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Cervantes mientras escribía

Dr. Manuel Herrera-Hernandez. Miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores

Por Manuel Herrera Hernández*.-El pasado noviembre se cumplió cien años desde que Albert Einstein formulara la versión de la relatividad general. En noviembre de 1615, hace ahora cuatro siglos, por la misma imprenta que había dado a luz la primera parte, aparece la «Segunda Parte del Ingenioso Cavallero Don Quixote de la Mancha». Ese es el título, ahora ya no es «Hidalgo», es «Cavallero». Cabe destacar, como suceso anecdótico que en 2005, hace diez años, también coincidieron el primer siglo de la publicación de la relatividad especial de Einstein con los cuatro siglos de la primera parte del Quijote.

Más allá en el tiempo, en marzo de 1616, del pueblo de Esquivias, a donde había ido para mejorar su mala salud, tornaba a Madrid Miguel de Cervantes jinete en un rocín pasilargo. Le acompañan dos amigos porque se encuentra con «tantas señales de muerto como de vivo». De pronto sintió que, alguien a sus espaldas, venía con gran prisa en una borrica dando voces para marchar juntos. Era un estudiante que, al conocer que el señor del rocín era Miguel de Cervantes, se apeó de su montura. El estudiante asiendo la mano izquierda dijo: «Sí,sí,este es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y finalmente el regocijo de las Musas». Luego siguieron el camino en el que hablaron de la enfermedad de Cervantes y el estudiante le desahució diciendo: «Esta enfermedad es hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese: Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna».  Cervantes respondió que « esto me han dicho muchos, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiese nacido. Mi vida se va acabando y, al paso de las efemérides de mis pulsos que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida».

En abril de 1616 vivía Cervantes en la calle del León número 20, esquina con la calle de Francos, muy cerca del mentidero de comediantes. Por la parte de Francos, número 11, era vecino de Lope de Vega. Mesonero Romanos describió que la calle del León debiera haber sido rebautizada de Cervantes, ya que por ella se entraba a la última residencia de Cervantes. Trasladada la puerta a la calle de Francos (hoy de Cervantes) tuvo el número 2. En los últimos tres años de su vida la mala evolución de su enfermedad le hizo presentir que estaba a punto de iniciar el viaje al fondo de la noche y, con prisas literarias, quiso concluir «Los Trabajos de Persiles y Sigismunda» publicada póstumamente en 1617. La polidipsia es un síntoma de «diabetes mellitus» y en aquel tiempo el estudiante de medicina no la conocía porque, como tal enfermedad, no se conoce hasta los años 20 del siglo XIX. En el «Diccionario Castellano con las Voces de Ciencias y Artes», de Esteban de Terreros y Pando, de 1787 se dice que la polidipsia es « una  enfermedad causada por una masa de agua, que se junta en alguna parte del cuerpo ». Al intentar identificar su enfermedad se ha pensado en la malaria, en una cirrosis hepática que evolucionó a « diabetes mellitus », así como en la insuficiencia cardiaca y en un fallo renal terminal, por lo que existen dudas sobre su patobiografía exacta. Es curioso destacar que Gregorio Marañón relacionó la enfermedad periodontal y la diabetes. En el prólogo de sus «Novelas Ejemplares» Cervantes afirma que sus dientes son «ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados». Al hacer un diagnóstico etiológico pensamos que Cervantes padeció « diabetes mellitus » con sus complicaciones a largo plazo.Cervantes,al tener la sensación de su fin, el 26 de marzo de 1616 escribe a su protector el arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas, y expresa: «Si del mal que aquexo pudierahaber remedio […] pero al fin tanto arrecia, que creo acabará conmigo».

Y cuatro días antes de su óbito escribe al Conde de Lemos: «Puesto ya el pie en el estribo, / con las ansias de la muerte,/ gran señor, ésta te escribo/. Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir». Finaliza el prólogo de Persiles y Sigismunda despidiéndose: «Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida».

Desde principio de 1609 pertenecía Cervantes a la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento, fundada por los Trinitarios en el Oratorio del Olivar, calle de Cañizares, y desde julio de 1613 vestía el hábito de terciario. En esta venerable Orden profesó en su casa por impedido el 2 de abril de 1616y, de mano del licenciado Francisco López, recibió los auxilios espirituales el día 18. El día 21 de abril Cervantes presentó un estupor que progresó a la pérdida de conciencia, de instauración lenta, que era el inicio del coma diabético. Murió el día 22 de abril de 1616, siendo enterrado al siguiente día en el convento de las Trinitarias en la calle Cantarranas. Rodeaban el lecho su esposa  Catalina de Palacios, Isabel y Constanza, hija y sobrina del hidalgo,y el buen clérigo Martínez Marcilla y otros amigos. Amortajado el cadáver con el hábito franciscano y encerrado en ataúd humilde, sin tapa, fue conducido a hombros hasta la vecina iglesia de las Trinitarias. Así lo había dispuesto Cervantes, según consta en la partida de defunción que conserva la parroquia de San Sebastián. Acompañaron los restos dos oscuros literatos, Francisco de Urbina y Luis Francisco Calderón, así como el padre Martínez Marcilla y algunos congregantes del Olivar y del Caballero de Gracia. Tras un breve responso fue enterrado no colocándose lápida ni inscripción alguna y así la posteridad ignoró en donde descansaban los restos del autor del Quijote. En 1868 el ayuntamiento de Madrid aprobó el derribo del convento de lasTrinitarias. Dos años después, en 1870, bajo el título«La Sepultura de Cervantes» por primera vez se presentaban pruebas que demostraban que los restos jamás salieron del convento. Hace pocos meses el antropólogo Francisco Etxeberria dijo que « estamos convencidos de que tenemos entre esos fragmentos algo de Cervantes, pero no obstante no lo puedo decir en términos de certeza absoluta». No se han podido realizar de momento análisis de ADN, ya que tras doce generaciones solamente hay constancia actual de parientes del hermano.

Pero al pasear por el barrio de los poetas(Huertas, Magdalena, plaza de Matute, León, las calles que albergaron a Cervantes) al lanzar nuestro espíritu a los espacios sabemos con certeza que llegará a la región de inmortalidad donde mora el genio.

 

(*) MANUEL HERRERA-HERNÁNDEZ

es Miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores

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