Mariano Rajoy no lo tiene fácil. El presidente del Gobierno lo sabe y su equipo y su partido,también. Empeñado durante meses en esquivar el escándalo del caso Bárcenas,en Moncloa y en Génova no han conseguido más que cebarlo hasta que ha alcanzado dimensiones incontrolables.
Rajoy acudirá hoy,por fin,al Parlamento,la sede de la soberanía nacional en la que hace ya mucho tiempo debió dar explicaciones: las que le reclama toda la oposición unánimemente,las que esperan los ciudadanos y las que aguardan también expectantes,aunque no lo quieran admitir en público,los miembros de su propio partido.
Al presidente le espera un clima hostil. Y ya no puede hacer nada por evitarlo. Los portavoces de los grupos están dispuestos a acribillarle a preguntas. Tantas o más que las 50 que planteó ayer EL MUNDO. E incluso unos cuantos pedirán su dimisión.
Probablemente ninguno aceptará desviarse de la cuestión –la presunta financiación irregular del PP y el pago de sobresueldos en negro a sus dirigentes,incluido el propio Rajoy cuando se sentaba en el Consejo de Ministros de Aznar–,para entrar al reclamo que el presidente pretende ofrecer: debatir sobre la situación económica del país partiendo de los últimos datos positivos que apuntan,aunque aún muy tenuemente,a un tímido inicio de recuperación.
Probablemente encuentre más cauce la segunda parte de la propuesta que ha hecho Moncloa –analizar la situación política– porque,ahí sí,los grupos tienen terreno abonado para sembrar sus reproches: un presidente huidizo,una mayoría absoluta apisonadora,una forma de gobernar asentada en el decreto y,sobre todo,un aroma a corrupción que se extiende. El ambiente será bronco porque escándalos,algunos descomunales,hay también en otras familias.
Las expectativas ante el pleno que se celebrará hoy son muchas y probablemente se vean decepcionadas. A Rajoy,diga lo que diga y prometa lo que prometa,muchos le han sentenciado de antemano. Su «versión»,a estas alturas,tiene los elementos en contra.