Paul Rogers

¿Cuál creen que es la pregunta que se le hace más comúnmente a una persona que tiene o tuvo cáncer? Si pensaron “¿Cómo estás?”, acertaron.

Sin embargo, por atentas que parezcan esas palabras, a menudo no son de ayuda e incluso pueden ser dañinas. En una fiesta familiar que tuvo lugar un año después de mi propio tratamiento contra el cáncer, un pariente lejano me preguntó justo eso. Le contesté: “Estoy bien”. Él insistió: “¿De verdad estás bien?”.

“De verdad”, le dije. Pero ¿y si no lo hubiera estado? ¿Me habría gustado ponerme a describir las malas noticias médicas en lo que se suponía que era un evento divertido?

Un diagnóstico de cáncer puede dejar mudos a los amigos y familiares, o bien provocar que hagan comentarios inapropiados, aunque su intención sea buena. Algunos que no saben qué decir, simplemente evitan por completo al paciente con cáncer, un acto que puede ser más doloroso que si dijeran o hicieran algo inadecuado.

Un nuevo libro, Loving, Supporting, and Caring for the Cancer Patient, escrito por un hombre que recibió tratamiento para combatir un cáncer que ponía en riesgo su vida y que ha dado asesoría a decenas de otros que también padecen esta enfermedad, me puso a pensar en la mejor manera de hablar con alguien que enfrenta el cáncer: su diagnóstico, tratamiento y secuelas. El autor del libro, Stan Goldberg, es un especialista en comunicación, profesor emérito de trastornos de la comunicación en la Universidad Estatal de San Francisco.

Goldberg descubrió a la edad de 57 años que padecía una forma agresiva de cáncer de próstata. En una entrevista comentó que los pacientes con cáncer con frecuencia se topan con personas que adoptan el papel de animadores y dicen cosas como: “No te preocupes”, “Vas a estar bien”, “Vamos a enfrentar esto juntos”, y “Van a encontrar una cura”.

Sin embargo, comenta, “las palabras de aliento pueden funcionar a corto plazo, pero a la larga pueden generar culpa si el cáncer es más agresivo y vence todos los esfuerzos de la persona”.

El Dr. Goldberg sugiere a las personas que, cuando visiten a un paciente con cáncer, hablen menos y escuchen más. Recomienda participar “más en conversaciones y menos en intercambios de preguntas y respuestas”. Si se hacen preguntas, deben ser abiertas, como: “¿Quieres contarme sobre tu cáncer y lo que estás pasando? Tal vez pueda encontrar alguna forma de apoyarte”.

Entre los varios “no” sugeridos por el experto, están los siguientes:

• No llame la atención sobre los cambios físicos del paciente diciendo cosas como: “Por lo menos te deshiciste de esos kilos de más”.

• No le diga al paciente que tiene suerte de padecer un tipo de cáncer y no otro, pues esto minimiza lo que la persona está enfrentando. No hay nada afortunado en tener cáncer, incluso si es uno de los “buenos”.

• No dé información sobre tratamientos no probados ni referencias de doctores de práctica dudosa.

• No sugiera que el estilo de vida de la persona es el causante de la enfermedad, incluso si en efecto puede haber contribuido. La culpa no ayuda. Muchos factores influyen en los riesgos de presentar cáncer; incluso para los fumadores de toda la vida, padecer cáncer a menudo es pura mala suerte.

• No sermonee al paciente sobre mantenerse positivo, lo que puede generar sentimientos de culpa en el paciente si las cosas no salen bien. Es mejor decir: “Cuentas conmigo, sin importar lo que suceda”, y decirlo de corazón.

• No pregunte sobre el pronóstico. Si el paciente brinda esa información, está bien, hablen sobre sus implicaciones. De lo contrario, es mejor contener su curiosidad.

• No se convierta en una carga para el paciente por sus propios sentimientos de desánimo, aunque está bien decir: “Lamento que te haya pasado esto”. Si se siente abrumado por la posibilidad de interactuar con una persona con cáncer, es mejor expresar “No sé qué decir”, antes que no decir nada o evitar a la persona por completo, pues puede sentirse abandonada o pensar que a uno no le importa.