El burro de madera de La Laguna Grande resistió siempre cualquier inclemencia del tiempo.

Por Daniel María.- La primera novela que recuerdo haber leído es La isla del tesoro. Las aventuras del joven Jim, su protagonista, me entusiasmaron, pero no sentí celos de su suerte porque yo también conocía a un hombre con pata de palo, un pirata en tierra, que en un pueblo de La Gomera custodiaba sus propios mapas y tesoros. Mi tío-abuelo José García Suárez, a quienes muchos conocieron como Pepe, el cojo, hizo de su fantasía el bastón donde apoyar su enorme universo creativo, y desde su adolescencia aprendió a aprender sin agotarse, a desentrañar las posibilidades de la madera, del metal, del cuero, de todos los elementos que pudieran dar forma a su intensa imaginación.

Nunca tomó papel y lápiz –eso creo–, para hilvanar palabras, pero fue un maestro de la improvisación, de la transmisión oral, y fueron célebres sus historias y ocurrencias, sus anécdotas y leyendas, sus aportaciones cómicas, hilarantes y sarcásticas en las Fiestas de Los Piques de Agulo. También de su invención surgió el nombre críptico de los Bajip de La Gomera, la orquesta canaria más importante de la música popular de las islas Canarias. Años atrás, llegó a sus manos un cuento que había publicado y en el que relataba mis vivencias infantiles junto a él y su esposa, mi tía Concha Henríquez Vera, a quienes sus sobrinos llamamos Tití. El cuento lo titulé Memorias de la alegría y mi tío, tras leerlo pacientemente, expresó su inolvidable crítica literaria: Muy bien redactado.

El día que tío murió yo dejé de ser niño. Tenía veinticinco años y todavía la infancia era nuestro pueblo, Agulo, su casa en la misma entrada de El Charco, su sempiterno mono azul de obrero, su discurso socialista –del socialismo de verdad, no del muy reprochable socialismo de estos días–, su cabello ondulado, blanco de solemnidad, su único zapato negro y, por supuesto, su pata de palo. Tío era un Quijote de hombros para arriba, un Sancho del cuello a la panza y un pirata según la huella que el redondo surco de su pata hundía en la tierra.

Para un niño destinado a ser escritor, a contar historias y a mantener viva la llama de la memoria familiar e insular, crecer junto a un personaje como mi tío Pepe fue un regalo del destino, un viento favorable para las palabras futuras que iban a llevarme hasta el cuaderno más cercano. Mi tío Pepe me hizo narrador, contador de historias, y Tití me convirtió en poeta, porque ella domina la siniestra del pecho, allí donde reside el corazón.

De sus muchos ingenios, decía, solo uno de ellos resistía al tiempo y a la intemperie: un burro de madera que nunca reveló qué cuchichean las brujas cuando la noche cubre La Laguna Grande.

De los muchos ingenios de mi tío, además de elaborar moldes para tortas vilanas y otros postres gomeros, de crear violines y cachimbas y ser zapatero profesional, podemos señalar los diseños de escenarios y carrozas, incluso hasta un globo aerostático que comprende, en sí mismo, un capítulo de la historia popular de Agulo. De sus muchos ingenios, decía, solo uno de ellos resistía al tiempo y a la intemperie: un burro de madera que nunca reveló qué cuchichean las brujas cuando la noche cubre La Laguna Grande.

Mi tío dibujó los bocetos y su equipo le dio vida. Si Dios sopló en el barro, mi tío silbó en la madera, y bajo sus directrices ese burro se plantó en el corazón de la isla, en el yermo mágico donde duermen las piedras, para disfrute de visitantes, pero sobre todo, para recuerdo de miles de familias gomeras que si rastrean los álbumes de los últimos treinta años aparecerán junto a él, sonrientes y pletóricas.

Ahora el burro no está. Sabemos que el tiempo pasa y que todo se estropea, se debilita, porque irremediablemente lo que empieza debe alcanzar su final. Todo menos la memoria. Desconozco, por mi manifiesta incultura sobre el tema, si existía –y sigue existiendo– la posibilidad de restaurarlo. Quizás unos cuidados más constantes hubieran aplacado su envejecimiento. No digo ya que pueda regresar a su lugar de origen, el espacio para el que fue concebido, porque quizás no cumpla las medidas de seguridad que se le exigen, pero resulta descorazonador que una figura con tanta carga sentimental para numerosas personas sufra una brutal y severa sustitución. Tan integrado estaban en la cultura popular de La Gomera, que el burro apareció en Alajeró hace unos años. Otro ultraje cualquiera habría pasado desapercibido, pero el viaje del burro fue noticia porque él pertenece al pueblo. Donde Alberti escribió caballo en su poema Galope, podríamos poner nuestro burro y decir aquello de Galopa, caballo cuatralbo, / jinete del pueblo, / que la tierra es tuya.

Habrá quienes repudien este tema o lo consideren una somera estupidez. Para ellos, como es obvio, no escribo estas líneas. Escribo para quienes han llegado hasta aquí movidos por el recuerdo y el aprecio a mi tío y para quienes, sin conocer qué manos condujeron a aquel burro hasta La Laguna Grande, sienten que algo se ha perdido al ver la foto que lo retrataba, fulminado en el suelo, junto a sus erguidos sustitutos.

Habrá quienes repudien este tema o lo consideren una somera estupidez. Para ellos, como es obvio, no escribo estas líneas. Escribo para quienes han llegado hasta aquí movidos por el recuerdo y el aprecio a mi tío y para quienes, sin conocer qué manos condujeron a aquel burro hasta La Laguna Grande, sienten que algo se ha perdido al ver la foto que lo retrataba, fulminado en el suelo, junto a sus erguidos sustitutos.

Ruego a las autoridades competentes que recuperen al viejo burro de madera, y de paso a las figuras de hombre y mujer que ya tienen sus horas contadas. Quizás no puedan ocupar su sitio primigenio, pero tendrían hueco en un rincón de Agulo, cerca de su hacedor, pues seguramente se trate de la única manifestación de la ingente obra de José García Suárez –ya perdida o destruida debido al carácter efímero de sus creaciones–, que continuaba expuesta públicamente. A lo mejor la memoria gana esta ofensiva. A lo mejor yo recupero mi infancia y mi tío Pepe el respeto, en su nombre y en el de los viejos artesanos de La Gomera. Porque el tiempo pasa y dentro de treinta años a otros les dolerá ver en el suelo a los recién nacidos burros de La Laguna Grande.

Daniel María
Daniel María
DANIEL MARÍA (Agulo, La Gomera, 1985) es escritor, actor y guionista. Publica artículos sobre literatura y cine en Tarántula, La Página, Fogal, Revista literaria de la Academia Canaria de la Lengua, La Galla Ciencia, Qué Leer y el suplemento cultural El Perseguidor, entre otros medios. En 2013 fue el primer galardonado con el Premio Paco Rabal de Periodismo Cultural en la categoría de Joven Promesa por su artículo Voz de actriz y se alzó con el XLIV Premio de Periodismo Leoncio Rodríguez. Ha publicado los poemarios Hilo de cometa (2009) y flor que nace en los raíles (2015) y el libro de cuentos (De)función cómica (2009). Es responsable de la edición y novelización del guion literario de la película El extraño viaje, de Pedro Beltrán (2011), con prólogo de Luis G. Berlanga, y de la edición de Los casos de Cargel Blaston (2013), a raíz de su investigación sobre el autor de novelas policiacas de los años 50. Es autor, asimismo, del estudio crítico El caso de la película imposible: El extraño viaje (2011), que recoge su investigación sobre la película de culto dirigida por Fernando Fernán Gómez. Su primera novela, El hombre que ama a Gene Tierney (2013, 2ª edición en 2014), obtuvo el Premio de Edición Benito Pérez Armas 2011 y su segunda novela, Un crimen lejos de París, apareció en 2014 en la colección G21. Narrativa Canaria Actual. Posee también el Premio Internacional Jóvenes de la Macaronesia de Poesía (2005), el Premio Félix Francisco Casanova de Poesía (2007), el Premio de Teatro de Autor de la Escuela de Teatro de S/C de La Palma (2009), Mención Especial del Jurado del I Festival Telde Digital Express 2006 al guion de Sobre ruedas y la nominación al Mejor Cortometraje con proyección internacional del III Festival Internacional de Cine Digital El Sector (Madrid) por Agua mineral.