición del corredor por ganar más de una marca, como han hecho los grandes campeones de la historia.

Si Lorenzo deja la fábrica de los diapasones es también porque hace meses que no encuentra en la que fue su casa el aprecio que cree merecer. Ya no se siente el número uno en su propio equipo, a pesar de ser el campeón del mundo. Quien dicta las normas desde hace tiempo es otro. Y responde al nombre de Valentino Rossi. Hace años fue el italiano quien decidió marcharse por razones similares. Ahora es el mallorquín. Y como la oferta que ha recibido es suculenta y el reto, mayúsculo, ha aceptado. Al final ha podido más la ambición de querer ganar con otra marca, una Ducati, con la que no pudo ganar Rossi (en 2011 y 2012) y que tiene el estigma de solo haber podido ser domada por Casey Stoner (ganó el título en 2007), que el reto de lograr más mundiales con Yamaha, cosa que, por otro lado, todavía puede hacer este curso, cuando podría igualar al Doctor con cuatro títulos.

Algo se empezó a romper en Sepang, el año pasado. La relación de Lorenzo con el equipo Yamaha —ese que viaja a los grandes premios, mayoritariamente italiano, que no es lo mismo que la fábrica en sí o los ingenieros japoneses que diseñan la moto— se enfrió, sobre todo cuando el piloto quiso personarse en la causa de Rossi en el TAS (Tribunal de Arbitraje del Deporte), al creerse perjudicado por la apelación del italiano. Ambos se jugaban el Mundial. Pero a él pocos le apoyaron. Ganó el título. Y pasó página. No se le recuerda una pretemporada mejor que la de este 2016, excelente físicamente, con unos cronos geniales incluso en circuitos en los que siempre le había costado, como Sepang, así que lanzó un órdago a Yamaha: “Quiero renovar antes de que empiece la temporada”, dijo al llegar a Phillip Island.

Pero Lin Jarvis, director de Yamaha Motor Racing, movió mal las fichas. Arriesgó. Y ha acabado perdiendo al campeón. Prefirió firmar tres contratos con Rossi —el primero de merchandising, por el que la empresa del italiano comercializará la ropa del equipo de MotoGP; el segundo el que firmó la fábrica con la academia de pilotos del italiano, y el tercero, el de renovación—, el que más popularidad les da y mejor publicidad les garantiza, antes que atar a Lorenzo, el piloto que les ha hecho ganar los últimos tres títulos mundiales. Al final, fue el subcampeón el que renovó el contrato antes incluso de que empezara la temporada, como había reclamado Lorenzo. Y eso que Valentino había declarado públicamente que prefería esperar cuatro o cinco carreras a ver cuáles eran sus sensaciones con la moto. Mientras, el contrato que Yamaha le había presentado también al mallorquín, “al mismo tiempo”, quiso matizar Jarvis, descansaba en un cajón. Lorenzo, que lo mastica todo mucho y muy lentamente, dejó el rencor a un lado y, sin que Yamaha le achuchara de ninguna de las maneras, sintió el calor de Ducati. Y el cosquilleo de las grandes ocasiones.

Ducati, la fábrica que ya le había hecho dudar al firmar su última renovación con Yamaha, motivo por el cual incluyó una cláusula que le permitía romper el contrato el segundo año, ha acabado por convencerle. Y no es cuestión de dinero. Ya no. Las mejoras de la Desmosedici, gracias a los cambios en el reglamento de las últimas temporadas que han culminado este 2016 y, especialmente, desde la llegada a la casa italiana del ingeniero Gigi Dall’Igna, a quien Lorenzo conoce desde que sus años en Aprilia, cuando el español ganó los dos mundiales de 250cc, han inclinado la balanza. El mallorquín sabe que podrá ganar con esa moto. Y eso le motiva lo suficiente para cambiar y dejar la que está considerada la moto más equilibrada de la parrilla. La Desmosedici que hoy llevan Iannone y Dovizioso es mejor en aceleración y en paso por curva, especialmente en las curvas largas que se tomas con el gas abierto; además, ya frenaba bien el curso pasado y lo sigue haciendo este, tiene una potencia magnífica y ninguna otra la supera en velocidad punta. Lorenzo asume el reto de adaptarse a ella en parte, también, porque sabe que el estilo de la moto ha cambiado. Se ha endulzado. Esta Ducati no es la de Stoner, ni tampoco aquella que volvió loco a Rossi.

NADIA TRONCHONI /El País