El 15 de septiembre de 1883 llega a Santa Cruz de Tenerife,tras ocho días de travesía marítima desde Inglaterra,la viajera y escritora inglesa Olivia Stone,acompañada de su marido,John Harris Stone. Su propósito es viajar a lo largo de las siete Islas
Canarias,empresa que no había realizado ningún extranjero antes,y contar toda su odisea y sus observaciones en un libro,que finalmente se editará en dos volúmenes en 1887: ”Tenerife y sus seis satélites”. La obra de Stone ocupa un lugar excepcional en la extensa literatura de viajes sobre el Archipiélago por su amenidad narrativa,por el encanto de la prosa de Stone,por la incesante curiosidad de su autora por todos los aspectos de la cultura y la realidad social de las Canarias de finales del siglo XIX,por la ingente cantidad de información y observación que acumula. Una viajera,dedicada a la metódica anotación de la realidad,según aparece publicado en la web www.vierayclavijo.org
En el facebook de ''Isla de La Gomera' donde los lectores de Gomeranoticias.com pueden acceder a través del enlace incorporado en nuestro periódico,se incorpora bajo el título: Relatos De Viajeros: Olivia Stone en Los Montes De La Gomera (1883) el relato de la viajera sobre 'Camino hacia Las Cumbres Gomeras' rescatado del libro mencionado anteriormente.
Por su interés se incorpora textualmente en nuestro digital.
Camino Hacia Las Cumbres Gomeras
«Subimos a una cima desde Vallehermoso. A nuestros pies se encuentra Los Loros,un caserío de buen tamaño,entremezclado con palmeras. Ahora son las 11,40,y hemos recorrido un largo camino. Mientras caminamos por la parte superior de la cresta,vemos valles a ambos lados por debajo de nosotros,perfectamente cerrado por tres lados,al abrigo de las montañas. Las montañas tienen un aspecto irregular curioso. Abajo,a la derecha del camino,un pequeño manantial rezuma hacia atrás. Está muy escondido,para que nadie lo descubra. Unos 500 metros más arriba,encontramos rastros de la lluvia,que probablemente cayó durante la noche. Después de salir del castañero,el camino corría por los bosques como los que sólo La Gomera puede producir en belleza y cantidad. Al abrigo del viento,y con un suelo franco,árboles,arbustos y maleza abundan. Los laureles crecen aquí hasta que son árboles,los brezos se visten en su parte superior de musgos y líquenes,mientras que el suelo está cubierto de una alfombra verde de enredaderas y musgos. El suelo es suave y agradable a los pies de los caballos,y sólo el ruido de estos animales sin zapatos rompe la quietud. La quietud se volvió casi opresiva,cuando por fin de repente a lo lejos sonó de los labios de algunos cabreros la musical «Malagueña». Muchas rocas de aquí,son de un color bermellón brillante. De repente nos encontramos con un pequeño espacio abierto y llano,bonito,debido al contraste entre la tierra roja y la maleza verde brillante. Inmediatamente delante de nosotros vimos a un par de mujeres,tres hombres y un burro cargado con papas.
Apenas habíamos tenido tiempo de tomar nota de lo visto hasta entonces,cuando un burro,muy pequeño,se metió en un surco en el camino que se había hecho por la lluvia y se cayó. No trató de levantarse,y de hecho no creo que pudiera hacerlo debido a la carga que llevaba. Pensamos,por supuesto,que la descarga sería necesaria para que el pobre animal se levantara,pero los Gomeros tienen un modo diferente de criar animales caídos de la carga. El propietario,de pie con una pierna a cada lado del burro,simplemente puso sus brazos por debajo de ella y levantó al burro sobre sus pies.
El camino hacia Chipude se separa a la derecha (3.600 pies),donde había un cruce de caminos. Nuestros amigos con el burro tomaron la dirección hacia Chipude,y nosotros proseguimos hacia las cumbres de la Isla. Cerca de la cumbre,a las 13:15,llegamos a una zona llana,que está a quince metros más alta que el cruce de caminos,esa zona es conocida con el nombre de Laguna Grande. Si esto llegó a ser a un lago es dudoso,pero en invierno solamente es posible que haya agua suficiente para formar un gran estanque,o quizá sólo un pantano,como en La Laguna,en Tenerife. Los hombres no parecen saber,a lo cual que llego a la conclusión de que nunca o casi nunca se cruza las cumbres en invierno.
Una vez más entramos en un bosque,en el lado opuesto de la Laguna Grande. Una niebla nos envolvía. Tan densa era la niebla,que no pudimos ver más que unos pocos metros a todos los lados. En silencio caminamos por las cumbres,a lo largo de caminos revestidos con árboles gruesos. El viento soplaba con fuerza,y cuando estábamos fuera del abrigo de los árboles dio una sensación de confusión y desconcierto. Varias veces nos apeamos,y caminamos a pie un buen trecho,conduciendo los caballos delante de nosotros,tanto para descansar,y ya que nos permitió ir más rápido cuando el camino era malo. Estábamos tan envueltos en la niebla,que empezamos a preguntarnos qué debíamos estar perdiendo el rumbo. Cualquiera que haya estado en una niebla entenderá esto que digo. El viento era fuerte,también,y en vez de quitar la niebla,sólo parecía mandárnosla a nuestro alrededor con mayor densidad.
Después de mucho tiempo nos dimos cuenta que estábamos cerca de un precipicio,un valle,evidentemente,estaba por debajo de nosotros,a la derecha. De repente una enorme nube rodó a un lado,revelando durante unos cinco segundos ese profundo valle,cultivado,con algunas casas,muy debajo de nosotros. Los guías que estaban adelante lanzaron una exclamación de alegría,y nos fuimos todos hacia adelante con alegría y mucho alivio. Muy pronto pasamos por una pequeña cabaña,una cabaña simple. El dueño de la cabaña era un «hombre muy malo,un ladrón»,según nos dijeron nuestros acompañantes. Ya sea porque le tenían miedo como un asaltador de caminos y asesino,no sé,pero ciertamente que aceleramos nuestros pasos. No tan lejos de la choza del ladrón,en la confirmación del viejo adagio que dice «Cuanto más cerca de la iglesia,más lejos de la gracia»,había una pequeña ermita,la de Las Nieves,de pie en el borde de el precipicio. La niebla se había ido a estas alturas,después de haber quedado más arriba. A pesar de que había descendido un poco,todavía estábamos por la parte superior de una ladera de la montaña,una vez más divisamos desde allí al compañero de nuestras andanzas,el Pico de Tenerife. Cuanto más se ve el Pico más majestuoso nos parece. El camino no era ya muy interesante. Habíamos dejado atrás el bosque y las montañas eran ahora estériles,aunque capa»ces de cultivarse. Nuestra ruta ha sido buena,la isla de Gomera en un verdadero jardín del Edén. Una puesta de sol,de color carmesí,nos advirtió que la noche se acercaba. No había luna,así que en las cumbres gomeras no sería agradable permanecer. El camino estaba descendiendo ligeramente,y cada vez se hacía más áspero y pedregoso. Rápidamente la luz estaba desapareciendo del cielo. El camino descendía muy empinado y zigzagueante. Las piedras del camino eran grandes,sueltas y lisas,rocas planas,resbaladizas por la sequedad.
Al rato,llegamos a la parte inferior del barranco,para encontrar una trayectoria bastante llana y llegar al barranco de San Sebastián,donde vimos luces en todas sus casas. Llegamos a las 6.10 de la tarde a San Sebastián. Los hombres y los caballos llegaron diez minutos más tarde. Yo comí enseguida,y me fui a la cama bastante cansada.»